Los mercados no son mágicos. Si alguien pensaba que los mercados podían autorregularse y que eran la solución a todos nuestros problemas, ha quedado demostrado que no es así. ¿Cómo regula la Salud, la Educación, el trabajo? Los mercados pueden regular muy bien algunas cosas básicas y simples. Pero en las tareas complejas los mercados colapsan. Y frente a las crisis los mercados se mueren. Estamos viendo lo que ocurre con la banca, y la gigantesca maquinaria estatal que ha debido levantarse para acudir en su rescate.
Esto es porque las leyes newtonianas en las cuales se basa gran parte de la teoría económica se cumplen sólo en condiciones ideales, algo así como en el vacío. En este vacío propio de laboratorio, los mercados se ocupan sólo de la eficiencia, lo que está lejos de la equidad, que a la hora del crack pulveriza lo que costó años construir.
Para que los mercados puedan funcionar en forma perfectamente competitiva, debe haber numerosos compradores y vendedores, tantos, que ningún comprador o vendedor pueda afectar con sus decisiones el precio de mercado. Porque si alguien afecta el precio de mercado por medio de maniobras especulativas, distorsiona todo el sistema. Y esto ocurre cuando se rompe el equilibrio entre oferentes y demandantes.
Una condición para que se cumpla la magia del equilibrio de mercado es que los productos deben ser homogéneos, o perfectamente sustituibles y con idéntico estándar, tareas que no han sido supervisadas por los agentes de la globalización. En esto está el origen de la falla sistémica en la cual el producto da mala calidad tiende a reemplazar al producto de buena calidad, cumpliendo así con la Ley de Gresham.
Cuando las condiciones de la competencia no se cumplen, cuando no satisfacen el interés público, hay que establecer normativas. Dejar al mercado funcionando en condiciones de ineficiencia no le hace ningún bien a nadie. Y la ausencia de regulación o supervisión agrava más el hecho. La intervención debe eliminar esas imperfecciones para aproximarse lo mejor posible a las condiciones de competencia perfecta. Y esto significa la presencia, y no la ausencia, de los gobiernos.
Como nos ha tocado vivir estos últimos meses, los mercados son propensos a fallar catastróficamente. Y esto ha creado complicaciones en los cientos de millones de personas que requieren del mercado para comprar, ofrecer productos, generar ideas. Es sorprendente como la humanidad logra coordinar acciones para satisfacer necesidades de diversa índole y responder a los cambios en los gustos y a los avances tecnológicos.
Los gobiernos miraron por encima del hombro el fenómeno de la globalización, y no fueron capaces de detectar las distorsiones al tragarse el cuento de que el mercado lo resolvería todo. Crear mecanismos de supervisión no niega los beneficios del mercado, simplemente permite detectar las deficiencias del sistema que menoscaban el interés público, disminuyendo la inestabilidad de estructuras que son abiertamente inestables.
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