La primera es la más habitual, y es la dedicación de "tiempo" a los clientes. Son las horas de un consultor, por ejemplo. Y ahí nos encontramos con el problema de que nuestro deseo de cobrar cuanto más mejor se enfrenta a la necesidad de mantener tarifas horarias reducidas para ser competitivos. La única forma de mejorar esta actuación es mejorar la percepción del valor añadido por parte del cliente, aunque en todo caso siempre tendremos que dedicar nuestro tiempo (con un coste de oportunidad elevado). Una forma de apalancar ese conocimiento es transmitir ese conocimiento a otros para un uso posterior. Hablamos de talleres, conferencias, cursos de formación, etc. Seguimos dedicando tiempo, pero el mismo tiempo invertido puede tener una repercusión mayor (y por lo tanto un valor proporcionalmente mayor).
El paso siguiente de este esquema es transformarlo en una suerte de esquema piramidal: transmitir a otros nuestros conocimientos para que éstos lo trasladen a terceros, cobrando por ello una comisión. De esta forma, nuestro conocimiento empieza a trabajar por nosotros sin que nos cueste más tiempo.
Y el paso final es trasladar esos conocimientos a soportes que el "cliente" puede autoservirse. Libros, blogs, podcasts... cualquier soporte que sea susceptible de ser transmitido. De esta forma, el conocimiento convertido en contenido se convierte en un generador de ingresos pasivos. Y hay tantas formas de empaquetar un contenido que podremos encontrar justo a las personas que lo necesiten.