Los motivos del porqué se acometió en este país la fusión de las extintas cajas de ahorro, lamentablemente, lo conocemos todos, tan bien como nos duelen todavía las heridas abiertas por la terrible burbuja inmobiliaria que asoló España. Por lo general, lo que ya no se tiene tan claro es el cómo se acometió esta fusión, más allá de los eufemísticos titulares de los medios "commodity". Estos medios hablaban muchas veces a modo de cordón sanitario de forma aséptica sobre grupos financieros líderes y reforzados, sinergias, viabilidad, y un futuro que en algunos casos ha demostrado ser más del pasado.
Efectivamente, ha habido casos y casos, y no se puede generalizar en todos los aspectos que vamos a abordar en este artículo, pero a modo ilustrativo vamos a analizar un caso reciente que ha aparecido en todos los telediarios. Este caso concreto supone uno de los exponentes que nos va a servir para mostrarles cómo hay asuntos en este país que en general tendemos a gestionar rematadamente mal, contaminando el tejido empresarial y financiero, y suponiendo una rémora para el progreso socioeconómico en el medio y largo plazo. Las conclusiones que alcanzaremos tras este análisis, y las suyas propias que sacarán ustedes mismos tras leernos, probablemente sean calificadas por algún lector de descorazonadoras, y sin duda deberían servirnos para ser conscientes de qué camino no se debe tomar.
De los albores del boom inmobiliario a las cajas con una tóxica exposición al ladrillo
El malogrado boom inmobiliario, que más bien fue una colosal borrachera de deuda, acabó en explosivo estallido, dejando por todo el territorio nacional millones de heridos y cadáveres recalificados al calor de la burbuja. Fue el resultado de un gran error cometido por demasiados agentes económicos e institucionales, y aventurado por unos pocos (entre los que, para ser justo, he de incluirme). Mientras las propiedades se iban rotando a modo de "patata caliente", mientras los créditos fluían dejando números verdes en los balances bancarios, y mientras los onerosos tributos llenaban las arcas de Hacienda, nadie se preocupó apenas por hacernos caso a algunos analistas y por tratar de paliar la debacle que se avecinaba.
Pero la sinrazón se acabó transformando en una reversión a la realidad, y por el camino se quedaron esqueletos de edificios inacabados, promotoras desaparecidas, balances rotos, propietarios con viviendas invendibles en lugares donde nadie quería vivir, ingresos fiscales en caída libre, y, lo que más nos interesa en el análisis de hoy: créditos que dispararon las tasas de impagos, y que plagaron los balances bancarios de préstamos contaminados de morosidad. Demasiadas entidades optaron por ir escondiendo bajo asientos contables ambiguos unos montantes incobrables que suponían una auténtica bomba de relojería, y a los que irresponsablemente se les daba la patada para adelante con la ingenua esperanza de que la tormenta pasase y volviesen los tiempos de vino y rosas.
El máximo exponente financiero de la concesión de créditos eufóricos de la burbuja, del esconder en los balances unos zombis que se acabarían levantando para devorarnos a todos, de acabar suponiendo un riesgo para muchos pequeños ahorradores y grandes inversores, y de estar respaldados casi incondicionalmente por amiguetes políticos en su mayormente nefasta gestión, ha sido el sector de las malogradas Cajas de Ahorro.
El reciente ejemplo de Ibercaja que está en todos los telediarios
Antes de pasar a las lecciones que podemos sacar de todo esto, me gustaría exponerles un caso muy ilustrativo, que ejemplifica bastante bien varios temas de los que pretendo analizar con ustedes hoy. Es un caso que últimamente ha copado portadas de medios y titulares de Telediarios. Se trata de Ibercaja, un claro ejemplo que demuestra que en este país aún nos queda mucho camino por recorrer para empezar a hacer las cosas como mínimo algo mejor, o por lo menos no hacerlas tan rematadamente mal, y que para más inri acaben pagando justos por pecadores, como le ocurrió a esta saneada entidad aragonesa.
Les pondré brevemente en antecedentes. Corría el año 2012. Ibercaja había destacado en el panorama del sector financiero nacional por haber realizado una gestión bastante buena (y, por desgracia, poco frecuente entre las cajas) del riesgo inmobiliario y de su exposición al pinchazo de la burbuja del ladrillo. La mesura imperó mayormente en la entidad, y donde otras cajas llegaron casi en situación de quiebra técnica, Ibercaja podía sacar pecho con unos balances que eran la envidia de muchas otras entidades del sector.
