La economía está detrás de muchas de las decisiones del día a día que tomamos todos nosotros, pero lo cierto es que también está detrás de decisiones clave como nuestra intención de voto. Aquella famosa frase de "It's the economy, stupid" ("Es la economía, estúpido"), que abanderó la campaña electoral de Bill Clinton contra George H. W. Bush allá por 1992, lo cierto es que nunca ha cedido ni un ápice de protagonismo en cualquiera de las posteriores citas electorales.
No es que la economía sea lo único, tan sólo se trata de que es una parte muy importante de la ecuación de voto, fuente de progreso social, de bienestar y, en última instancia, de felicidad. Ya saben que, por todo ello, un servidor suele preferir hablar de Socioeconomía como término que aúna éstos y otros aspectos que no se pueden disociar de la economía, pero lo cierto es que, de una manera u otra: "It's the economy, stupid".
El índice del American Dream estadounidense
A raíz del resultado electoral de las recientes elecciones estadounidenses, cuyo desenlace un servidor preveía, no así como sus consecuencias en las Bolsas, parece que la cuestión sobre por qué los ciudadanos votaron a Trump es más relevante que nunca. Para ello, puede ayudarnos la lectura del artículo del New York Times "El Sueño Americano, al fin cuantificado", que pueden leer en este link, y que hace un interesante análisis del poderoso influjo del American Dream sobre el electorado del país de las barras y estrellas. No duden de que las conclusiones son aplicables en gran medida a un país como España, motivo por el cual les escribimos estas líneas.
Todo empezó cuando el autor del artículo anterior, David Leonhardt, le propuso a personal de la Universidad de Stanford crear un índice del American Dream. El American Dream puede ser definido como las expectativas de los ciudadanos de vivir en un Estados Unidos donde, generación tras generación, mejora la calidad de vida. En Stanford se pusieron manos a la obra con el nuevo índice, y dieron con la ecuación de comparar los ingresos familiares entre una generación y la generación anterior (la de sus padres).
A juzgar por un servidor, el acuerdo final sobre la composición del índice tiene todo el sentido, puesto que son las condiciones de vida familiares durante la infancia las que definen las expectativas de esos niños cuando se vuelven votantes adultos y se incorporan al mercado de trabajo. Este influjo además se refuerza con la siempre poderosa opinión paterno-maternal sobre la vida de sus hijos, y que inevitablemente pasa por la comparación que hacen los padres de la misma con respecto a la que ellos disfrutaron a su misma edad; en última instancia, la mayoría de los progenitores acaban transmitiendo esa sensación de éxito o fracaso comparativo a sus descendientes. Los resultados finales que arrojó el nuevo índice no pudieron ser más reveladores, y pueden contribuir de forma notable a explicar el porqué de la realidad actual.
Los resultados aportados tras la medición con el nuevo índice
Como pueden leer en el artículo anterior, el estudio empieza con la generación nacida en los años 40. Alrededor de un 92% de los nacidos en 1940 disfrutó a la edad de 30 años de unos ingresos familiares superiores a los que tuvieron sus padres a la misma edad. En gran medida, a los pocos de esta generación que ganaban menos que sus padres, tampoco les iba mal; tan sólo ingresaban menos porque habían nacido en cuna rica, y eran por ejemplo hijos de ejecutivos que habían decidido ser médicos, abogados o catedráticos.
Alcanzar el Sueño Americano era algo prácticamente garantizado para esta generación, incluso independientemente de si iban o no a la Universidad, se divorciaban, o sufrían un despido. Esto era así simple y llanamente porque se incorporaron como trabajadores a una economía que crecía rápidamente, y cuyos réditos fluían tanto hacia los ricos, como hacia la clase media, y también hacia las clases menos favorecidas. Todos tenían más o menos su parte del pastel, y ello les daba una sensación de progreso y felicidad.
Ni tan siquiera se puede decir que los Baby Boomers más mayores, nacidos a finales de los 40 y principios de los 50, hayan corrido la misma suerte. El crecimiento económico empezó a ralentizarse cuando se incorporaron al mercado de trabajo en los 70, en una época de shocks petrolíferos. Aún con todo, tres cuartos de estos primeros Baby Boomers acabarían igualmente disfrutando de mayores ingresos que la generación de sus padres.
Para los nacidos en 1950, la probabilidad de alcanzar el Sueño Americano había empezado a caer, pero permanecía muy alta. En los años 80, la desigualdad económica empezó a repuntar, a juicio del autor, como resultado de la globalización, de la transformación tecnológica, de las políticas gubernamentales diseñadas para favorecer a los más ricos, y de una degradación de los niveles educativos y del nivel de especialización de los trabajadores. Estos factores hicieron mella en los ingresos de la clase media y de las clases por debajo de ella. Hubo un paréntesis momentáneo durante el boom tecnológico acontecido en los 90, pero tan sólo sirvió para desacelerar algo el ritmo el declive del American Dream, y además lo hizo únicamente de forma temporal.
