No es tan fácil tirar dinero desde un helicóptero: alternativas de los bancos centrales para repartir dinero a los ciudadanos

No es tan fácil tirar dinero desde un helicóptero: alternativas de los bancos centrales para repartir dinero a los ciudadanos
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Seguramente han oído ustedes hablar del denominado “Helicóptero de dinero”, con el cual los Bancos Centrales de todo el mundo están barajando hacer llegar dinero los ciudadanos. Lejos de la imagen de un helicóptero volando literalmente sobre nuestras ciudades y vaciando sacas de billetes de 500 euros, la realidad es que ese concepto es más figurativo que otra cosa, aunque el efecto macroeconómico que se persigue es el mismo. La cuestión es hacer llegar el dinero a los que están dispuestos a gastarlo para reactivar nuestras languidecientes economías.

Para llevar a cabo estos programas de reparto masivo de liquidez a los ciudadanos de a pie y a las empresas, los Bancos Centrales tienen en su mano diferentes posiblidades. El gran problema es que este tipo de políticas no se han puesto en marcha nunca en la historia reciente de la humanidad dentro de un sistema socioeconómico como el actual. Con ello, el riesgo y la incertidumbre que suponen son mayúsculos, especialmente en un mundo en el que el futuro es imprevisible, sobre todo cuando tratamos de meter la mano dentro de la bola de cristal para dibujar a nuestro antojo.

Tras la negra estela de los fallidos Quantitative Easing

Con los programas de Quantitative Easing, de forma más o menos coordinada, los los Bancos Centrales de todo el mundo han tratado de inyectar liquidez a sus extenuadas economías. Con el paso de los meses, según algunos ya apuntamos en su día, la ineficacia de este método ha quedado latente a pesar de su carácter masivo, habiendo incluso ciertos sectores que piensan que ha sido mayor el perjuicio que ha ocasionado que sus supuestos beneficios. Como comentábamos en este artículo con título “¿Cómo influir en la inflación? ¿Está el BCE usando todas sus armas?” a la vista están los resultados: burbuja de bonos soberanos, burbuja (ya pinchada) en materias primas, nuevas burbujas en ciertos emergentes o continuidad del inflado de las ya existentes, etc.

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Como no podía ser de otra forma, y recuperando los fantasmas de otras épocas, los economistas se preguntan ahora cómo inyectar dinero a la economía en vena, evitando el camino fallido de inyectarlo a los bancos para intentar que éstos a su vez lo inyecten a las empresas y particulares. Una vez llegados a este punto, los Bancos Centrales se están planteando alternativas que tal vez sean más eficientes para lograr el objetivo que persiguen, eso sí, tras haber perdido con el Quantitative Easing unos preciosos años, dejando sus balances más que deteriorados, y habiendo puesto en marcha un circuito por el que el dinero acababa pasando de los bancos a los mercados de deuda gubernamental.

Una buena parte de las inyecciones de liquidez de los QE han acabado en deuda soberana

En concreto este último punto expone a nuestros sistemas al riesgo que supone dicha acción, con una economía que aún recuerda los devastadores efectos de la monetización de la deuda soberana que ocurrió en algunos países en los años veinte del pasado siglo, por la que algunos bancos centrales decidieron financiar directamente el déficit de sus gobiernos. Obviamente el alcance de las políticas de hoy en día no llega al de aquellos años tan convulsos, pero la tan temida monetización de la deuda está ocurriendo aunque sea de forma más disimulada, puesto que los Bancos Centrales con sus inyecciones masivas de liquidez han transferido masa monetaria a los bancos privados de los diferentes países (en especial periféricos, y de forma más que relevante españoles) que acaban utilizándolo para adquirir deuda gubernamental.

Otras alternativas aparte de tirar billetes desde el heredero del autogiro

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Dado que, para contestar a la pregunta del subtítulo anterior, entramos en el terreno de lo desconocido, quedan ustedes advertidos de que pasamos al terreno subjetivo durante unos párrafos, en los cual trataré como siempre de darles razonamientos lógicos y alguna que otra opinión personal. Para empezar, como apuntábamos en el articulo sobre la política de los Bancos Centrales cuyo link les he dado antes, la economía necesita una chispa para volver a encender un motor que está renqueando. Este punto es innegable, donde viene la discordia y la disparidad de opiniones es en cómo hacerlo.