Pero el estallido de las hormigoneras salpicó de forma desigual a las distintas cajas nacionales, y hubo muchas otras compañeras de viaje de la caja (originariamente) aragonesa que empezaron a temblar. Aquellos temblores se volvieron terremotos, y sobrevino el pánico. Pánico porque la exposición inmobiliaria salvaje que habían asumido de forma irresponsable no sólo empezaba a pasarles factura, sino que amenazaba con llevárseles literalmente con los pies por delante. En esta situación, unas cajas que indudablemente no es que tuviesen conexiones políticas, sino que formaban parte de la propia esfera política, empezaron a moverse entre bastidores para asegurarse la supervivencia.
Lo que debía ser una gestión financiera, era en realidad una gestión política
Muchas vergüenzas de los políticos quedarían expuestas con la caída de estos brazos financieros de las instituciones locales y autonómicas que eran las cajas. Además estaban los lazos personales (y hasta familiares) que unían en muchos casos a los políticos de la distintas administraciones con buena parte del cuadro ejecutivo y no ejecutivo de estas entidades. Así que la (mala) suerte estaba echada, y las entidades sanas sentenciadas, paradójicamente, a pesar de su buen hacer.
En la línea de vida de Ibercaja confluyó Caja3, compuesta por su hermana aragonesa Caja de la Inmaculada, además de otras dos cajas: Caja Círculo (Burgos) y Caja de Badajoz. Caja3 tenía una exposición a la morosidad sensiblemente superior a la de Ibercaja, frente a la que algunos jugadores del sector se mostraban incluso más que agobiados.
Pero el problema que se le avecinaba a Ibercaja no era ya sólo Caja3, el gran problema que quitaba literalmente el sueño a Ibercaja se llamaba Liberbank. Liberbank era el resultado de la fusión entre CajAstur, Caja Cantabria y Caja Extremadura. En el sector se sabía que sus balances estaban seriamente deteriorados. Pero llamadas en cadena de teléfonos rojos, y reuniones hasta altas horas de la madrugada, hicieron que se cerrasen las fusiones de cajas de aquellas maneras, con planes de las distintas administraciones que parecía que buscaban el titular del bajón febril del antipirético a corto plazo, más que el diagnóstico y tratamiento adecuado para la posible curación a largo plazo.
En esa ronda de fusiones, en la que se sorteaban algunos "premios" que no quería absolutamente nadie, a Ibercaja en concreto le tocaron Caja3 y Liberbank. Como pueden leer en esta noticia, la fusión a tres bandas se anunció en 2012. Pero duró poco la alegría en casa del pobre (creditodonante), y en menos de cinco meses Ibercaja rompió su acuerdo de fusión, como pueden leer en esta otra noticia. El detonante fue una bomba en forma de auditoría que reveló el estado financiero de Liberbank (y también de Caja3). La auditoría de la banca española realizada por la consultora Oliver Wyman arrojó que, en el escenario más adverso de los tests, por separado, Liberbank necesitaba 1.198 millones de euros, Caja3 779 millones, y la saneada Ibercaja en solitario tan sólo requería de 226 millones (a pesar de su tamaño).
Esta auditoría dió argumentos de simple y llana supervivencia a la dirección de Ibercaja para oponerse a una fusión que podría haberle arrastrado a un pozo sin fondo: por que se hagan la idea de la magnitud del problema al que se enfrentaron algunas cajas sanas con aquellas fusiones, en el grupo resultante de la fusión, Liberbank iba a suponer ni más ni menos que un 45,5%. No es que Ibercaja fuese a tener que arrastrar un vagón más, es que iba tener que tirar de otro tren completo de su mismo tamaño, que no tenía ya carbón en su caldera, y que además necesitaba de serias reparaciones.
Mención especial merecen los resultados de la auditoría a Caja3, que si bien requería en el escenario más desfavorable unos 500 millones de euros menos que Liberbank, esta necesidad venía de un grupo que en la entidad resultante de la fusión suponía tan sólo un 8%. Su situación parecía por lo tanto mucho más deteriorada en términos relativos, pero al fin y al cabo en términos absolutos resultaba más digerible para Ibercaja, lo cual, debió ser uno de los factores decisorios en el movimiento final. Con este movimiento Ibercaja pasó a consumar una adquisición de Caja3 (que ya no fusión), según pueden leer en este enlace, y en cuya decisión es probable que también influyese la proximidad geopolítica de una caja que, al fin y al cabo, era hermana y compartía esferas e influencias públicas.