Para los estadounidenses nacidos en los 80, la cifra ponderada en este índice cayó de forma significativa hasta el 50%. Sólo la mitad de ellos ganan al menos tanto dinero como ganaban sus padres a su misma edad. Esto ocurre con especial incidencia en los estados industriales del Midwest, donde Trump tiene su principal granero de votos. Allí lo que gana por mayoría en ingresos familiares es la marcha atrás respecto a tiempos anteriores.
La psicología socioeconómica latente tras los indicadores económicos
Algunas de las conclusiones del artículo de David Leonhardt son dignas de mención expresa, incluso aunque desde El Blog Salmón siempre les ofrezcamos nuestro propio análisis de conclusiones sobre los datos que les solemos traer. Por supuesto que está vez también será así, pero en este caso hemos de exponer adicionalmente algunas de las conclusiones del autor original.
La principal y más importante conclusión, y que he de confesarles que es la principal razón por la que he decidido escribirles estas líneas, va intrísecamente unida a la psicología social como elemento socioeconómico. Este importante factor afecta a los ciudadanos tanto como votantes como en su condición de trabajadores y agentes económicos. Es uno de los factores que un servidor denomina como "socioeconómicos", y sobre los que les hablo de forma recurrente en mis posts, puesto que su interdependencia con la economía y su progreso hace que no puedan ser pasados por alto en un análisis salmón, a pesar de que hay pocos autores económicos que los tienen en cuenta.
No obstante, he de reconocer que no es fácil hacer un análisis riguroso en el que se incluyan estos factores socioeconómicos, tanto por lo difícil que resulta cuantificarlos y ponderarlos, como por el hecho de que su naturaleza casi siempre cae en terreno híbrido con otras áreas del conocimiento humano, siendo esto último muchas veces un terreno de arenas movedizas en el que pocos autores económicos osan adentrarse. Espero que un servidor no les defraude cuando lo hace, siempre tratando de alcanzar el resultado de un análisis con el máximo rigor que esos temas me permiten abordarlos.
La parte de la psicología social que viene al caso en este tema tiene que ver con la felicidad, o más bien, con la percepción que la mayoría de los seres humanos tenemos de la propia felicidad. Y no me argumenten ya que esto poco tiene que ver con la economía. Antes de entrar en harina permítanme recordarles que en Estados Unidos probablemente están donde están por las consecuencias de este tema. Y tampoco hace falta decir que la elección de Trump probablemente puede cambiar radicalmente el panorama económico mundial, puesto que no olviden que, a día de hoy, el país de las barras y estrellas sigue siendo la primera potencia económica del planeta.
Como decíamos, es la percepción de la propia felicidad la que está detrás de la sensación de retroceso (que no progreso) económico que ha hecho a los votantes estadounidenses elegir una opción política u otra. Sin entrar a juzgar ahora lo adecuado o equivocado de basar la propia felicidad tanto en una mera comparación con el entorno, como hacerlo tan sólo en términos puramente económicos, el hecho es que ésta es una condición generalizada a día de hoy en las sociedades occidentales según diversas investigaciones de Psicología. Y a la vista están la total correlación entre el deterioro paralelo del comparativo índice American Dream y la percepción de los votantes sobre la economía.
Efectivamente, como decíamos, el elemento comparativo más inmediato es con nuestro entorno actual; pero ese otro elemento comparativo, tal vez incluso más influyente, sería con aquel citado entorno que no proveyeron nuestros padres cuando vivíamos con ellos. En este sentido se inclina Leonhardt cuando apunta a que la comparación con nuestros progenitores es mucho más constante a lo largo de nuestras vidas: los amigos vienen y van, pero nuestra infancia está grabada a fuego para toda la vida en nuestra memoria y nuestra psicología más instintiva.
Y dado lo generalizado de la deteriorada situación laboral en los graneros de votantes del presidente Trump, de la comparación con el entorno actual no hay mucho que sacar hoy por hoy, puesto que ya recordarán aquel "Mal de muchos, consuelo de tontos". Con ello, el principal elemento comparativo que queda a esos votantes como causante de su sensación de infelicidad es la comparación con la situación económica de sus padres a su misma edad, que es precisamente el fundamento del índice American Dream. Y a esto un servidor añade su granito de arena resaltando que no se trata exclusivamente de una mera comparación, sino que además es un tema de las expectativas que nos crearon durante aquella influenciable infancia. Un tema que abordaremos con algo más de detalle un poco más adelante.
