Una de las razones del liderazgo económico norteamericano durante el pasado siglo se encuentra en su gigantesco mercado interior. Cientos de millones de consumidores esperando recibir productos que no debían pasar aduanas. Además, y dejando al margen peculiaridades locales propias de cada Estado, el cuerpo normativo que afectaba a las empresas y a sus productos era común. Las empresas tenían a su disposición un amplio mercado, sin apenas barreras proteccionistas. Por cierto, que en parte este hecho fomenta ese espiritú aislacionista que anida en el corazón de la primera potencia, y quizás también su deficiente balanza comercial.
Los europeos hemos partido de la posición contraria. Nos hemos visto forzados para crecer a exportar. Las locomotoras de Europa Occidental se enfrentaban a mercados locales, mucho más pequeños, a aduanas que frenaban la libre competencia. Y cuando eso no bastaba siempre estaba la normativa fiscal, o de consumo, o...que usada adecuadamente defendía los intereses de la oligarquía local. En parte, la Comunidad Económica Europea nació para salvar esta situación. Sabían, además que no bastaba con tumbar las aduanas, que era necesario un cuerpo legal y una práctica administrativa común para lograr ese objetivo. Y con más o menos dificultades se ha ido logrando. Pero curiosamente, en algunos países, mientras unos tejían otros destejían. Por ejemplo, en España. España, en parte como fruto dedo la Constitución del 78, y en parte como resultado del juego político de alianzas ha devenido en uno de los Estados más descentralizados del mundo, con entes que tiene competencia no sólo en materia de gestión. También legislativa. Y el caso es que, a pesar de que deben sujetarse a las directrices armonizadoras de la UE, en la práctica supone el fraccionamiento del mercado.
Baste un ejemplo. A día de hoy la competencia en materia de suelo, es básicamente de las Comunidades Autónomas. El legislador nacional apenas tiene competencia en 4 o 5 puntos, muy básicos. La realidad es que cada Comunidad tiene su propia Ley del Suelo, y que si bien estas inicialmente eran muy similares, con el tiempo(algunas ya van camino de la Tercera) se han ido distanciando, con modelos muy distintos. Esto es fantástico para los intermediarios locales, y para las pequeñas empresas. Pero para las grandes es complicado gestionar un negocio con 16 o 17 marcos legales distintos. Es un nido de problemas, un semillero de pleitos (los abogados están encantados). Y estamos hablando de, hasta el momento, uno de los motores de la economía española.
Y no se trata del único sector donde ocurre esto.
¿De verdad tenemos un Mercado Único?
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