Tal como en el lejano oeste, donde las fachadas eran de cartón piedra para simular prosperidad e importancia, así son las fachadas ocultas tras el fraude de la crisis subprime en Estados Unidos. Una oleada de pruebas demuestran que los grandes bancos, aquellos demasiado grandes para caer, incurrieron en prácticas fraudulentas en la ejecución de los préstamos hipotecarios, llegando incluso a cometer auténticos delitos.
Firmas falsas, documentos adulterados u omitidos, forman parte del trasfondo cada vez más oscuro de la actual crisis. Los grandes bancos contrataron a falsificadores para dar curso a los préstamos. De hecho hasta el presidente Obama ha sido objeto de robo de firma. Los bancos argumentan que esos son simplemente “vicios de procedimiento” que no afectan la calidad del sistema. Pero la realidad dice otra cosa.
Los fraudes de estas empresas implican una cadena de pasos claves y una estructura altamente organizada. El primer requisito es que exista crecimiento económico. Cuando la economía crece genera confianza e introduce la idea de solvencia hasta en los pocos solventes. Esto lleva al Segundo paso: conceder préstamos a los nuevos solventes, pues su solvencia les permitirá solventar los altos intereses del sistema.
Ambos pasos generan una retroalimentación positiva (u entropía positiva) que impulsa tanto al prestamista como al deudor en la espiral de la confianza. El tercer paso es el uso de las influencias recíprocas: Tanto del prestamista como del deudor, que ponen todo sobre la mesa para sacar adelante un crédito por 300.000 o 400.000 euros. La operación permite buenas ganancias y genera una alta rentabilidad durante la fase de expansión de la burbuja, dados los pasos uno y dos.
Cabe hacer notar que la expansión de la burbuja responde al mismo fenómeno del esquema ponzi: a medida que entra nueva materia prima demandante de crédito, dispuesta a cubrir los costos del préstamo, el gran globo de la burbuja se mantiene inflado, como un gigantesco Zeppelín surcando los cielos. Pero basta un pequeño crack, un pinchazo que desinfle el globo (es decir, caída en la clientela), para que nuestro gran Zeppelín se vaya a pique y arrastre con todo a su paso.
Interesa dejar en claro que en todo esto hay una parte de premonición. Es decir, se sabía que la burbuja era insostenible y por ello los hábiles ejecutivos de la banca diseñaron las dos opciones clásicas que permitieron mantenían el sistema anclado a tierra firme más tiempo del permitido. Con la sola salvedad de que en este caso lograban comprometer a los gobiernos y ciudadanos.
El primer mecanismo fue la creación de los Derivados de Deuda Colateralizada (CDO), que consistió en hacer paquetes con un gran volumen de estos prestamos hipotecarios y sacarles el timbre de la triple A, es decir hacerlos pasar por deuda de la máxima calidad, pagadera en toda circunstancia. El segundo mecanismo, curiosamente, fue asegurar estos CDO a través de los Derivados de Incumplimiento Crediticio (CDS), por si algo eventualmente fallaba y ocasionaba cierto barullo. Ambas operaciones cerraron el círculo del ganar-ganar. Porque ganaban si todo salía bien, y también si todo salía mal, algo que hasta hace algunos meses parecía un chiste de mal gusto.
Como vemos, no sólo Bernie Madoff estuvo involucrado en el millonario fraude. También miles de banqueros cometieron fraudes que hoy son investigados.
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