Conforme la crisis del Coronavirus se va desarrollando en toda su siniestra plenitud, se abren ante nuestros ojos nuevos escenarios a cada cuál más complejo y aparentemente insuperable. El aspecto socioeconómico, y más concretamente el económico, es uno de los que más negro pintan, casi de un negro tan profundo como los lazos negros que recuerdan a todos los que se fueron para no volver ya jamás.
Y no es negro abisal sólo por lo más evidente, como puede ser una deuda desbocada, un déficit rampante, y una interminable fila de nuevos parados y de empresas que cierran sin otra salida posible más que echar la persiana para siempre. Lo más negro de todo es cómo esa recuperación que los titulares nos pintan de llamativo verde esperanza, amenaza con no ser tal, puesto que esas inversiones que realmente son las que en estas situaciones acaban tirando del carro y sacándolo del profundo agujero en la calzada, parece que se van a despeñar, y que el dinero huiría despavorido. Lo que nos faltaba.
Sin inversiones no hay crecimiento, pero… ¿Quién querría invertir y arriesgar su dinero con semejante panorama ante nuestras atónitas miradas?
Desde ciertas instancias, a menudo se trata de responsabilizar de la falta de inversiones exclusivamente a aquellos que “no quieren” invertir, como si no estuviesen deseando tener motivos para conseguir un retorno de inversión. Sin negar que a veces las inversiones se vean afectadas por pánicos (y euforias) más propias de la naturaleza humana que de un Excel frio y calculador de rentabilidades potenciales y de factores de riesgo para conseguirlas, lo cierto es que el dinero es el primero que huye despavorido cuando las condiciones no son favorables para los negocios, y no hay seguridad jurídica ni económica en un país: la pregunta no es “¿Quién? (con dedo socorridamente acusador)” sino “¿Por qué?”. Desde algunos sectores se acaba culpando exclusivamente al “capital” y a esos “capitalistas despiadados” absolutamente de todos los males económicos (y no digo que no sean responsables de una parte de ellos), cuando lo cierto es que también habría que plantearse por qué no quieren invertir todo lo que la economía necesita, cuando es la función más connatural a su propia naturaleza en el sistema económico.
Pero claro, el manipulado juego socioeconómico de hoy en día no es tanto conseguir esa vuelta a los resultados positivos que todos necesitamos como el respirar, sino que muchos sectores se han instalado en una total falta de crítica (y de auto-crítica) que siempre demostraron tener en cierta medida, y por la que hoy el juego mediático y político de “colores” algo variados se basa tan sólo en una improductiva estrategia “maestra” de supervivencia (también política). La “visionaria” estrategia se limita a tratar de conseguir que la culpa de todo lo que esté saliendo mal cuelgue del cuello de otro, aunque al final ya no queden cuellos ajenos sin ahogar de los que colgar esas culpas que, en buena parte, son propias. Aquí realmente parece que a algunos no les importa tanto si se hacen las cosas bien o mal, y que en realidad por lo que verdaderamente se esfuerzan es por redistribuir entre otros sus propias culpas, cosa que vemos hacer en cada tema sospechosamente sólo una vez que la cosa se pone fea, y no desde el primer momento en el que el pueblo se merece una explicación. Y no es que esto no sea constructivo, es que es directa y totalmente destructivo socioeconómicamente. Así no vamos a ningún sitio, y donde estamos además se va a quedar peor que un solar: para entonces ya poco importará quién se llevó las calabazas de “la Ruperta” en las airadas trifulcas mediáticas, sino que lo que será realmente sangrante será la ruina socioeconómica a la que podemos estar ya abocados desde este convulso presente.
Como una demostración más de cómo ese capital ya está planeando huir de la pobreza, en la que esta crisis amenaza con sumirnos a buena parte de Occidente (a no ser que nos enderecen el rumbo si es que es posible), está la noticia del Wall Street Journal con las perpectivas de inversión en suelo estadounidense (no crean que en Europa vamos a correr mucha mejor suerte), y que augura como (casi) única profesión de futuro en Wall Street la de experto en re-estructuración de deudas. El WSJ relata cómo ni siquiera las compañías tradicionalmente consideradas como estables y como sector refugio pueden seguir teniendo esa digna consideración: no hay nadie a salvo de esta quema socioeconómica que ni siquiera sabemos (todavía) si ha sido un incendio espontáneo o si alguien ha prendido la mecha, bien sea a propósito o accidentalmente. Lamentablemente, las inversiones se prevé que literalmente se despeñen: una deplorable y pésima noticia, que es la estocada que le faltaba a nuestra economía para que no sólo no tenga presente, sino para que tampoco tenga futuro a corto y medio plazo, con todo lo que eso puede suponer al sembrar tempestades que catalicen el surgimiento de una nueva realidad socio-política todavía más convulsa que la actual.
Y eso por no hablar ya de cómo las empresas estadounidenses realmente están recurriendo masivamente a la deuda como estrategia de desesperada y mera supervivencia en los tiempos del Coronavirus, paradójica y significativamente incluso aquellas que se suponía que presentaban balances empresariales más sanos (por ejemplo cita la CNN a la sobre-demandada Netflix en tiempos de confinamiento). Aunque lo cierto es que, en términos generales, el siniestro punto de partida de la deuda corporativa ya la situaba en insostenibles máximos históricos antes del Armageddon vírico, pero el hecho es que ahora encima crece a un ritmo sin precedentes, y en el cual ha habido no pocos momentos en los que esas empresas tan demandantes de efectivo han secado literalmente los mercados de financiación. Este redoblar del endeudamiento corporativo no debe ser visto sino como un mecanismo de último recurso que supone todo un claro grito de socorro de las empresas, y que corre el riesgo de acabar siendo ahogado momentáneamente tan sólo con montañas de más deuda, susceptible de tornarse insostenible literalmente en cualquier momento: tomar prestado hoy siempre ha significado una merma de la capacidad de inversión en el mañana.