Es por estos motivos por lo que el American Dream está roto, y los ciudadanos americanos creen, no sin razón, que su país ya no es aquel país que ofrecía unas mejores condiciones de vida a cada generación. Si no creen en estas afirmaciones, no olviden que el slogan principal de la campaña de Trump fue "Make America Great Again", y que el magnate hizo en su campaña un uso clave del Big Data para mimetizarse con lo que sus votantes esperaban del nuevo presidente, según pueden leer en esta noticia de la NBC que ya les enlacé en el post "Trump y el posible paso atrás de la globalización", haciendo entonces un análisis más detallado.
El artículo de New York Times termina con una interesante disertación del autor que les resumo en pocas líneas. Corregir este factor socioeconómico para llevarlo a terreno positivo permite únicamente dos alternativas: o bien hacer crecer el PIB de EEUU para que a cada ciudadano le llegue su trozo del pastel, lo cual en la coyuntura actual es más que difícil. O la otra opción que deja la ecuación es que se revierta la tendencia de los últimos lustros por la que se ha incrementado considerablemente la brecha de bienestar entre las clases más favorecidas y las menos, incluída una cada vez más empobrecida clase media. Sin entrar a juzgar este debate, puesto que el artículo que nos ocupa ya lo hace de forma profusa, pasamos a analizar meramente el factor psico-social en el caso de España, ya que hay algunos condicionantes diferenciales nacionales que merecen ser analizados específicamente.
Del roto American Dream a la situación del "Spanish Dream"
Empezaré este último apartado anticipándoles que un servidor, por desgracia, no dispone de los medios para poder realizar un indicador del Spanish Dream comparable al realizado al otro lado del océano, y que nos permita analizar el caso español con el mismo rigor. No obstante, la deslocalización generalizada que ha afectado con una intensidad comparable a prácticamente todas las economías desarrolladas, nos permite hasta cierto punto poder hacer extensivas las conclusiones del caso de USA a nuestro país, renunciando a poner cifras exactas al deterioro del "Spanish Dream".
Así pues, a modo meramente cualitativo, que no cuantitativo, podemos decir que, aunque no se le diese tal nombre, sí que existía en la psicología española de los 70, 80 y 90 un "Spanish Dream" por el que aquellas jóvenes generaciones, que entraron masivamente en nuestras universidades, aspiraban a tener una vida mejor que la de sus padres. El triste resultado ha sido sin embargo que ni el título que ellos tienen (y que sus padres no tenían en muchos casos) les ha podido facilitar el acceso a una retribución que les permita tener la sensación de que, al menos, pueden darles a sus hijos las mismas facilidades que sus padres les dieron a ellos. Mientras que la generación de nuestros padres podía pagar con un único sueldo en casa manutención, educación, coche, piso y vacaciones en la costa, a ellos con dos sueldos apenas les llega siquiera para el piso. Y eso que las expectativas eran no sólo igualar a sus progenitores, sino superarlos dada la mejor formación que han recibido.
No nos engañemos, hay toda una generación que aspiraba a unas condiciones que se han estrellado contra unos sueldos que, en el mejor de los casos, muchas veces no pasan de mileuristas, y para cuya obtención se exigen una carrera, tres idiomas, y una estancia Erasmus en el extrajero. Eso por no hablar de la alta tasa de paro juvenil, porque puede incluso parecer que lo de ser mileurista es incluso un mal menor frente a los que no tienen ninguna ocupación. Y esta generación es la que ha formado el granero de votantes de formaciones emergentes como Podemos, y en menor medida, pero igual tendencia, también de Ciudadanos, según pueden ver en la estadística del CIS de este artículo de El Español. Aunque Trump y Podemos no parecen tener mucho que ver, la coincidencia de qué ha originado el descontento social, y de cómo los votantes lo han canalizado, debe hacerles al menos que se detengan a pensar en el asunto.
Pero si me lo permiten, el caso español implica una brecha generacional que es mucho más importante que en el caso de EEUU, o más bien la invierte. Mientras que son las generaciones mayores las que han apoyado en mayor proporción a una opción disruptora como Trump, en España ocurre exactamente al revés, y son las generaciones más jóvenes las que han buscado la respuesta a sus defraudadas expectativas en alternativas disruptivas. Las diferencias como poco llaman la atención, y una razón para ello podría ser que en Estados Unidos el descontento se ha originado por una destrucción del tejido industrial y productivo en estados del Midwest norteamericano. Esto ha ocurrido como consecuencia de la deslocalización de empresas y de la nueva y feroz competencia de las importaciones Chinas, según pueden ver en este enlace que también les incluí en el post anterior sobre Trump y la desglobalización. Lo cual afecta al grueso de trabajadores en activo, y más concretamente a las bandas salariales más altas, que suelen coincidir con los más senior, y cuyo coste de despido en términos anglosajones no resulta tan gravoso como en las economías europeas.
