Trump quita a la insumisa California su capacidad para legislar por su cuenta contra el cambio climático

En el oasis anti-climático en el que se ha venido convirtiendo Estados Unidos desde que el César Trump alcanzase la Casa Blanca, desde la capital se habían extendido los dominios del imperio petrómano hasta los confines del Mare Nostrum y más allá allende los mares, y ahora reina la (anti)pax romana en todo su imperio. Las legiones romanas y sus centuriones imponían el derecho romano allí por donde pasaban, y las obras de (des)ingeniería romana para desmontar la comunidad pro-clima prosperaban a buen ritmo en todas las urbes.

Pero cuidado, ¿Qué es este pequeño estado a orillas del Pacífico? Efectivamente, el rodillo anti-clima había allanado casi todas las calzadas romanas salvo por unos pocos irreductibles californianos, que se empeñaban en conservar su esencia más concienciada medioambientalmente. Los rebeldes californianos no se rendían ante las tropas del César, y de hecho se regían por sus propias leyes vigentes dentro de su aldea estatal. Hasta que allá en la capital del imperio el César decidió pasar a la acción y conquistar legislativamente al irreductible estado rebelde.

EEUU asiste consternado a un quirófano político realmente delirante, en el que incluso algunos ciudadanos participan en blandir bisturís

Debemos empezar diciendo que en este análisis no pretendemos entrar en el eternizante debate sobre el cambio climático. Y no es que sea porque no nos atrevamos desde estas líneas con el tema: de hecho, ya hemos escrito largo y tendido varias veces sobre ello. La razón es simplemente que lo considero un hecho tan mayormente probado, que el debate en sí mismo ya no me despierta apenas interés. Pero por no defraudar a los todavía sedientos de debate y dialéctica en este campo, les dejo una excelente pieza periodística al respecto que la reputada publicación The Economist publicó ayer mismo, y que resolverá prácticamente todas las dudas climático-económicas que a día de hoy les puedan quedar (todavía).

Más allá de la pequeña licencia de haber tratado de hacer una introducción con un poco de sentido del humor, en realidad este tema es todo un drama digno de un serial televisivo. En el río tan revuelto que han conseguido que sea la política de EEUU, han pasado ya de lo turbio a lo realmente agitado, más propio de las aguas bravas.

Lamentablemente, hoy ya no estamos hablando de muros a largo plazo, ni de que se haya puesto fin a la transparencia que suponía que cada nuevo presidente entrante aportase su declaración de impuestos (que por cierto, casualmente California está tratando de forzar por su cuenta a que Trump la revele), ni tan siquiera de que desde una presidencia se pretenda dictar totalitariamente en todo lo que se hace en el país, llevándose por delante incluso a reputadas instituciones independientes como la FED.

No, ahora la cada vez más autoritaria línea de mando de la Casa Blanca ya ha rebasado todo esto (y de sobra). La última noticia que nos trae la convulsa realidad política de aquel país es que Trump, no sólo ha abogado abierta y públicamente por los intereses de las petroleras, no sólo ha denostado y hostigado a esa comunidad científica que ya predijo el cambio climático, no sólo ha afirmado que sacará a su país de aquel prometedor tratado de París que aún llegaba a tiempo (al menos más probablemente que ahora, y con todas las graves consecuencias en la lucha contra el cambio climático), no sólo tiene una relación estrecha y muy confidencial con mandatarios de potencias vitalmente dependientes del petróleo. Por cierto, algunas de esas relaciones se mantienen sospechosa y mayormente a puerta cerrada, e incluso prohibiendo por contrato a la traductora siquiera revelar absolutamente nada de lo que oiga de puertas para adentro.

Ahora Trump está ya entrando en un nuevo y peligroso terreno, y ha empezado a revertir el derecho federal existente, trasgrediendo décadas de legislación establecida. Literalmente, Trump ha quitado a California la potestad de imponer estatalmente su propia legislación estatal para combatir por su cuenta el cambio climático. Los californianos están consternados, y el descontento general y el sentimiento anti-Trump cotiza todavía más al alza que antes en aquel populoso estado. Poco debe importar realmente nada de esto en el Despacho Oval. ¿Cuál será pues el verdadero objetivo que justifica embarcarse en una cruzada que puede tener incluso un alto coste político (aunque sea de oportunidad pudiendo ganarse a un electorado adverso)?

Este dardo legislativo de Trump concretamente no es tan visceral, y parecería estar estratégicamente dirigido

Pero Trump tenía un serio problema con California y su legislación estatal pro-clima. El problema no era sólo ya la legislación local de aquel estado, lo realmente amenazador para los poderes fácticos era cómo el sector del automóvil había hecho de los estándares californianos un estándar a nivel nacional (los fabricantes no producen diferentes vehículos para cada estándar estatal), además de que buena parte del tejido empresarial estadounidense en general también se había auto-organizado por sí mismo ante la inacción (o más bien ataque) de la Casa Blanca, y se estaban alumbrando numerosas iniciativas, políticas, y protocolos en la lucha contra el tristemente omnipresente cambio climático.