Por un lado tenemos a los economistas y partidos que optan por seguir combatiendo la crisis con más deuda y relajando las exigencias sobre el déficit. No les voy a negar que ésa podía haber sido una buena política en algún momento del pasado, siempre que hubiese sido acompañada de un aumento paralelo de la eficiencia del gasto público y reformas del gasto superfluo, de un cambio de modelo productivo como el que propusimos en este artículo, de políticas de apoyo al crecimiento y a la exportación, y de un recorte estratégico y transitorio de impuestos para los ciudadanos y empresas bajo ciertas condiciones de contribución al objetivo que se debía perseguir. No hace falta matizar que, obviamente, hay que contemplar que hay que recortar gastos superfluos, improductivos, y sin valor para el ciudadano como fundaciones empresa-pública sin actividad conocida, asesores que se cuentan por cientos y con una generosa retribución, etc. mucho antes que plantearse recortar servicios básicos que sustentan el concepto y la estabilidad de nuestra democracia.

Pero en España, en vez de disparar un tiro certero al corazón de la bestia de la crisis, lo que se hizo fue un auténtico espectáculo de fatuos fuegos de artificio, con el resultado que todos conocemos de que , sin lograr revitalizar la economía, lo que hemos hecho ha sido llegar a unos niveles de deuda que ya están al filo del umbral del 100%, que diversos economistas y organismos internacionales marcan como el punto de no retorno.

Economistas y partidos se diseminan en el espectro que hay entre los extremos que proponen más déficit y deuda, o más recortes

Otra corriente de opinión económica opta únicamente por las reformas económicas y los recortes como vía para salir del atolladero que suponen la situación de la deuda y la necesidad simultánea de reactivar la economía. Estas tesis asumen que es la credibilidad de nuestro sistema económico lo que debemos recuperar en los mercados internacionales para atraer inversión extranjera, y para ello proponen hacer una demostración de fuerza y de combatir la imagen de la ineficiencia de la economía española que han dejado los desmanes de la época del boom inmobiliario (léase: aeropuertos sin vuelos, urbanizaciones sin inquilinos, castillos de naipes hechos con billetes de 500 Euros, etc.).

Una variante de esta última corriente es añadir a los recortes políticas de bajadas de impuestos selectivas para conseguir que algún agente económico consiga tirar de la economía y sacarla del lodazal en el que está patinando para ponerla de nuevo a rodar. En esta opción la clave está en cómo y qué se recorta, y por supuesto también a quién se le bajan los impuestos. Últimamente venimos sufriendo una inflación languideciente, o incluso deflación, que es lo que los Bancos Centrales vienen tratando de revitalizar, a pesar de que ya saben que desde aquí les decimos que la inflacion es sólo un síntoma del problema real, y que es un error marcarse meramente su variación porcentual como objetivo macroeconómico: el problema es el crecimiento anémico de la economía y el alto desempleo. En todo caso, recordemos que la bajada de impuestos más inflacionaria debería ser a las clases medias y a las de menor poder adquisitivo, puesto que son las que tienen más propensión al gasto de esos ingresos extra.

Como ya les comenté también en el artículo del link anterior sobre las políticas de los Bancos Centrales, si usted ya tiene un yate, un helicóptero, un jet privado y una mansión, por mucho que le bajen los impuestos, es más difícil que se compre “otro de cada”. Bajar los impuestos a las clases altas se haría para fomentar la formación de capital y la inversión, que no es el objetivo ahora mismo. Sin embargo, si las clases medias y las más humildes ven bajar su nivel impositivo, gastarán ese dinero extra en comprar una televisión nueva, en renovar el coche, en un viaje, o en hacer una reforma en casa. Y eso es literalmente crear inflación, pero como síntoma de que lo que hay detrás es una demanda revitalizada de bienes, productos y servicios. Y llegados a este punto álgido es cuando debo presentarles al amigo “Helicopter Money” para remontar el vuelo.

¿Qué es el Helicóptero de Dinero?

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El premio nobel Milton Friedman propuso por primera vez la idea del Helicóptero de dinero hace casi 50 años como forma de enfrentarse a un problema macroeconómico con tintes parecidos al actual, en el que los Bancos Centrales no consiguen hacer llegar dinero a los agentes económicos que son capaces de generar consumo e inversión. Otras modalidades que persiguen el mismo objetivo son la propuesta de Keynes que dijo que el gobierno debería enterrar botellas llenas de billetes en minas de carbón abandonadas, y dejar que la gente acudiese a ejercer este tipo de minería monetaria para desenterrarlas y así incrementar el suministro de dinero a la economía.

