El experimento de Renta Básica Universal funciona en California: ayuda a los más desfavorecidos

Sobre la Renta Básica Universal se ha escrito ya largo y tendido, y siendo un tema ya tan manido, realmente carecía de demasiado interés para los autores menos proclives a “remover debates” en vez de a crearlos. Pero como siempre acaba ocurriendo con la socioeconomía más econométrica, el interés acaba despertando cuando los datos arrojan nuevos puntos de vista y planos que antes no habían podido ser valorados.

Así, tras las experiencias de RBU más directas y simples como las que hemos visto en diversos países, finalmente ha habido un proyecto piloto en California que ha arrojado unos resultados significativos. Independientemente del sesgo ideológico de cada uno, tal y como estaba planteada esta experiencia ha producido los que deberían ser de verdad los objetivos de una RBU, y que deberían huir como el diablo de la proliferación de una economía clientelar y no productiva, que sólo carcomería nuestro sistema de bienestar.

Pero en California la experiencia ha tenido algunos condicionantes muy concretos, especialmente apropiados, y que han sido a buen seguro lo que ha contribuido definitivamente a que aquella RBU haya sido un caso de éxito. Y es que repartir dinero para todos como si creciese en los árboles no suele ser en absoluto una buena práctica, pero dejar caer en la exclusión social a aquellos que pasan por un mal momento económico tampoco.

La experiencia de California: una prueba de ensayo con los ingredientes apropiados

Hay que empezar explicando que esta experiencia de RBU californiana ha sido promocionada por un programa financiado con donaciones privadas, estructurado jurídicamente en torno a una organización sin ánimo de lucro, y que en este caso no ha utilizado ni un dólar del dinero público de los contribuyentes. Aunque también es cierto que el experimento y su entorno tiene ciertas conexiones políticas, que pueden tener sus intereses en uno u otro signo del resultado. No obstante, y a pesar de ello, no se puede negar que los condicionantes son más que oportunos, la experiencia relevante, y los resultados significativos. Y, a pesar de que hay una segunda fase ya posterior al Coronavirus, además la primera fase de esos datos y resultados son previos a la pandemia, por lo que sus conclusiones son totalmente aplicables a un estado de “normalidad” económica de la de verdad, y no de esa “nueva normalidad” en Neolengua, que es de todo menos normal.

Como explicaba este artículo de The Guardian de hace unos días, la experiencia de RBU de California que les traemos hoy no ha sido una experiencia más al uso, de las tantas del montón que se han limitado a regalar dinero y medir resultados en base a unos parámetros insuficientes, y que por lo tanto acabaron conduciendo a una experiencia incompleta y a unas conclusiones parciales. Hay que empezar diciendo que esta experiencia californiana no ha sido precisamente una iniciativa de regalar dinero por parte de una corporación municipal con un sesgo político intencionado y pre-establecido, y que buscaba pintar un mundo de globos y elefantes rosas. No, no ha sido ni mucho menos el caso, y de ahí que en esta ocasión esta experiencia haya despertado el interés de un servidor, además de por esos condicionantes de este experimento socioeconómico en concreto que les decía antes.

Entrando ya en las condiciones concretas con las que la RBU se ha repartido entre los perceptores con derecho a ella, en el municipio californiano de Stockton decidieron que entregarían la cantidad mensual de 500$ entre residentes que tenían ingresos por debajo de la mediana (46,033$ de ingresos familiares). Y lo que es realmente importante, lo hicieron desde el principio dejando claro que el plazo iba a ser limitado. Esa importancia no es tanto porque este plazo viniese determinado exclusivamente por la duración del piloto, sino porque más bien era un plazo inherente al concepto híbrido de RBU que allí pusieron en marcha, y que de esta manera pretendía huir de crear un sub-tejido socioeconómico, que se acostumbrase a subsistir con unas percepciones que los hacían a la vez dependientes y los condenaba a no ser productivos sino clientelares. Por el contrario, en Stockton la RBU trataba de ser un “empujón” para salir del agujero. Y lo cierto es que este experimento socioeconómico californiano era de diseño sencillo (que no simplista), y no había muchos condicionantes más, lo cual ha redundado en una pureza de los resultados más directos y simplificados, y que evita “perderse por las ramas”. De hecho, por no haber no había ni siquiera condicionantes sobre a qué debían dedicar el dinero percibido los 125 residentes agraciados con su participación en el programa.

Efectivamente, con todo lo anterior, esta experiencia californiana prometía desde el principio, y sea RBU o lo que sea, al menos los objetivos son infinitamente más ortodoxos que un cheque mensual “de regalo porque tú lo mereces”, a cambio de absolutamente nada, y para siempre jamás. Son tres factores que sí que han sido vistos en el diseño de otras experiencias de RBU, y que eran más bien una garantía de todo menos de sacar de la pobreza a los beneficiarios, lo cual debería ser el principal objetivo desde el principio. Y también hay que valorar que los parámetros econométricos han de ser igualmente válidos y adecuados, y que a esas a veces tan sesgadas medias, en este caso han sabido añadirles el gran valor socioeconómico de información adicional que siempre aportan las medianas, y que ya analizáramos en el artículo “El porqué de que casi todos seamos de esa clase media que se extingue... O de que eso nos creamos”.

