El furor por los préstamos de alto riesgo vuelve a Wall Street: no aprendemos

Si hay una máxima en economía es que la Historia (económica) se repite. Pero a veces lo hace incluso con una tasa de repetición asombrosa, máxime cuando los destrozos socioeconómicos causados por los desmanes anteriores todavía mantienen al cadáver caliente sobre la mesa del mortuorio.

Así ha sido en el caso de aquellas funestas hipotecas subprime, que se prodigaron por todo Estados Unidos dando dinero a espuertas a clientes con un perfil crediticio que mostraba evidencias de que nunca podrían repagar la deuda. El resto de la historia ya la conocen perfectamente, y tan perfectamente que les sorprenderá asistir ahora a una reedición del furor que de nuevo hacen en Wall Street los créditos de alto riesgo. No, no aprendemos; o mejor dicho: algunos no aprenden (ni quieren aprender).

Las hipotecas subprime eran hipotecas basura, y además alguien puso en marcha el ventilador

Como les decíamos, esas hipotecas subprime concedieron dólares y dólares a personas sin capacidad de repago, sin aval, sin líquidez, sin un contrato estable, sin una nómina holgada… y muchas veces incluso sin trabajo. Pero nada de esto importaba en aquellos locos años dos mil en los que la felicidad se compraba a base de deudas, y en los que sólo se pretendía cobrar el bonus trimestral por haber colocado otros cientos de hipotecas a cualquier precio.

Además, estos podridos títulos se disfrazaron bajo la ingeniería financiera más innovadora: fueron paquetizados, troceados, y vendidos… con el letal resultado de que ese cancerígeno riesgo crediticio fue diseminado por todo el sistema. Y aquellas hipotecas subprime llegaron a acabar hasta en cartera de inversores que no tenían ni la más remota idea (ni era posible saberlo a ciencia cierta aunque lo intentasen) de lo que les habían vendido en realidad, pues venía sazonado con irreales calificaciones de las agencias calificadoras.

Así el veneno estaba inoculado por todo el mundo financiero, pero el fin último que fue a la vez el origen de todo estaba conseguido: se cobraron los bonus de aquellos “colocadores a discreción” de créditos fáciles a clientes imposibles.

Aquel ”En España no hay hipotecas subprime” para ponernos la venda ante el precipicio

Aquellas subprime que eran deuda de alto riesgo fue en Wall Street donde empezaron a hacer furor. Pero la moda se extendió rápidamente por buena parte del sistema capitalista mundial. Ya saben, se popularizó aquello de “coge el dinero y no mires atrás”, pero es que en este caso es hacia adelante hacia donde debían mirar, y tampoco lo hicieron. Así conozco varios casos de familias de clase media que se hipotecaron por el 120% del valor de tasación, y con ese dinero se compraron el piso, amueblaron la casa, y se compraron dos coches de alta gama. ¿Entienden lo de que no miraban al futuro (ni los hipotecados ni los que les daban el dinero)?

Recuerdo incluso a todo un presidente del gobierno anunciando taxativamente que en España no había por qué preocuparse, que estábamos asistiendo a una mera tormenta financiera en los mercados sin consecuencias en la economía real. Además, este presidente afirmaba con rotundidad que en España no había hipotecas subprime, y que no corríamos el mismo peligro que los estadounidenses. No les voy a decir que estas afirmaciones no eran precisas, es más: les voy a retar a que encuentren en ellas algo que fuese mínimamente cierto.

En España sí que había hipotecas subprime, pero pasó un tiempo precioso (y perdido) hasta que se admitió el problema (y por supesto sólo se hizo para culpar a otros. Tal vez no existiesen con ese nombre y catalogación oficial. O tal vez no como deuda titulizada y revendida al por menor de forma masiva. Pero subprimes las había en España y muchas. Hipotecas sobre bienes inmuebles a precios astronómicos, colocadas a clientes sin apenas recursos económicos, sin contrato estable, ni una nómina generosa… No importaba apenas nada para muchos gestores de aquellos talonarios fáciles, y para aquellos clientes que creían que el dinero se lo regalaban porque crecía en los árboles.

