De un tiempo a esta parte, y ayudado en parte por la generalización en el uso de tecnologías de la información y la comunicación, se ha hablado mucho de redes sociales, redes informales, networking... lo que antes era analizado en el ámbito de una organización (a quién conoces, con quién hablas, etc.) ahora se puede expandir a ámbitos más amplios. La Web 2.0 (sea lo que sea) parece que abunda en este sentido: se pone sobre un pedestal la colaboración, la creación de folkosomías, la categorización, la conversación...
De hecho, parece que hay una tendencia a considerar que formar parte de redes informales y utilizarlas en el ámbito laboral es, en sí mismo, bueno, y que es importante para las empresas dotar a sus empleados de los mayores recursos en este sentido (herramientas de gestión colaborativa, blogs, acceso a internet, etc.,.). Cuanta más conectividad, mejor.
Rob Cross, Jeanne Liedtka y Leigh Weis (académicos los dos primeros y consultor de McKinsey el tercero), expresan su opinión al respecto en un artículo publicado en Harvard Deusto Business Review llamado "Guía práctica hacia las redes sociales". Y su respuesta es, como casi siempre ocurre, "depende". Porque parece claro que las redes pueden dinamizar la creatividad y facilitar la generación de nuevas ideas y la resolución de problemas complejos. Pero formar y gestionar estas redes tiene también su coste: en términos monetarios (invertir en la tecnología necesaria) y en términos de tiempo y energía necesarios para mantener la relación, actualizar contactos, "socializar", llamadas, emails, reuniones...
Por lo tanto, hay que analizar bien qué condiciones y circunstancias se dan en un negocio o un proceso determinado, y sólo si los beneficios a obtener superan a los costes, entonces apostar conscientemente por la creación de redes informales (poniendo los medios tecnológicos, animando a los trabajadores a formar parte de las mismas, organizando eventos para la socialización, asumiendo el impacto en la productividad...).
Los autores mencionan tres situaciones distintas:
Entornos complejos, donde se requieren contínuamente soluciones creativas y respuestas personalizadas. En este caso, la creación de redes informales del tipo todos-con-todos es útil y necesario. En el artículo citan como ejemplos los bancos de inversión, el I+D...
Entornos de complejidad media, donde las soluciones ya existen de forma modular y lo que se requiere es armar una respuesta a base de distintos módulos. En este caso, tiene sentido definir redes informales en las que participen sólo parte de las personas, en base a su rol, pero no tanto la relación de todos con todos. Cita como ejemplos bufetes de abogados, bancos comerciales, equipos de cirujanos...
Entornos estructurados, con soluciones conocidas y situaciones repetidas que requieren respuestas rutinarias: en estos casos, no se recomienda apostar por la creación de redes informales, sino por la aplicación de la tecnología a la estandarización de procesos y a la búsqueda de la eficiencia. Cita como ejemplos centros de atención telefónica, procesos de reclamación de seguros...
Como se puede ver, las redes colaborativas no son buenas y recomendables en sí mismas, y por lo tanto no hay que apoyarlas en el 100% de los casos, sino que depende de las circunstancias y necesidades del negocio.
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