La ecología es algo que cada vez preocupa más. El calentamiento global es un hecho sobre el que hay consenso científico y las altas temperaturas del año pasado y del invierno parecen darles la razón.
Precisamente por eso cada vez más ciudadanos, administraciones y empresas toman decisiones basadas en la ecología. Sin embargo no es oro todo lo que reluce, ciertos comportamientos pueden ser antiecológicos a pesar de lo que pensamos.
Por ejemplo, una decisión de un ciudadano podría ser cambiar su coche por uno menos contaminante (eléctrico o híbrido). El gesto es encomiable, pero no tenemos en cuenta lo que contamina crear este nuevo coche. Puede que lo más ecológico sea mantener el coche supuestamente contaminante, alargar su vida para evitar que se fabriquen nuevos.
Otra decisión que estamos viendo en muchas administraciones es el cambio de bombillas de farolas y semáforos por tecnologías de menos consumo, como la LED. Sin embargo espero que hayan hecho un análisis de coste por un lado y por otro de contaminación, porque quizá tenga más sentido cambiar únicamente las bombillas que se funden y no todas de golpe, tirando a la basura elementos funcionales y sustituyéndolo por nuevos que han tenido que ser producidos (y contaminando el planeta en el proceso).
Otra actitud que podemos ver es que una empresa decida trasladarse a un nuevo edificio más eficiente energéticamente. Si el edificio ya está construido no se añade contaminación, pero no tenemos en cuenta el cambio de comportamiento de los trabajadores. Si la empresa se traslada a una zona alejada y mal comunicada puede que sus trabajadores contaminen más para ir a trabajar (y además la empresa externaliza todo ese extra de contaminación).
Por tanto a la hora de tomar decisiones basadas en la ecología hay que analizar muy bien las consecuencias de las decisiones ya que a veces no todo es tan sencillo y evidente como podría parecer.
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