La bolsa es un juego de expectativas. Uno compra si cree que el precio va a subir, y vende si cree que el precio va a bajar. Y esas "creencias" respecto al precio futuro se forman a partir de un cúmulo de datos, información, rumores, conocimientos, intereses de los medios, percepciones... es decir, algo de objetividad y mucho de subjetividad.
En pura teoría, los mercados financieros son mercados eficientes, y la valoración de una compañía en bolsa es la más ajustada a su valor real. Pero eso es en teoría, en un mercado perfecto, con multitud de compradores y vendedores que disfrutan todos de la misma información... lo cual no es nunca cierto.
El pasado lunes, Steve Jobs aparecía en una de sus ya célebres keynotes (vamos, una presentación de sus productos que hace de forma regular). Los fanáticos de Apple siguen estas keynotes como si fuesen un oráculo: ¿un nuevo ordenador? ¿un nuevo sistema operativo? ¿un nuevo aparatito?. Y los mercados financieros también: ¿qué as se guardará Apple en la manga para sorprender durante los próximos meses?
Y a medida que Jobs va desgranando información (celosamente guardada hasta el momento), los mercados ajustan sus expectativas. Si lo que dice resulta atractivo y la gente cree que puede significar un aumento del valor de la acción, se van corriendo a sus teléfonos y a sus ordenadores para cursar peticiones de compra de acciones, provocando efectivamente esa subida. Y si lo que dice resulta insustancial, la gente corre igual, pero para ordenar venta de acciones provocando una caída del precio de la acción.
Esto es lo que sucedió con la última keynote, considerada por muchos como la más floja de todos los tiempos, y ante la que los mercados reaccionaron (prácticamente de inmediato) forzando una caída de la acción como se ve en el gráfico. Es una demostración palpable de cómo los mercados son sensibles a los flujos de información, y del riesgo que supone jugarse el todo por el todo en un único suministro de información.