¿Cuál es el desenlace final y quién está pagando los platos rotos de las fusiones que resultaron fallidas?
Pues adivinen... ¿Quién si no va a pagar los platos rotos y el festival de teléfonos rojos sonando a coro hasta altas horas de la madrugada? ¿Quién podría ser? Una pista: los de siempre, una plantilla que, a pesar de que su entidad estaba saneada, y de que en su casa el boom y la posterior crisis se gestionaron bien, debe sufrir ahora un ajuste que mayormente le ha venido heredado de terceros. Como pueden leer en esta noticia, efectivamente, a partir de aquellos episodios nacionales (o más bien de "escopeta nacional"), Ibercaja empezó un goteo incesante de ERES, que además van a más en volumen conforme pasa el tiempo.
Alguno argumentará que esos EREs son de prejubilaciones y bajas incentivadas, y que por lo tanto no son traumáticos para la plantilla de empleados. Si bien es cierto que depende del buen (o mal) hacer de cada departamento de Recursos Humanos concreto, no es menos cierto que el carácter voluntario de un ERE no tiene por qué ser garantía de que no sea traumático, sino más bien tan sólo algo menos traumático de lo que podría llegar a ser. A lo largo de mi trayectoria profesional, un servidor ha tenido ocasión de poder ver cómo se implementan en la práctica algunos de estos EREs "no traumáticos".
Aunque es verdad que en estos EREs hay prejubilaciones y bajas verdaderamente voluntarias, también es cierto que conozco bastantes casos de empleados que fueron "invitados" a irse "voluntariamente". A los que no lo hicieron, se optó por "persuadirlos" para que acabasen aceptando su fatídico y "voluntario" salto a los tiburones, al más puro estilo corsario. Si ni aún así la empresa logra su objetivo de bajas, entonces se opta en muchos casos por el ERE abiertamente traumático, y se desenfundan los cuchillos largos. Como ven, lo de no traumático puede ser muy relativo. Si en concreto el ERE de Ibercaja va a ser no traumático de los de verdad, es algo que sólo lo saben algunos directivos (y tal vez ahora mismo todavía no lo sepan ni ellos mismos), y con el tiempo lo irán sabiendo también los empleados y todos nosotros. Por el bien de la plantilla, esperemos el buen hacer de las políticas de Recursos Humanos en la ribera del Ebro.
Obviamente, la adquisición de Caja3 no es el único motivo que tiene la entidad para reducir plantilla en esta época de la transformación digital, pero sin duda aquella adquisición ha puesto a Ibercaja en una situación mucho más delicada en ciertos aspectos, lo que no ha podido hacer más que intensificar y potenciar la necesidad del ajuste. Al mismo año siguiente de que Ibercaja iniciase el proceso de fusión, ya empezó con los ERES: en 2013 el número de bajas fue de 243; en 2014 de 287; y en 2015 de 300.
En 2017, la cifra que ha llevado a Ibercaja a los titulares es que ya tiene un nuevo ERE, pero esta vez duplicando como mínimo en despidos a cualquiera de los anteriores: va a prescindir de prácticamente 600 empleados, como pueden leer en esta reciente noticia. Esta cifra supone, sobre una plantilla de unos 6.000 empleados, ni más ni menos que alrededor del 10%. Una cifra relevante, especialmente en el sector de aquellas extintas cajas de ahorro, que fueron uno de los más ondeados estandartes del puesto de trabajo seguro para toda la vida.
Las lecciones que nos dejan este tipo de fusiones cerradas en falso
El ilustrativo caso analizado podría ser uno de los exponentes de cómo la fusión de cajas supuso en ciertos casos un cierre en falso, una mera patada hacia adelante. Los políticos de entonces estaban preocupados por dar la sensación de que estaban regando algo, más que por aplicar el sentido común y poner las semillas de las que brotase un nuevo sector financiero reforzado. No quisieron darse cuenta de que, si juntas en una bolsa varias manzanas podridas, el hecho de que en conjunto pesen más, no va a dejar de hacer que el pastel resultante tenga un intenso sabor a podrido: es más, lo que iban a tener es un pastel podrido mucho mayor.
