La guerra abierta entre Estados Unidos y China hace que casi todas las semanas tengamos un parte de guerra que nos viene desde el frente. El intercambio de obuses en forma de aranceles es casi semanal, y su impacto hace saltar por los aires cualquier sector económico que se ponga en el punto de mira.
Pero las consecuencias finales de este conflicto estaban pendientes de ser cuantificadas tras las primeras evaluaciones de daños. Y no, ni se puede decir que Trump esté consiguiendo los objetivos que se había fijado cuando todo esto empezó, ni se puede decir que las políticas puestas en marcha vayan a beneficiar siquiera al ciudadano estadounidense medio: es más, parece que los primeros datos objetivos apuntan a que está ocurriendo todo lo contrario.
Todo empezó por el déficit comercial, y acabó en la imposición de agresivos aranceles en la frontera
Una de las bestias negras a la que Trump culpabilizaba de la mayoría de los males que afectaban a los estadounidenses era el déficit comercial de EEUU. La retórica en campaña de Trump cargaba las tintas y los discursos contra la globalización, que tomaba forma en la expresión “The Orb” (o “El Orbe” en referencia al planeta global). Era un concepto instrumentalizado expuesto como una entidad abstracta, y que acababa tomando forma corpórea encarnándose en un socio comercial concreto expuesto como perverso: China.
Independientemente de todos los errores colosales que se han cometido en el proceso de globalización, que ha sido mayormente anárquico y sin ninguna planificación que lo hiciese sostenible, lo cierto es que no todo era imprevisible, y desde estas líneas ya les advertimos en reiteradas ocasiones sobre la potencialmente dañina naturaleza de la forma en la que se estaba implementando esta transformación económica global.
Pero la globalización fue imparable, en tiempo y forma, y sus efectos empezaron a hincar el diente en los bolsillos y en los empleos del estadounidense medio. El descontento social creció especialmente en las zonas en las que los productos procedentes de China inundaban el mercado, y los estadounidenses asistían estupefactos a cómo el “American Dream” dejaba de serlo. Trump supo aprovechar y canalizar este malestar, y lo tradujo en votos que le llevaron a la mismísima Casa Blanca (según ciertos sectores no sin algo de “ayuda” extra).
Una vez instalado en el Despacho Oval, pasó poco tiempo hasta que el magnate empezó a cumplir varias de sus promesas más vehementes y reiteradas. Una de ellas era aquel “Make America great again”, que pasaba por corregir el rumbo de las relaciones económicas con el asiático país dictapitalista. Trump inició el ataque asestando duros golpes en forma de aranceles a su contrincante, pero todo el mundo asistía a un combate desde la grada, esperando a que llegasen del frente los primeros informes “economédicos” sobre la evaluación de los daños que se iban infligiendo ambos luchadores.
El camino que va desde los aranceles a las cuentas de resultados
En El Blog Salmón fuimos de los primeros medios en ponerles sobre la mesa los primeros datos recién salidos del horno, y en analizarlos convenientemente. Ya les advertimos en su momento de que ese déficit comercial EEUU-China apenas había notado los presuntos efectos beneficiosos que los obuses-arancel de Trump se suponía que iban a traer.
Pero han pasado los meses, y hemos visto con ellos confirmada ampliamente aquella noticia temprana que les trajimos. Y además ahora resulta que la otra gran promesa de Trump, consistente en repatriar puestos de trabajo de producción a la industria de EEUU en suelo nacional, también se queda más que en entredicho: los aranceles de la guerra comercial abierta por Trump están empezando a destruir puestos de trabajo en territorio estadounidense.
Como publicó Fortune recientemente, la compañía automovilística Ford ha anunciado hace unos días un plan masivo de despidos. Esto obviamente no es ninguna novedad en un mundo en el que las regulaciones de empleo son el (anti)pan nuestro de cada día, pero lo realmente novedoso reside en esta ocasión en que, según los directivos de Ford, la principal causa de los despidos está en el fuerte impacto que los aranceles enarbolados por Trump están teniendo sobre las cuentas del gigante automovilístico.
La mordida realizada a las cuentas de Ford por la bestia de estos aranceles asciende a la nada desdeñable cantidad de 1.000 millones de dólares. Y como resultado Ford está teniendo un muy mal ejercicio económico en 2018, sus ventas están sufriendo una tendencia a la baja, y sus acciones se desploman casi un 30%. Esto último es especialmente significativo en un entorno bursátil que ha venido siendo (mayormente) favorable a la evolución de las bolsas.
Ha sido por boca del propio Jim Hackett, el CEO de la compañía, por quien hemos sabido del annus horribilis y que éste era achacado principalmente por el impacto de los aranceles de la nueva administración sobre el mercado de metales y otros productos. Es más, el directivo afirmó que el daño podría ser todavía mayor en los meses venideros en caso de que las disputas comerciales no se acaben resolviendo con un desenlace satisfactorio para la industria de EEUU.
Y la última parada del convoy arancelario militar está en los puestos de trabajo del Tío Sam
Así que Ford no ha podido soportar más la presión de los números y los mercados, y ha optado por los temidos despidos, que además anuncian que pretenden ser masivos. Hackett anunció que va a abordar un ambicioso plan de reestructuración de la compañía con el objetivo de alcanzar los 25.500 millones de dólares. Unas cifras que dan vértigo (y ceros) incluso para el que se erige como el segundo fabricante automovilístico de EEUU por ventas.
Como no podía ser de otra forma, buena parte de esas cifras vendrán dadas por una reorganización, o lo que es lo mismo y sin eufemismos: por bajas incentivadas, prejubilaciones o directamente por despidos forzosos (bajas en la compañía y destrucción de empleo, en cualquier caso). Desde la propia Ford no han puesto cifra de cabezas a estas reducciones de personal, y simplemente se han limitado a decir que “se perderán muchos puestos de trabajo”. Pero como informaba Fortune, en Morgan Stanley sí que ha hecho sus estimaciones, y cifran la reducción en un 12% de la fuerza laboral, lo que se traduce en 24.000 bajas entre los 202.000 empleados actuales de Ford en total.
Como ven, una cifra que denota un alto impacto laboral no previsto por el presidente Trump ni en sus peores pesadillas. Cuando les hemos analizados las medidas e ideas dicotómicas y excesivamente simplistas con las que en muchas ocasiones Trump disecciona visionariamente el entorno socioeconómico, siempre les hemos dicho que el mundo económico es extremadamente complejo por naturaleza.
Ahí estaba el gran riesgo dicotómico sobre el que les advertíamos, y que decíamos que podía traer, no uno, sino muchos efectos colaterales que podían tornarse incluso en principales. Así está siendo ni más ni menos con el revelador caso de Ford. Y aunque habrá que ver qué más nos deparan los aranceles en la arena del mercado laboral en el futuro, los primeros impactos no auguran nada bueno.
Simplificar es una buena práctica de análisis (y síntesis) en bastantes casos, pero una cosa es perderse en los detalles a la hora de abordar la macroeconomía, y otra muy distinta es tachar todo rastro de detalle de cualquier política con impacto potencialmente masivo. De aquellos polvos, estos lodos, y lo peor es que los que patinan en el lodazal son los vehículos de Ford (y más que vendrán), y por extensión los de sus propietarios: los ciudadanos de a pie que no tienen más remedio que transitar por unas calles que amenazan con convertirse en un auténtico lodazal.
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