Pero en el caso español ocurre exactamente lo contrario, y los motivos de ello no se pueden achacar a una deslocalización y una competencia que afecta al tejido industrial y productivo de una manera comparable a como lo hace en el caso estadounidense. Para buscar las diferencias entre ambos casos sólo nos queda pues hacerlo tomando como referencia las expectativas y las generaciones a las que éstas se les han inculcado. Y que conste que no tacho en ningún caso de injustificadas las pretensiones de esperar unas mejores condiciones de vida al aportar una mejor formación, más bien resulta realmente lo más lógico desde el punto de vista del trabajador, y también desde el punto de vista de cualquier mercado laboral equilibrado. Pero aquí lo que no ha habido es una adaptación de la educación que se daba a las generaciones más jóvenes al modelo productivo nacional, ni, por qué no decirlo, tampoco ha habido una evolución del modelo productivo nacional hacia modelos de mayor cualificación y mayor valor añadido. Así se ha acabado por ejemplo poniendo como requisito la carrera de Económicas para atender en la ventanilla de una sucursal bancaria.
Por otro lado, es normal que el sueño roto del American Dream esté afectando a las generaciones que ven amenazadas sus condiciones de vida actualmente, pero también a las que se les creó la expectativa de mejorarlas con ese sueño. En el caso de Estados Unidos, el Sueño Americano y las expectativas de mejora de las condiciones de vida se fundaron sobre una sociedad que no sufrió en suelo propio la destrucción de la Segunda Guerra Mundial, y que pudo coger impulso económico décadas antes que España. En nuestro país, por el contrario, la postguerra estuvo marcada por la escasez, lo cual inculca a las generaciones que la sufren una felicidad al conseguir la mera supervivencia, más que por la expectativa de mejora de la calidad de vida. El cambio de paradigma socioeconómico en España llegó mayormente con la democracia, y fueron aquellas generaciones las que empezaron a tener unas expectativas mucho más altas que las anteriores.
Pero dichas expectativas se nos fueron de las manos. En los 80 y en los 90, la dañina cultura del éxito por el éxito y del dinero por el dinero marcaron a toda una generación que se miraba en el espejo de ídolos "yuppies" de mucho éxito y escasa ética, como era la tónica habitual en aquella generación de la época de Mario Conde. Tal vez ya no lo tengamos tan fresco en la memoria, pero calculen cómo sería la cosa cuando incluso todo un señor ministro de Economía y Hacienda, el socialista Carlos Solchaga, llegó a declarar públicamente que “España es el país donde es más fácil enriquecerse en menor tiempo". Muchos jóvenes grabaron en sus adolescentes neuronas la aspiración de ir poco menos que para presidentes de sus futuras empresas, de ganar mucho dinero, rápidamente y con poco esfuerzo.
No seré yo el que les culpe por aspirar a unas mejores condiciones de vida aportando una mejor formación; no, precisamente por eso no. Lo censurable sería el haber ansiado el estrellato cósmico, el haber idolatrado el dinero como única fuente de realización personal, y el haber aspirado a conseguirlo todo muy rápido y sin apenas esfuerzo. Vamos, que no estamos diciendo nada fuera del sentido común más básico. Eso sí, por supuesto, circunscriban esta crítica estrictamente a aquellos individuos del espíritu cohete, que tampoco eran todos. Obviamente, también es un eximente el hecho de que sea algo que te han grabado a fuego desde bien pequeño, cuando el espíritu crítico es casi inexistente, especialmente con lo que te inculcan tus padres y tu entorno más cercano.
Y, claro, como ya analicé con ustedes, en este interesante artículo desde otra perspectiva más amplia, de unas altas miras y expectativas, al chocar con la cruda realidad de un tejido productivo que tampoco ha brindado en los últimos años oportunidades a gran escala que estén a la altura del Spanish Dream, viene la decepción, la frustración, y el descontento social. Pero lo que nos importa ahora es cómo esa desilusión, a la que conduce tanto la parte lógica de esta mentalidad como la censurable, ha afectado a millones de jóvenes votantes, y ha contribuido a cambiar radicalmente la realidad política española.
Fíjense que no estoy poniendo ningún calificativo a este proceso, ni tampoco al hecho de que hayan optado por encontrar en las opciones emergentes las respuestas a su lógica frustración. En cambio, tan sólo me he limitado describir la psicología de estas generaciones para explicar por qué aquel "Spanish Dream" de los 80 y los 90 no sólo está roto, sino que además tenemos hoy en día que aprender a caminar sin cortarnos con los añicos que hay esparcidos por toda la geografía española.
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