Así que el problema ha seguido más que latente, y en el panorama financiero nacional había varios pasteles hediondos de manzanas negras que alguien se tenía que comer, sabiendo que, como mínimo, podían provocarle una grave gastroenteritis digna de Unidad Cuidados Intensivos. Ahí es donde la decía que entraron en funcionamiento los teléfonos rojos y las reuniones hasta altas horas de la madrugada, puesto que, cuando las propuestas no eran justificables, debió de tenerse que recurrir a otros métodos para persuadir, más allá de la mera lógica empresarial y financiera.
Uno de los aspectos más preocupantes de este asunto es que, al contrario de como puede ser comprensible en el caso de los grandes grupos financieros, muchas cajas no eran entidades sistémicas. Es cierto que en conjunto podrían acercarse algo más a serlo, y no era despreciable el riesgo de que hubiesen podido desencadenar una cierta crisis de confianza en el sector financiero español. No obstante, aunque realmente las cifras totales de las cajas podían ser (muy) preocupantes, lo de sistémico se jugaba en otra liga.
El tema parece apuntar más bien en otra dirección, habida cuenta de cómo se han llevado a cabo ciertas fusiones en las que quedaba claro que una de las premisas era que ciertos directivos (y también empleados) no perdiesen su sillón. No podemos olvidar que las cajas eran una extensión (y hasta parte) del sistema político, y entraban por lo tanto en el círculo vicioso del consiguiente amiguismo parasitario de nuestra sociedad. Efectivamente, con los años ha quedado claro que la fusión de las cajas se cerró en falso en varios casos, y la causa originaria de tan fatal desenlace probablemente debamos buscarla en la conveniencia de tapar las vergüenzas de ciertas administraciones locales y autónomicas del momento, y por supuesto también por la inquebrantable voluntad de poner a salvo a esos cuñados. Esos que no verían peligrar su sillón ni aún cuando en las nuevas entidades fusionadas sacasen los cuchillos largos (como ha acabado ocurriendo ahora), una vez que el balón ha dejado de rodar tras la patada hacia adelante.
Pero lo más terrible del asunto no es todo lo anterior, algo más bien tan obvio como evidente para cualquiera que en nuestro día a día se atreva a asomarse de vez en cuando a los telediarios. La conclusión más terrible es que, en España, no se penaliza al mal gestor, cuando se le debería dejarle caer víctima de su propia incompetencia, y tampoco se deja que las compañías bien gestionadas vayan creciendo y haciéndose justamente con una mayor porción del pastel. Eso por no hablar de que, en algunos casos, incluso procedía más abrir causas judiciales y depurar responsabilidades. No contentos con eso, además, a base de teléfono rojo se llama a las compañías saneadas que sí que hicieron sus deberes, y que oportunistamente fueron sólo vistas como tablas de salvación. La fatal causa de esa pervertida visión es que sus balances, saneados a base de esfuerzo y buen hacer, resultó que admitían deteriorarse seriamente para poner a salvo el puesto de los que hicieron una gestión irresponsable y cometieron numerosos desmanes.
Algunos se escudarán en que no sabemos cómo funcionan las cosas en realidad. El tema no es ése, sabemos perfectamente cómo funcionan las cosas, el tema es que, además, nosotros también tenemos muy claro cómo no deben funcionar bajo ningún concepto.
A largo plazo, lamentablemente, en nuestra socioeconomía esto tiene las peores consecuencias que puede tener para lograr una buena gestión empresarial en nuestro país. Y es que, si en general solemos ver que "aquí nunca pasa nada", que casi nadie depura responsabilidades, que se pueden jugar el tipo para ver si suena la campaña y cobran el bono al 200% porque si la jugada sale mal vendrán a hacerse cargo de ellos, que el político de turno además ya se preocupa de montar un aborto de collage organizativo para que sus acólitos no pierdan sus puestos... Y por el otro lado, si solemos ver que la buena gestión no se ve recompensada en términos de mercado, que los empleados de una compañía bien gestionada acaban bajo la espada de Damocles de un ERE que afecta a todos por igual, que al que se ha esforzado por mantenerse en pie va y le cargan en la mochila para que lleve a cuestas muertos que no le corresponden...
Si vemos que todo esto suele ser así, ¿A qué tipo de calidad de gestión empresarial y de motivación laboral podemos aspirar en este país? Y no es que no haya buena gestión, como en el caso de nuestro análisis queda demostrado que "haberla hayla", pero aquí algunos parecen empeñados en tapar sus propias vergüenzas con aquello de que, como a la pena, "la buena gestión, si no muere, se la mata". ¡Qué país!
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