Obviamente, a estas alturas del artículo, supongo que la pregunta que está presente en la mente de muchos lectores es… ¿Y cuáles fueron los resultados? No se impacienten, que ya llegan las respuestas más significativas y reveladoras del caso analizado hoy. Y ya les adelanto que estos resultados están a la altura del buen diseño del experimento, y que se alejan de los tópicos y los debates polarizados, que resultan ya demasiado “manidos”, e ideológicamente rígidos y atrincherados.

Pero no sólo han sido los reactivos, la reacción también ha traído un producto que podría llegar a ser de futuro con el catalizador adecuado

Como habrán leído ya en el enlace anterior de The Guardian, los resultados no podrían ser más reveladores. Lejos de haber visto con el programa el surgimiento de redes clientelares, la proliferación de perceptores que se malacostumbran, o la creación de economías de subsistencia que prefieren seguir siendo pobres pero sin tener que trabajar, lejos de todo eso, en Stockton lo que se ha visto es precisamente todo lo contrario. Buena parte de los 125 residentes participantes han aprovechado la ayuda que les ha supuesto esa RBU, tal y como estaba diseñada allí, para salir de su situación de deterioro socioeconómico. Y es que una buena proporción de esos 125 ciudadanos gracias a la RBU han repagado deudas, han conseguido dar el salto a conseguir trabajos a tiempo completo, y además han conseguido estadísticamente mejoras en su salud emocional. Vamos, nada que ver con haberse resignado a un cómodo pero improductivo futuro como meros “paniaguados”.

Los datos concretos son que, tras un año de experimento, entre los perceptores, la tasa inicial de sólo un 28% de participantes con un empleo a tiempo completo se había elevado hasta un significativo 40%. Eso supone un aumento de 12 puntos porcentuales, o un incremento de en torno al 43%. Mientras tanto, en el grupo de control, los empleados a tiempo completo pasaron tan sólo del 32% inicial al 37%, un salto casi imperceptible de tan sólo cinco puntos porcentuales, o un incremento de alrededor de un escaso 16%. Desde luego, la diferencia entre el grupo de control y los participantes en el proyecto es más que notable.

Para el análisis de los datos y los estudios más econométricos, el proyecto contó con académicos expertos de la Universidad de Pennsylvania, que concluyeron que esos 500 dólares extra al mes permitieron a los perceptores liberarse de parte de su tiempo habitual de trabajo. Así ese tiempo extra pagado por la RBU pudieron dedicarlo a tomar parte en procesos de selección, a hacer entrevistas, o incluso para sufragar con ello directamente los costes de transporte, de vestimenta adecuada y estéticos, o similares, para poder acudir o incluso dar una mejor imagen en las entrevistas presenciales.

En el mismo sentido, el porcentaje de los perceptores de la RBU que estaban repagando sus deudas se elevó en torno a un 20%, hasta alcanzar un 62%. Finalmente, además, la mayoría de los agraciados pasó desde una condición previa de sufrir una salud mental que presentaba como mínimo desórdenes psíquicos leves, a un estado de bienestar mental saludable y equilibrado. Por otro lado, como el dinero de la RBU se transfería a los perceptores vía una tarjeta de débito, además el estudio tenía trazabilidad de los gastos en los que incurrían con ese dinero los participantes. Aunque es totalmente cierto que aquí puede haber truco, puesto que una cosa son los gastos que esos perceptores quieren hacer con una tarjeta que saben que está monitorizada, pudiendo dejar los gastos menos “comprensibles” para sus medios de gasto personales, que escapan al control de los responsables del estudio. El hecho es que el principal gasto con esas tarjetas era dedicado a la adquisición de alimentación, y menos del 1% se dedicaba a la compra de bebidas alcohólicas o tabaco.

¿Es ésta la experiencia definitiva de color de rosa o hay cosas que aprender de ella porque “no todo vale”, y menos en RBUs?

Así, con estos nuevos resultados del experimento californiano de Stockton, también hay que decir que, en la concepción del experimento, ha influido su cercanía a la meca tecnológica de Silicon Valley. La tónica general por aquellas latitudes es la preocupación casi omnipresente entre los líderes tecnológicos residentes en el estado por la RBU, y en especial ante el escenario socioeconómico que se ha abierto con la robotización y la tecnificación masiva de puestos de trabajo, y que ya está ejerciendo su influencia sobre los mercados laborales locales (y no tan locales). Pero vayamos a las conclusiones más de valor, tratando de mantenernos en todo momento agnósticos respecto a la vertiente más ideológica del asunto, y esforzándonos por atenernos lo más posible a la objetividad de los datos.