En este análisis no entramos en juzgar la ideoneidad de la medida, sino en cómo llevarla a cabo

Dado que seguramente habrán leído ya ustedes mucho sobre este concepto y sobre las opiniones de sus detractores y sus defensores, en este artículo vamos pasar de puntillas sobre la ideoneidad de tal medida, para hacer un análisis más concretamente de cómo llevarla a cabo. Esta tarea es ardua difícil y ha de realizarse con sumo cuidado, puesto que, como les decía antes, nos encontramos ante una medida macroeconómica que puede tener un impacto económico imprevisible y más que relevante, y que nunca antes ha sido implementada en ningún país con un sistema capitalista como los nuestros.

Simplemente les diré que, ante la pregunta sobre la posibilidad de llevar a cabo esta medida, el propio Mario Draghi respondió hace unos meses “Realmente no hemos hablado ni pensado en ello, pero es un concepto muy interesante que está siendo discutido por economistas académicos en varios ámbitos”. Y ya saben lo que hay que leer entre líneas en las declaraciones de los Bancos Centrales, por lo que pueden estar seguros de que si Draghi ha admitido este extremo, cuando el rio suena… agua lleva.

¿Cómo puede llevarse a cabo el “Helicopter Money”?

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Si tras leer el subtítulo anterior usted tiene ahora mismo la imagen del sonido sordo del batir de las hélices de un helicóptero sobre nuestras cabezas vaciando sacas de billetes de 500 Euros desde el aire, váyase olvidando de la idea. Imaginese usted por un momento lo que supondría esto si, cuando los pescadores hacen huelga y reparten gratis doradas, hay gente que agarra una dorada cada uno de una aleta y se dan de tortas por llevársela ellos a casa.

Tras esta nota de (relativo) humor, pasemos a proponer formas concretas de llevar a cabo esta medida macroeconómica. El equivalente más inmediato a esta imagen figurada es la de entregar a cada ciudadano de un país una determinada cantidad de dinero, dependiendo del nivel objetivo de inflación y reanimación de la economía que se pretende alcanzar. Podemos denominar a este método como método del reparto directo. Pero me temo que esto sería una mala implementación, puesto que, una vez más, al igual que ya ha ocurrido con el dinero de un QE que no ha llegado a la economía real, los ciudadanos, especialmente en un contexto de crisis, pueden decidir ahorrar ese dinero en vez de gastarlo. Y el objetivo no es promover la formación de capital, sino crear demanda.

Una segunda opcion con más garantías sería una bajada de impuestos. Ésta aporta la ventaja de poderla hacer selectivamente para los agentes económicos que más interese según renta o según el parámetro que se estime más conveniente, además de que es fácilmente reversible en cualquier momento. El gran problema de este tipo de medida es que garantiza que los potenciales consumidores tengan recursos monetarios, pero, al igual que el del reparto directo del párrafo anterior, no puede garantizar que éstos los vayan a gastar, que es precisamente el objetivo principal con el que se concibe. Efectivamente, el estado reparte dinero, pero los consumidores pueden decidir ahorrarlo en vez de gastarlo, algo especialmente probable en un contexto de crisis en la que la gente siente temor ante un futuro incierto. En este escenario la medida podría resultar también tremendamente inefectiva, si bien aporta ciertas ventajas frente al reparto directo.

La opción con más probabilidad de éxito es un cheque a cada ciudadano canjeable en compras de bienes o servicios

Una tercera opción todavía más viable sería extender a cada ciudadano un cheque por un importe determinado, pero que pueda ser solamente usado en operaciones de compra en los comercios del país, a cuyos comerciantes posteriormente el estado les canjearía el cheque por papel moneda. De esta manera nos aseguraríamos al menos de que el dinero cumple el cometido para el que lo ha emitido el Banco Central.

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Con esta última opcion, habría que considerar seriamente implementar la emisión de estos cheques de forma escalonada a lo largo del tiempo para evitar problemas puntuales de sobre-demanda, desabastecimiento, y de incrementos de precios abruptos en ciertos bienes de consumo con los que algunos tratarán de hacer el “Agosto”. No menosprecien este efecto, como muestra les diré que no olviden por ejemplo que es típico que en poblaciones pequeñas donde cae algún premio de lotería nacional que al día siguiente los precios de los pisos en venta de la localidad suban de la noche a la mañana unas cuantas decenas de miles de euros.

