Un yankee en la Corte del Rey Arturo es una obra de Mark Twain que tiene ese discreto encanto de aquello que se escribe sin grandes pretensiones, pero que logra entretener y divertir. O quizás existe una doble intención, más allá de nuestra primera impresión. En todo caso, el viaje de ese norteamericano a esa Corte medieval de ensueño, me ha hecho evocar la de algunos otros compatriotas nuestros, españoles, al Reino Unido actual.
Esta claro que no me refiero a los miles de inmigrantes que España exportó antes del boom económico del tardofranquismo. Tampoco a los cientos de estudiantes de idiomas, doctorados, aupairs o melómanos que seguimos suministrándoles. Y mucho menos a los modernos gladiadores que mantienen viva la llama del fútbol ingles. No. Me refiero al desembarco de empresarios españoles en una economía británica que, aún llena de defectos, tiene la virtud de admitir la compra de una empresa por parte de un extranjero como un hecho natural. A pesar de que para algunos de los supuestos intelectuales de esos países no sean más que unos pigs.
Y es que aún resuenan los ecos del uso, por parte del Financial Times, de la expresión de PIGS para referirse a Portugal, Italia, Grecia y España (originariamente, la I de era Irlanda). ¿El pecado de estos cerdos? El haber aspirado a volar, a crecer por encima de sus vecinos ricos. Pero ahora, para satisfacción de este medio que, cosa curiosa esta encuadrada en la huestes de Murdoch a la par que siendo considerado prolaborista, los cerdos, cual Icaro, habían caído al fango, que es donde les toca estar. Curiosamente, tiempo después alababan el sistema bancario español, quizás sorprendido de que unos pigs, aun no siendo perfectos y haciendo mal las cosas, estén resistiendo mejor la crisis financiera que el noble pueblo británico. quizás, como sucede casi siempre en el racismo, este racismo no deja de ser otra cosa que puro y duro miedo a la competencia. Que Ford compre a Jaguar es una cosa, pero que lo haga un indio, es muy distinto. Claro que al menos éste tiene como lengua natal la del Imperio de Su Majestad. Pero es que los españoles, oh-my-God! recordemos dos supuestos, aunque hay muchos más que les deben escocer:
<li>La invasión de la Armada santanderina: <a href="https://www.elblogsalmon.com/2005/08/20-santander-acierta-con-el-abbey-otra-vez">Emilio Botín se ha merendado una institución como el Abbey</a>, cuando la crisis no se presentía. Y frente a los agoreros le ha ido bien (yo también tenía mis dudas). Pero es que en pleno colapso financiero, <a href="http://www.lavanguardia.es/lv24h/20080929/53550250498.html">se queda con los despojos de otras redes bancarias</a>. Mientras sus antiguos socios escoceses se retiran a lamerse sus heridas, los británicos observan sorprendidos lo que los españoles ya hemos experimentado años atras. Un <em>sorpasso </em>bancario en toda regla. Aunque ahora sólo queda la llama como logo del Santander, quizás podía recuperar aquel viejo elefante y retocarlo como cerdo, seguro que en la City todos se morían de risa.</li>
<li>El secuestro del estilo británico: pocos sabrán que<a href="http://www.hackett.com/"> Hackett,</a> una de las firmas que recogen la quintaesencia de la visión británica de la moda, ha pasado a manos del capital español, concretamente de Juan Abelló, a traves de Inversiones Torreal. Hackett, una firma más británica que los calcetines de Isabel II dirigida por otro <em>pig.</em> Demasiado para el <em>body</em>. Un empresario español que pretende salvarla del ostracismo que vivía dentro del aristocrático grupo Richemond. Un empresario que quizás pueda salvar la vida empresarial de una firma que se había quedado anquilosada.</li></ul>
Después del calentón inicial, ya no estoy enfadado con los del FT. Si les he podido perdonar que tuviesen a Leslie Nielsen como corresponsal en España, se lo puedo perdonar todo. Es más, creo que no ha sido ni voluntario. En el subconsciente británico subyace una fijación con el cerdo, como algún tipo de animal totémico. Ahí tenemos a Babe, el cerdito valiente, ese cerdito bueno al que le perdonan la vida gracias a lo bien que trabaja para su (británicos) amos. O la versión gore de esta fábula, la orwellliana Rebelión en la Granja, donde los seres porcinos alcanzan el poder. Lo peor que un redactor británico puede imaginar. Bueno, lo segundo peor. Lo primero debe ser el agotamiento de las reservas (estratégicas) de cerveza.