Poco a poco parece quedar en claro que sin creación de empleo no hay recuperación. Hace 80 años, John Maynard Keynes, en plena Gran Depresión, propuso que en las crisis severas los gobiernos debían estimular con fuerza el empleo, para que los trabajadores pudieran consumir y gastar más y con ello impulsar la demanda. Si aumentaba la demanda, las empresas invertían más y contrataban a más trabajadores, permitiendo la retroalimentación del ciclo productivo. Una vez que la economía estaba en marcha, el Estado podía dejar de ejercer labores productivas.
Casi un siglo más tarde, y en medio de la mayor crisis financiera conocida, otro presidente estadounidense vuelve a echar mano a esta antigua receta, desatando fuertes tensiones al interior de la Casa Blanca. Para muchos estos planes de estímulo no aportan nada a la economía y solo incrementan el déficit. Pero no existe otro camino y así lo ha entendido el presidente Obama, quien ha propuesto un colosal plan de infraestructuras para expandir el gasto y estimular la economía. La receta de Keynes vuelve a ponerse en práctica aunque en un contexto bastante diferente por el abultado déficit. Pero el apremio de las elecciones de diciembre obliga a actuar ahora antes que la crisis se desbande. No hay otra medida de política posible y el fantasma que ronda por la Casa Blanca es la letra W: el riesgo de que la economía sufra una seria recaida.
Como en esas acciones desesperadas, esta es la única medida que queda, y el problema es que nadie sabe si ya pasó el momento La mayor economía del mundo ha caído en lo que el propio Keynes bautizó como “la trampa de liquidez”. Una situación en la cual los estímulos monetarios no tienen ningún efecto sobre la actividad económica porque la tasa de interés ya está a un nivel tan bajo que los agentes económicos demandan cantidades ilimitadas de dinero sin invertirlo ni reintegrarlo a la producción.
La medida de Obama resuta tardía y lo más probable es que el megaplan fiscal sólo amplifique los fuertes desequilibrios provocados por el desorden financiero que tiene a Estados Unidos al borde de la quiebra. Para algunos, Obama vuelve ahora a errar el disparo al no atacar problema de fondo: la pérdida de competitividad en manos del gigante asiático de China. El presidente lo sabe. Pero el objetivo final es evitar que la recuperación de la competitividad llegue por el lado más doloroso: más desempleo, más caída en los salarios y más recesión.
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