Por si este acto de insumisión estatal no fuera poco para el autoritario Trump, ya no sólo era cómo las empresas a nivel federal se estaban dejando guiar por la legislación del que además es el estado más populoso de Estados Unidos. Es que a los poderes fácticos se les iban los intereses de la mano, pues el hecho es que la legislación californiana se estaba extendiendo como un reguero de pólvora por otros estados que ya llegaban en torno a la docena, concienciados también con el cambio climático, y que se hacían así eco político y empresarial del un cada vez más ensordecedor clamor popular al respecto. Aunque claro, de nada sirve que el clamor sea efectivamente ensordecedor cuando de sordos intencionados va el asunto, pero a juzgar por la violencia de los últimos golpes, los sordos empiezan a andar ya algo desesperados.

El objetivo de Trump no parecen ser en esta ocasión sus propias políticas ni sus rotundos e incuestionables convencimientos personales, ni tan siquiera parece ser ahora mantener contento a su electorado, para el que el cambio climático es un asunto cada vez más importante y en el que demandan soluciones, especialmente los más jóvenes. Ahora ya estamos viendo cómo por algún otro motivo se inmiscuye sin mayor necesidad política en la política estatal de estados que ya no le votaban mayoritariamente como es el caso de California, a riesgo de convertirse en un ser político todavía más impopular allí y en otros lugares, al haber cogido y eliminado de un plumazo la capacidad que tenía el estado de California hasta el momento para aprobar su propia legislación en cuanto al cambio climático. Así, Trump ha revertido una capacidad legislativa de hace más de una década que concedió a California una dispensa legal a la hora de aplicar el Clean Air Act de 1970, permitiéndole establecer sus propios estándares más restrictivos al margen de los federales. Tras ello, el estado ya no podrá imponer sus propios límites de emisiones, que eran sensiblemente más restrictivos que los del conjunto federal.

Trump justificó su decisión por Twitter, argumentando que va a conseguir que los automóviles sean mucho más baratos y sustancialmente más seguros, como si la decisión no tuviese nada que ver con su conflicto político general con este estado. Pero lo cierto es que la propia industria ya manifestó a Trump que no era deseable una vuelta atrás así en la legislación, y de hecho, como muestra de su oposición, las principales automovilísticas firmaron al margen de la administración federal un acuerdo con California por el que se comprometían a asumir una legislación más restrictiva si la federal sufría una marcha atrás.

En el fondo, todo argumento se puede retorcer, y también toda ley. Es una práctica ya tristemente habitual que asistamos a ver cómo los estilos de mando autoritarios, que empiezan a imperar peligrosamente en las democracias occidentales, explotan los resortes legales de todo tipo, y llevan los límites políticos, legislativos y empresariales hasta el extremo (pero el extremo extremo), o incluso más allá (sin despeinarse tan siquiera). Con el tema de California, Trump parece estar optando por un inmisericorde y despiadado "si no puedes con tu enemigo, elimínalo a él". Más legislativamente bélico no puede ser el asunto: lo es casi al mismo nivel que hemos visto en la comercial guerra del diésel con la que se ha torpedeado la economía europea.

Pero lo realmente dramático de todo este asunto es que, con el que parece demostrar que considera su enemigo, además Trump estaría canalizando unas maniobras anti-clima que, en última instancia, van a eliminar el futuro de todo el planeta en su conjunto. Porque los que antes decían que los científicos mentían y que no iba a haber ningún cambio climático, ahora se desdicen y admiten que sí que lo hay, pero que es que no es por los gases efecto-invernadero. Dentro de poco dirán que sí que hay cambio climático, y que sí que hay una parte achacable a los gases efecto invernadero (que, al menos en EEUU, es la principal fuente), pero que la culpa en realidad es del metano de las ventosidades del ganado vacuno. Cualquier cosa por rocambolesca que pueda ser con tal de no admitir un grave error propio.

Y mientras mantenemos airados debates, y algunos se desdicen y mutan de argumentos, el resto vamos contemplando con impotencia cómo poco a poco van subiendo cada año las temperaturas de los termómetros, pregutándonos hasta dónde llegará el mercurio (y en el futuro el agua), y esperando que la nueva mutación de opinión sea la definitiva, y nos permita ponernos juntos manos a la obra para por fin trabajar todos a una en revertir (si estamos a tiempo) un problema global en responsabilidad y en damnificados.

Así que, toda rectificación debe ser bienvenida, porque no hay peor error que persistir en los errores incluso cuando la realidad les va demostrando que estaban equivocados. Los baños de realidad es lo que tienen: sólo te quitan todo lo pardo cuando ya estás sumergido hasta las orejas. Por el bien de todos, esperemos que en esta ocasión se trate sólo de una mera ducha de realidad.

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