En las empresas es habitual oír hablar de lo importante que es ser eficiente. Que los recursos se usen de forma adecuada y que sean productivos. También se habla mucho, en el ámbito público, de la eficiencia en el uso del dinero de los contribuyentes. Que cada euro recaudado tenga un propósito y aporte un beneficio claro a la sociedad. Y tiene sentido. En un mundo ideal.
En el mundo real lo cierto es que un exceso de eficiencia nos hace vulnerables. Muy vulnerables. Cuando vienen los cisnes negros, los eventos inesperados pero que suceden con más asiduidad de lo que pensamos, las eficiencias pasan factura.
La eficiencia en las empresas
Una empresa hipereficiente sería aquella en la que no sobra ni falta un trabajador, en la que todo el mundo tiene bien definida su función y no hay tiempo sobrante. Los euros del capital que financia la empresa se exprimen a tope y logran el mayor beneficio posible.
Sin embargo, en una situación así, en realidad la empresa se encuentra en un equilibrio muy inestable. Cualquier pequeño cambio, como la enfermedad de un trabajador o que se vaya a otra empresa, trastocaría todos los planes.
Es más, una empresa donde los puestos de trabajo están perfectamente dimensionados no tiene margen para crecer. No se puede contratar a alguien de un día para otro y que además esté a velocidad de crucero de forma inmediata, por lo que es conveniente que las empresas tengan un cierto sobredimensionamiento de personal para absorber tanto los picos de trabajo como un crecimiento del volumen de negocio. De lo contrario cualquier evento podría trastocar la supuesta eficiencia de la empresa.
La eficiencia en el comercio mundial
Otro ejemplo que podemos ver de que las eficiencias no siempre son buenas es el caso del comercio mundial. Durante décadas ha aumentado su eficiencia. Las fábricas, en lugar de tener stocks que costaban dinero y espacio, se iban dedicando cada vez más al just in time, donde los productos llegaban en el momento de la producción, ganando en eficiencia.
Sin embargo un evento como el covid-19, que trastocó toda la cadena de suministro, ha afectado más a las empresas más eficientes. Un claro ejemplo son las compañías automovilísticas, que no suelen contar con stock, que hacen compras pensando únicamente en los forecasts y que han visto como ahora, dos años después de un "cisne negro" de libro no son capaces de producir todo lo que les pide el mercado.
Pero este "cisne negro" no solo ha afectado a las empresas finales. La propia cadena de suministro era muy eficiente para ser competitiva y se ha visto que no era capaz de absorber una mayor demanda mundial de productos por falta de barcos, contenedores, capacidad de los puertos, almacenes y un largo etcétera.
La eficiencia en las inversiones públicas
Todos estamos de acuerdo en que hace falta una cierta eficiencia en las inversiones públicas. Pero tenerlo todo medido al milímetro no es la mejor de las ideas. Un ejemplo claro lo vemos en la crisis del gas que estamos viviendo en Europa debido a invasión de Rusia a Ucrania.
Alemania tiene que buscar fuentes alternativas al gas ruso, pero no tiene (¡ni una!) centrales de regasificación. No puede recibir gas por barco, solo por gaseoductos. Ya están intentando arreglarlo pero les va a costar tiempo y dinero.
En el otro extremo está España, que tiene la mayor capacidad de Europa en cuanto a regasificación. Y eso que tenemos también gaseoductos que nos conectan con un país productor, como es Argelia.
En estos momentos España podría estar suministrando gas a Europa pero la UE decidió hace tiempo que la conexión de gas de la Península Ibérica con el resto del continente no era económicamente eficiente. Los eventos geopolíticos han demostrado que no eran la mejor decisión, sobre todo cuando los movimientos de Rusia no son nuevos.
Lo que la biología nos enseña de la eficiencia
La biología nos puede enseñar claramente que las redundancias son importantes. Tenemos dos riñones a pesar de que con uno podía funcionar el cuerpo. Los cerebros son capaces de recuperarse de enfermedades que destruyen parte de las neuronas, generando conexiones nuevas que sustituyen. Es decir: el cuerpo tiene ineficiencias, exceso de órganos, que nos preparan para posibles fallos que no suelen ser muy comunes.
Visto todo lo anterior se puede concluir que buscar únicamente la eficiencia no es una buena idea. Tampoco lo es el derroche: ni una empresa puede tener la mitad de la plantilla ociosa, ni la cadena de suministro puede tener el doble de barcos por si acaso, ni creo que España sea el ejemplo de nada (tiene claramente un exceso de regasificación, está en el extremo contrario de Alemania), ni los cuerpos pueden tener todo duplicado porque tendrían que consumir muchas más calorías y muchos morirían por inanición.
Pero lo que está claro es que tener ciertas redundancias es bueno para la economía y los ejemplos recientes son una muestra de ello.