En la nueva edición en tres tomos de su biografía sobre Keynes, el filósofo y economista británico Robert Skidelsky escribe: Keynes fue mordaz en su opinión de que la Gran Depresión fue un retorno a la normalidad, una necesaria corrección después de los insostenibles excesos de la década de 1920. Atendiendo a la agudeza del creador del Tratado del dinero, sobre esta crisis diría lo mismo: una necesaria corrección forzada por precios altamente "inflados".
Keynes supo captar que gran parte del crecimiento económico de los años 20 fue una burbuja que pronto reventaría. El índice de la producción industrial había pasado de 100 en 1923 a 142 en 1928 impulsado por los numerosos inventos y sobretodo la espectacular fabricación de automóviles de la empresa Ford: 2 millones de vehículos en 1920, 6 millones en 1928… Los tiempos no han cambiado: el Dow Jones pasó de 2.000 puntos en 1990 a los 15.000 de 2007
Skidelski revive con claridad el debate que el economista de Cambridge sostuvo con sus pares de la London School of Economics durante la dramática depresión de los años 1930. Para Keynes, el colapso de la economía estadounidense de 1929 fue la consecuencia lógica de un largo período de innovación y opulencia sin supervisión. Los rugientes años 20, plenos en avances tecnológicos y extravagancia: la radio, el avión, el automovil, el cine, los transatlánticos y la "exuberancia irracional", lograron exacerbar las fuerzas más primarias y básicas del capital en total descontrol.
El tiempo le está dando la razón una vez más a Keynes cuyas ideas fueron barridas a fines de los años 70 cuando se adoptó la doctrina monetarista de Friedman y la desregulación de los mercados, pues, como decía Ludwig Von Mises: "Los mercados son perfectos; los gobiernos no". Las ideas de Friedman, Hayek y Von Mises han comenzado a ser cuestionadas tras este colapso financiero producto de la desregulación total que implementaron muchos países desde principios de los años 80. Incluso nada menos que en la misma Universidad de Chicago se vive una polémica en estos días pues académicos y alumnos rechazan la creación del Instituto Milton Friedman.
Keynes creía que la incorporación incesante de nuevos métodos de producción llevaba por un lado a un aumento sostenido en los niveles de productividad, a la vez que creaba una necesidad cada vez menor de mano de obra. Al forzar el desempleo en sí mismo, el sistema entraba a depender del crédito en vez de la compra directa lo que generaba desequilibrios. La abundancia de crédito, por otra parte, generaba la expansión en burbuja y llevaba a la creación de nuevos y cada vez más sofisticados instrumentos de especulación financiera.
Por ejemplo, la acción de RCA pasó de US$ 1,50 a US$600 en pocos años. Para muchos Wall Street era un casino de juegos. "Los especuladores, escribía por aquel entonces Keynes, no tienen por qué generar problemas en medio de una corriente sostenida de pujanza empresarial. Pero la posición se torna más cuestionable cuando la dinámica de las empresas se convierte en la burbuja en medio de un remolino de especulación", un remolino que no para de crecer y hace que la crisis se descontrole aún más. "Cuando el desarrollo capitalista de un país se vuelve subproducto de las actividades de un casino, el trabajo está claramente mal hecho".
Keynes sabía que quienes dictan las reglas en un mercado desregulado son justamente los jugadores más poderosos del sistema. En momentos de estabilidad y expectativas favorables no hay problema: todas las decisiones, incluso las de los participantes más débiles, tienden a maximizar el aspecto racional en cada inversión. Pero en momentos de tempestad y turbulencias, cuando no es posible mirar más allá de la próxima marejada, son los big players, los que se hacen cargo del mercado. Y como un barco librado completamente a su merced, impulsan alzas para vender caro en medio de una bocanada de optimismo, o estimulan las bajas para comprar antes que nadie tras una ola de rumores negativos. Y ahora, tal como en 1929, son los big players quienes hamacan el bote hasta que no quede nadie sobre cubierta. O aún peor, hasta que se llega a una temida vuelta de campana. Más que al Titanic, este capitalismo de casino se parece al de La aventura del Poseidón: que se dio vuelta de campana en plena noche de año nuevo
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