El premio Nobel de Economía es el último que se anuncia en la maratónica jornada de la semana sueca. Esto es así porque es el último que se creó y, a decir verdad, ni siquiera es un premio Nobel real dado que los cinco creados originalmente en 1901 para la Literatura, la Paz, la Medicina, la Física y la Química, fueron destinados por Alfred Nobel para reconocer las contribuciones que mejoraban la calidad de la vida humana a través de los avances científicos, la creación literaria o los esfuerzos por lograr la Paz.
El premio Nobel de Economía se imparte desde 1969 y no lo entrega la Fundación Nobel sino el Banco Central Sueco, pero tiene el mismo procedimiento de selección, casi el mismo significado y el mismo monto en efectivo.
Durante estas cuatro décadas ha habido una fuerte disputa en torno a si la economía es una ciencia con el mismo caracter de la física y la química (una ciencia dura), y hasta qué punto contribuye al sentido de privilegiar el bienestar humano. Al respecto, hay que reconocer que la economía se ha diversificado hacia dos tendencias: una que privilegia al mercado por sobre las necesidades humanas y otra que busca anteponer las necesidades humanas por sobre los principios del mercado.
Mucha de la teoría económica dominante (ortodoxa) se obsesionó con modelos matemáticos diseñados para justificar el liberalismo del mercado. Y muchos “premios Nobel” fueron producto de las relaciones públicas para mejorar la reputación de los especuladores de bolsa.
Ahora que la economía mundial se encuentra viviendo algo que se aseguró que nunca más se volvería a producir (una crisis como la Gran Depresión), la reputación de los propios economistas se encuentra en entredicho. El debate al interior de la propia teoría macroeconómica está abierto, dando cuenta que ésta no puede basarse en los mismos principios deterministas que envuelven a las ciencias duras. Si la economía es ante todo una ciencia social, ¿por qué entonces goza de este privilegio que no tienen la sociología, la sicología o la jurisprudencia?
Los primeros nóbeles fueron otorgados a economistas cuya obra era ampliamente reconocida: Paul Samuelson, Simon Kuznets, Kenneth Arrow, Wassily Leontief. Pero hay grandes ausencias como el importante trabajo de Michal Kalecki, Joan Robinson o Piero Sraffa. Más cuestionable ha sido la otorgación del premio a economistas de logros bastante dudusos.
Existe en esto un aspecto que no debe ser subestimado y es el efecto político y práctico que tiene el premio. Por ejemplo, en 1974 se le concedió el premio a Friedrich von Hayek, cuya obra Camino de servidumbre (la “biblia” de Margaret Thatcher) se convirtió en best-seller y en la ideología política dominante en el Reino Unido desde James Callaghan. Dos años más tarde se le otorgó el premio a Milton Friedman, haciendo que su contrarrevolución monetarista se convirtiera en el ejemplo a seguir por todo el mundo, via de lo que más tarde se llamó Consenso de Washington.
En 1995 se le otorgó el premio a Robert Lucas por su teoría de las expectativas racionales, que despertó la total irracionalidad de la especulación financiera. En 1997, el premio recayó en Robert Merton y Myron Scholes, los inventores del método para la valoración de los derivados financieros que minimizaban el riesgo. Cuando la empresa que Merton y Scholes dirigían, Long Term Capital Management, quebró al año siguiente, con un costo de mil millones de dólares, quienes dieron el premio debieron sentir verguenza. La empresa fue rescata por Alan Greenspan en 1998.
Quizá para corregir el error la Academia Sueca entregó el año 2001 el premio a los economistas Joseph Stiglitz, George Akerlof y Michael Spence, quienes desde fines de los años 60 venían planteando su tesis del funcionamiento imperfecto de los mercados. Los premios a los economistas heterodoxos han sido bastante esquivos. Además, la gran mayoría ha recaído en economistas británicos y estadounidenses, siendo una de las pocas excepciones el premio al hindú Amartya Sen, en 1998.
El premio también acusa un severo sesgo de género: todos los premiados han sido hombres, ¿acaso no hay ninguna mujer economista que lo merezca? También hay quienes claman por eliminar este premio, dado los errores garrafales que se han cometido por llevar a la práctica modelos que funcionan muy bien en un pizarrón o en un software, pero que están ajenos a la realidad. Parte de este hecho lo confirma la creciente desigualdad que se ha gestado en las últimas décadas.
Si el premio a Paul Krugman el año pasado fue en consecuencia a reconocer la severidad de una crisis que hasta entonces muchos negaban, ¿qué hará mañana la Academia, ahora que muchos señalan que la crisis se bate en retirada?
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