Algunos economistas se olvidan del punto principal a tener en cuenta

Pero de entre todos los factores a analizar que rodean la idea del “Helicóptero de dinero” hay uno especialmente relevante, sino potencialmente peligroso. El problema es que muchos economistas, en su desesperada búsqueda de una solución a cualquier precio que nos saque de esta agónica situación, no reparan en ello. La citaba antes en este mismo artículo. El gran problema del “Helicopter Money” es que no se ha probado nunca antes en la hitoria del capitalismo. Y esto es un gran gran riesgo en sistemas económicos tan complejos, y con tantas variables, que pueden resultar tremendamente impredecibles ante medidas macroeconómicas que pueden tener un gran impacto.

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Si el problema es que nunca antes se ha probado este tipo de medida, acotemos el problema y pongamos solución precisamente a eso. Está claro, necesitamos un laboratorio para hacer experimentos o un campo de tiro, como prefieran denominarlo. Pero, ¿Qué país va a arriesgar su economía nacional y sus ciudadanos para probar una medida potencialmente muy peligrosa?. Pensemos un poco más en las posibilidades que tenemos en la mano, será por la voluntad y las ganas de pensar que le ponemos desde estas líneas.

El economista Kenningham propone un campo de pruebas que desde estas páginas, no es que nos parezca el ideal, sino que nos parece que es en el que la ecuacion riesgo-beneficio se minimiza. ¿Dónde se puede hacer un ensayo monetario de estas características con riesgo mínimo y beneficio potencialmente máximo. No vale pensar en el Seahaven del film “El Show de Truman”. Ojalá tuviésemos un escenario así de ficticio y acotado, y con un riesgo tan ponderable. Pero no, el “Helicopter Money” es una medida macroeconómica y consecuentemente debe ser probada de forma inevitable en una economía en el sentido más amplio; en caso contrario el experimento no serviría para nada.

Como laboratorio de ensayos, se debe elegir una región socioeconómica que minimice la ecuación riesgo-beneficio

Descartado un escenario ficticio, pasemos a pensar en alguna región socioeconómica del mundo, o algún país. ¿Dónde podría usted pensar que no tienen alternativa a probar este tipo de medida? ¿Dónde creen que la alternativa al “Helicóptero de dinero” es una letanía que ya es insoportable y realmente peligrosa para la economía? ¿Dónde? La propuesta de Kenningham nos encaja totalmente, y no sólo porque el sol deba nacer de nuevo por aquellos lares después de décadas de deflación y anemia económica. Sí, hablamos de Japón. Un país candidato que ya propuso también Ben Bernanke en 2002.

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La economía japonesa fue la primera que se enfrentó a un escenario macroeconómico como el que ahora aqueja a la mayoría de las economías desarrolladas y a algunas emergentes. Lleva décadas digiriendo una burbuja inmobiliaria y económica brutal. Japón ha ensayado con un QE masivo que no ha dado en absoluto los resultados esperados como pueden leer en esta noticia. Pero Japón no puede soportar más ni economica ni socialmente una deflación y una recesion que no por intermitente resulta menos grave y destructiva. De hecho la Abenomics ya resultó ser una arriesgada apuesta que recibió el apoyo y la ilusión de un país literalmente agotado por una pésima coyuntura de la que no consiguen deshacerse nunca. Además Japón viene sufriendo desde hace tiempo una ya endémica deflacion que minimiza el riesgo hiperinflacionario de este tipo de arriesgadas medidas monetarias.

Desde estas líneas no estamos predicando a favor del “Helicóptero de dinero”, sin duda es un debate ya muy manido, y no les voy a negar que es una medida que en absoluto está exenta de tremendos riesgos como los que comenta el economista Daniel Lacalle en este artículo. Pero si a un servidor le ponen una pistola en la sien para elegir al paciente con el que inevitablemente se ha de probar un nuevo medicamento experimental, no encuentro una opción mejor que la del Japón que proponía Kenningham. Eso sí, como campo de pruebas, Japón sería eso: un mero campo de pruebas. Nada nos puede asegurar al 100% que lo que dé allí el resultado esperado, en otro país con una deflación menos atenazante y una coyuntura socioeconómica distinta, pueda acabar trayendo la catastrófica hiperinflacion. Ése es ni más ni menos el riesgo que corremos a pesar de haber ensayado en el campo de tiro: el tiro siempre nos puede acabar saliendo por la culata en cualquier momento. Ningun ensayo es perfecto, pero en todo caso estarán de acuerdo en que es un paso necesario y, en todo caso, minimiza sensiblemente los riesgos pontenciales.

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