Y claro, con la depresión inmobiliaria española, bajó la marea, y quedaron al aire las vergüenzas de los que se creyeron ricos sin serlo, y también de los que quisieron hacerse ricos a costa de sembrar los balances bancarios de deudas incobrables. La doble pinza de unas deudas que no podían pagar, un valor de su piso a la baja, y una alta probabilidad (o en muchos casos certeza) de caer en situación de desempleo, hizo que por ejemplo muchos extranjeros optasen por volver a su país y desentenderse de sus obligaciones deudoras, optando por las bravas por una forzada dación en pago sin (por entonces) cobertura legal.

A ello hay que añadir también todos los bienes embargados a ciudadanos que no podían pagar sus deudas, y que además de dejar a miles de famlias en la calle, también contribuyeron a pudrir los balances contables de la banca con más pisos sobrevalorados. Y esto en un panorama que, para el banco, era similar al de los extranjeros en paradero desconocido: el banco se quedaba con un piso por el que le pagaban menos del importe de la deuda de la hipoteca que pretendía saldar. Vamos, que no era la cuadratura del círculo: era ponerle ruedas cuadradas al convoy de la economía.

De aquellos polvos, aquellos lodazales (bancarios y… familiares)

Así los bancos fueron poco a poco acumulando incontables propiedades, muchas (muy) fuera de zonas prime de las ciudades, con valoraciones hipotecarias irreales, sin un deudor del que poder ir resarciendo sus deudas de forma sostenible (para ambas partes), con pesadas cargas asociadas de cuotas de comunidad y derramas que había que seguir pagando como propietarios que habían pasado a ser, etc.

Los balances bancarios se cargaron de ladrillos, pero de ladrillos que además muchas veces estaban rotos, y cuyo dolor inmobiliario y socioeconómico aún se puede sentir hoy en día. Eso por no hablar de la situación en la que acabaron los que se llevaron la peor parte: se quedaron en la calle y muchas veces con hijos pequeños. Pero no, “En España no hay hipotecas subprime”.

Resulta fascinante cómo sociológicamente un rebaño que va al matadero es capaz de dejarse pastorear tan feliz hacia su incierto destino, y lo hace tan sólo con que el pastor le diga las idílicas fantasías que está deseando oír. Somos animales de manada, y yendo hacia donde va la masa nos sentimos seguros, aunque la masa también se equivoque y a veces vaya directa al acantilado.

Y ahora los créditos de alto riesgo de nuevo hacen furor en Wall Street

Como hace unas semanas publicó The New York Times, un pariente crediticio cercano de las subprime viene arrasando en Wall Street, hasta el punto de ser calificada como el producto de inversión más caliente del año (y tanto… caliente recalentado).

En esta ocasión, los denominados C.L.O.s que vienen arrasando no sólo tienen en común estar de tan de efervescente moda, el paralelismo también está en que estos productos crediticios también se están concediendo a clientes de alto riesgo. La perversa dinámica que está siguiendo el mercado sigue milimétricamente la que ya ocurriera hace diez años con las fatídicas subprime. Y los requisitos para conceder el incierto crédito se van rebajando, a la vez que la regulación se va también relajando. Un cóctel explosivo que no duden que, de seguir su tendencia actual, en algún momento acabará haciendo honor a su nombre.

Hasta el nombre de C.L.O recuerda siniestramente al ser deletreado al de sus antecesores subprime: eran los C.D.Os. Ambos productos se basan en el mismo mecanismo expuesto antes de paquetización de deuda y reventa en los mercados. Es lo que se conoce como deuda colateralizada, o más apropiadamente “Ingeniería financiera” (con perdón de los ingenieros) o también “Banca en la sombra” (o “Shadow Banking” en inglés).

Prácticamente, la única diferencia entre los C.D.O.s de la crisis subprime y los actuales C.L.O.s es que en los primeros el crédito subyacente era un crédito hipotecario, y en el caso de los efervescentes C.L.O.s el crédito subyacente es corporativo: es decir, una compañía que pide prestado sin que apenas ofrezca garantías de repago de esa deuda.

Y para que se hagan una idea de las cifras a las que está llegando esta peligrosa moda financiera, este tipo de préstamos a compañías con “calificación basura” en términos crediticios (o en inglés “junk rating”), el año pasado ya pulverizaron récords al llegar a los 550.000 millones de dólares, alcanzando niveles que empequeñecen a aquellos que marcaron las temibles hipotecas subprime. La significativa calificación de “basura” viene además con el agravante de que estas compañías ya traen la mayor parte de las veces una pesada carga de deudas anteriores, lo que no hace sino aumentar todavía más la probabilidad de impago de las nuevas emisiones.