Y eso no es nada nuevo y siempre ha sido así, pero lo que preocupa de la situación actual son las asfixiantes tasas de crecimiento ante un mañana ya de por sí suficientemente incierto económicamente, y en el que dudosamente se va a poder simplemente re-pagar todo lo que se está prestando ahora; así que lo de invertir entonces ya mejor ni nos lo planteamos hoy. Y estas tasas son asfixiantes ya en los casos de numerosas empresas que siempre en algún momento tendrán que responder de sus deudas (aunque éstas les arrastren al fondo de las Fosas Marianas), lo cual redundará en una sensiblemente y todavía inferior o incluso inexistente capacidad de inversión futura. Este panorama no es ya ni siquiera un pan para hoy y hambre para mañana: es más bien hambre para hoy y desnutrición severa para mañana (edemas de hambre mediante).
La falta absoluta de perspectivas de inversión no anticipa un futuro incierto, sino que indica que hay no pocos agentes del mercado que no ven ese futuro por ningún lado
Porque es que, frente a no invertir en un futuro, o no tener ya ningún presente, obviamente las empresas deciden sobrevivir hoy, y ya verán como se las apañan el día de mañana: llegado el día ya verán en su momento si pueden permitirse invertir para entonces. Y en este caso concreto esto no es parte de ese cortoplacismo ni de esa cortedad de miras que muchas veces hemos criticado agriamente como uno de nuestros principales males socioeconómicos: a pesar de que desde estas líneas siempre les animamos a mirar más allá del horizonte, en este caso en concreto centrarse en el presente es un necesario y mero instinto de supervivencia corporativa, dada la convulsa e inquietante coyuntura que amenaza seriamente con que el único horizonte sea un acantilado. Hay veces que no es que no sepamos alzar la vista y mirar al horizonte cara a cara, sino que simplemente es mejor ni mirarlo.
Y son cuatro los jinetes del Apocalipsis socioeconómico que cabalgan desatados arrasando con todo lo que encuentran a su paso en nuestras Socioeconomías. Desde el inicio de toda esta terrible crisis pandémica, ya les analizamos que aquí iba a haber una conjunción de diferentes crisis, y que las consecuencias iban a ser varias y a cual más grave. La primera fue la iniciática crisis sanitaria, con todas sus dolorosas (y dolosas) decenas de miles de muertos sólo en España. Le siguió la segunda, que ha sido la crisis económica, con centenares de miles de desempleados vía ERTE o ERE por doquier, una deuda que se amontona “a paladas”, y unas inversiones que ya amenazan con huir despavoridas, lo cual haría que el país se quede como un solar y encima luego no haya ya fondos para tirar del carro y recuperar la economía. Pero ahora estamos ya inmersos de lleno en la tercera y más grave crisis social, con esas dos Españas más vivas, agresivas y polarizadas que nunca antes desde la mortífera guerra civil, y que (por) ahora están gritándose a la cara en los patios de vecinos con los ojos encendidos de ira incandescente…
Así que dejo a su propia elección quién quieren que sea ese cuarto jinete del Apocalipsis que nos falta por nombrar para completar la macabra cuadrilla, porque en realidad es de ustedes de quien depende. No sólo la hierba no volverá a crecer durante una buena temporada allá por donde pisan los cascos de sus cuatro apocalípticos caballos, sino que puede que lo que suframos sea una política de tierra quemada, por la que estos siniestros y macabros jinetes tan sólo estén consiguiendo que no haya ningún brote verde (más allá de los titulares esperanzadores) sobre el que luego reconstruir el país.
Y que conste que hablamos aquí de una reconstrucción del país pero de las de verdad, no de las que consisten en re-pintarlo todo de nuevo con llamativos y cegadores colores, que lo único que tapan es el óxido que hay por debajo de la valla de espino que ya se interpone de nuevo entre esas dos Españas que finalmente, y tras años de persistentes intentonas, nos han acabado por resucitar. O de los dos Estados Unidos, o de las dos Gran Bretañas… Lamentablemente, en este mundo de políticos indescriptibles y además azuzado por la propaganda y por la confrontación más visceral, no faltan candidatos para dirigirnos a varios países occidentales hacia la auto-destrucción más desoladora. Desde luego que esto debe ser una auténtica pesadilla continuada de la que no pueden escapar aquellos octogenarios supervivientes del 39 que todavía viven con nosotros, en lo que amenaza con ser un insufriblemente recurrente día de la marmota, y en el que asisten horrorizados a ver cómo, una vez más, la Historia se repite… Pero lo único que importará con los muertos fríos sobre la mesa es poder argumentar que no se tiene la culpa de nada, y que absolutamente todo es culpa de “los otros”… Auto-crítica, constructividad, ética, y sobre todo… responsabilidad, que luego a los muertos sólo los quieren sus allegados, y además las lápidas las pone siempre ese pueblo que aparece en mucho eslógan, pero por el que realmente luego (casi) nadie se preocupa.
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