¿Cuántas veces escuchamos que habíamos aprendido las lecciones de la Gran Depresión y que no se iban a repetir los mismos errores?… ¿Cuántas veces se nos habló del final de la historia, y que la humanidad había llegado a la convergencia plena del desarrollo? Tropezamos una y otra vez con la misma piedra y no nos damos cuenta, a veces por soberbia, a veces por pereza, en algunos casos, por ambas. La ignorancia, por cierto, es una forma de pereza.
La falsa promesa de que no habría otra gran depresión le está significando al mundo entero ingresar a una de sus horas más amargas, a una suerte de lustro perdido si los gobiernos no son capaces de remar seriamente hacia el mismo horizonte. La caída en picado de las economías que hasta mediados de año se hallaban relativamente firmes marca un oscuro presagio. Mientras el detalle de los daños aumenta sin pausas. Y hasta el momento, sólo hemos visto una seguidilla de discursos, muchos de ellos confusos. Pocas acciones concretas
Uno de los tantos discursos tiene que ver con la resurrección de la figura de John Maynard Keynes. Su palabra ha emergido de entre los muertos y su nombre se ha convertido en un adjetivo algo confuso y facilista para la aplicación de políticas económicas. La crisis financiera y el colapso total del modelo económico implantado por Milton Friedman ha hecho recordarlo intempestivamente. Cientos de gobernantes, economistas y, por cierto, los políticos oportunistas de siempre, se declaran hoy “keynesianos”, desde Sarkozy hasta Kirchner, pasando por Gordon Brown y Hugo Chavez, incluyendo a Barack Obama, que antes de asumir, toma medidas desde la trastienda.
Sin embargo, y tal como lo dijo el propio Keynes, Keynes no era keynesiano. No podría serlo. Al igual que Karl Marx, que cuando vio el horror de sus primeros seguidores dijo: “si esto es el marxismo, yo no soy marxista”, Keynes dijo “yo no soy keynesiano”. La burda idea de confusión de políticas es responsabilidad de varios (Hicks y Harrod, entre otros). Pero creer que la esencia de Keynes es el mero gasto público, es despiadada. El gasto debe cumplir una función contracíclica y aumentar fuertemente en las crisis, así como rebajar los impuestos; y disminuir fuertemente en las bonanzas, y también subir aqui los impuestos.
Esta operatoria es por cierto compleja pues apela a un desarrollo de largo plazo que no permite la política del corto plazo que impera en los países, que mezquina impuestos y apela al “control presupuestario” que indica el FMI. Como dice un libro muy sabio, en las bonanzas hay que saber ahorrar (y no sólo el Estado), para enfrentar las vacas flacas. Pero para esto se requiere voluntad y visión que la política no tiene. Son del pan para hoy y hambre para mañana. Ha sido la tónica mundial que ha llevado a este desastre.
Este breve texto que rescata Keynes es una carta que David Ricardo escribe a Thomas Malthus el 9 de octubre de 1820, ilustra un par de ideas importantes:
“Usted supone que la economía Política es una investigación de la naturaleza y causas de la riqueza, y yo estimo que debería llamarse investigación de la leyes que determinan el reparto de los productos de la industria entre las clases que concurren a su formación. No puede enunciarse ninguna ley respecto a cantidades, pero si con bastante exactitud para las porciones relativas. Cada día me convenzo más de que la primera investigación es vana e ilusoria y que la segunda es el verdadero objeto de la ciencia”
Keynes sabía que la prosperidad económica de una nación no depende del bienestar de unas pocas personas, pues esto conduce a incrementar los desequilibrios y a aumentar las brechas, que hacen tanto daño. La prosperidad, para Keynes, está relacionada a la capacidad de producir personas competentes en todos los aspectos de la vida, desarrollando, para ello, el pleno empleo. El desarrollo del pleno empleo genera confianza, permite aumentar la población y mantenerla joven. En las últimas tres décadas, la población mundial ha envejecido. Se cruzó el umbral crítico de los que trabajan y financian el pago de los que no trabajan.
Keynes estaría horrorizado de ver el estado actual de la economía y ver lo que han hecho de ella sus supuestos discípulos, que por creer que asesoran o mandan en gobiernos, no discriminan entre lo que es un gasto generador de futuro y lo que no lo es. En 30 años se desplomaron las visiones de un futuro coordinado, de empleo y producción con sentido, y tomaron fuerza la cultura chatarra, los productos chatarra, las inversiones chatarra...al estilo Madoff… Ahora todo pende de un hilo frágil. Y la protestas que vemos en Grecia, Islandia, y Ucrania, pueden extenderse.
Más información | ¿Qué es el modelo keynesiano?
Imagen | Hawaii Kai Ohana