Por ponerles sólo un ejemplo ilustrativo que también citaba The New York Times en el enlace anterior: Sears, la famosa compañía de grandes almacenes que ha entrado recientemente en bancarrota en EEUU, ha sido un emisor activo de este tipo de deuda basura corporativa.

En la repetición de los errores no sólo hay ignorancia: hay casos en los que también hay premeditación y alevosía

Y esta nueva ola crediticia que puede acabar rompiéndonos encima como la anterior, descubrirá todo el trabajo que quedó pendiente y sin acabar de ejecutar tras la debacle de las hipotecas subprime. Ya saben que aquí los políticos sólo regulan para apagar incendios, y cuando el incendio ya se reduce a meros rescoldos, optan por mirar hacia otro lado en vez de acabar de apagar bien las brasas (que muchas veces acaban prendiendo por otro lado). Esto no va de sistemas socioeconómicos, va de naturalezas humanas a las que siempre hay que poner de alguna manera un límite que algunos no se ponen por sí mismos.

De hecho, una de las regulaciones que emergió tras el desastre subprime, fue la regulación Dodd-Frank, que obligaba a los emisores de deuda paquetizada a quedarse con una parte de esa deuda que revendían a los inversores. Con ello se pretendía que la banca fuese un poco responsable con los créditos que concedía, porque si los daba demasiado alegremente, aunque luego los fuese a revender y el riesgo acabase en manos de otros, ahora se le obligaba a que se quedase con parte de ese riesgo en forma de créditos concedidos.

Pero este mismo año esa regulación ha sido temerosamente suavizada, justamente en un momento en el que la necesitábamos con desesperación para que los errores de las subprime no fuesen repetidos en esta ocasión. Nada más lejos de la realidad; y no sólo es el mercado el que ha vuelto a las andadas, parece que los reguladores tampoco son capaces de ver la necesidad de tensar la cuerda ahora para evitar una caída posterior de proporciones considerables.

Uno de los motivos por los que el mercado encuentra tan apetecibles estos productos, a pesar de ser más o menos conocedor del riesgo que conllevan, es que los C.L.O.s son un tipo de deuda que renta un tipo de interés variable. Así, conforme suben los tipos de interés como está haciendo ahora la FED, el C.L.O. aporta mayor rentabilidad que otros productos. De esta manera, una vez más el mercado se comporta de forma terriblemente cortoplacista, alegrándose por el pan para hoy y sin querer ver el hambre para mañana: se compra a manos llenas este tipo de títulos cuanto más suben los tipos, a pesar de que cuanto más renten más se está tensionando la situación financiera de unas compañías que ya de por sí tienen una “calificación basura”, lo cual no inspira mucha confianza en un entorno de futuro económico incierto.

Puede que la fiesta esté en su momento álgido. Puede que todos los invitados estén disfrutando enormemente y sacando beneficio del festival. Puede ser que mientras la rueda de la economía estadounidense siga girando, las empresas sigan dando beneficios, y todo tenedor de deuda siga cobrando sus réditos. Pero ay de esos giros bruscos en la economía, que siempre acaba enfriándose por temporadas, y es en ese momento cuando este tipo de burbujas explotan estrepitosamente (tal y como ocurrió con las subprime).

Pero aparte de la naturaleza del común de los mortales que tropezamos sin verlo una y otra vez en la misma piedra, tenemos también otras naturalezas más censurables, con nefastas consecuencias socioeconómicas para el conjunto del sistema. No, no aprendemos de los errores de los demás, pero algunos es que no aprenden ni de sus propios errores. O tal vez sí… y en realidad les da absolutamente igual las consecuencias más allá de cobrar su bono trimestral; unas consecuencias que acabamos pagando todos.

Y ahora seguro que oirán en algún lado: “no, esto no es como con las hipotecas subprime, esta vez es diferente…”. Sí, cada fiesta es diferente para el juerguista, pero es exactamente lo mismo para el sufrido pagador de la cuenta. Y la cuenta siempre acaba por llegar…

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