Una de las preguntas más sistémicas e intrigantes es quién ocupará esos puestos que dejan los agraciados con una RBU y que consiguen promocionar socioeconómicamente. ¿Va a haber siempre una infra-clase social que se vea forzada a aceptar esos puestos precarios al extremo, o, por el contrario, si la socioeconomía en su conjunto consigue progresar, las condiciones pueden mejorar para todos, y que el fondo sea menos fondo incluso para los menos agraciados socioeconómicamente? Va a ser que la respuesta correcta más probable es la segunda, y a la vista está cómo las economías desarrolladas desde un plano más socioeconómico y no sólo económico como las europeas han conseguido unos estándares de vida media (y mediana) y de desarrollo socioeconómico mucho más equilibrados. Y decimos esto sin quitar ni un ápice de razón a los que sostienen que el modelo europeo también tiene sus desventajas, que las tiene, y en especial por su cierta ineficiencia en el gasto, por presentar unas cargas fiscales elevadas, por su rigidez económica, y por la poca promoción innata de la actividad emprendedora y empresarial, que al final es la que es productiva y genera empleo y bienestar para todos.

Otra de las cuestiones más sistémicas y que potencialmente podrían restar validez a este experimento, es que sus resultados pueden llegar a no tener nada que ver con los que se obtendrían con un programa masivo a gran escala. De hecho, resulta evidente que un piloto con 125 habitantes de un municipio como Stockton tiene sus grandísimas limitaciones, puesto que, para empezar, por ejemplo, la misma cuestión que les planteábamos antes sobre quién ocupa los infra-trabajos que dejan los participantes en la RBU que logran progresar se vuelve un tema crucial. Así, que unas decenas de trabajadores de Stockton cambien de situación socioeconómica, y dejen huecos en la base más base de la pirámide socioeconómica, no tiene un impacto relevante sobre el conjunto, pues otros vendrán que esos puestos ocuparán. Si la RBU fuese masiva, esto no sería así, y aflorarían nuevos efectos colaterales e imprevisibles a priori, y que, dada esa imprevisibilidad, podrían bien tanto reforzar la conveniencia de implantar una RBU, como de su total inconveniencia. Simplemente estaríamos, de nuevo, adentrándonos en el siempre peligroso terreno de lo desconocido económicamente.

Por otro lado, volviendo al tema de la RBU californiana, hay que admitir la obviedad de que es una auténtica pérdida de oportunidad y de potencial de crecimiento socioeconómico que trabajadores que, por una situación desafortunada y muchas veces coyuntural, se vean abocados a caer en una situación de pseudo exclusión social de la que luego casi es imposible salir. Y eso es especialmente destructivo en ciertas sociedades precisamente como la estadounidense, donde conviven sin redes de contención social ni familiar, más propias de países latinos o de democracias más sociales como la europeas. En nada beneficia al sistema perder a un trabajador que puede llegar a volver a aportar al sistema, para que pase a ser una carga en el mejor de los casos, y además para aún así seguir padeciendo unos estándares de vida muy deteriorados. Para evitar el aspecto más ideológico del asunto, no entraremos en “polarizantes” temas de justicia social, y nos limitaremos a insistir en que no aporta nada al sistema sacar de la ecuación socioeconómica a individuos productivos que, con una pequeña ayuda temporal, podrían volver a aportar al sistema de forma neta durante el resto de sus vidas laborales. Y ahí está el quid de la cuestión, en la necesaria temporalidad del planteamiento de la RBU, y el que su diseño trate de conseguir que su percepción sea de que es un mero “empujón” para que el trabajador siga aportando al sistema y al bienestar del conjunto durante el resto de su vida laboral, en vez de ser una carga “para siempre jamás”.

De hecho, asumiendo como esencial esa temporalidad vista en el estudio de California como mínimo de adecuada, la RBU ya no es tanto una renta básica universal como una prestación temporal por situación de deterioro económico. Podría asemejarse más a lo que son las prestación por desempleo más a la europea, pero a la que se tenga derecho más que por cotizaciones previas por haber caído en una situación económica complicada. E insistimos, siempre estableciendo un claro límite temporal del que el perceptor sea consciente desde el principio, para que sepa que dispone de un único cartucho que si desaprovecha tendrá nefastas consecuencias para su salud socioeconómica, de la cual tendrá infinitamente menos posibilidades de escapar. Quizás habría que valorar si el enfoque correcto de la RBU como tal debería ser ese giro conceptual. Y sería esencial que la RBU sea durante ese tiempo limitado también para evitar esos miedos mayores (y muy fundados) de los mayores detractores de la RBU, que temen la proliferación de esos tejidos socioeconómicos hiper-dependientes y clientelares tan lesivos y auto-destructivos para cualquier socioeconomía.

Si aseguras pescado gratis todos los días, ¿Quién va a querer aprender a pescar y salir él mismo a por los peces?

Con esa temporalidad se corta de raíz el riesgo de que el vivir con menos, aunque sea malvivir, se cronifique y que se acostumbren a ello. Y ello me recuerda además lo que siempre me decía un admirado amigo responsable de una excelente ONG en África: para ayudar de verdad a los más desfavorecidos no hay que darles el pescado, hay que darles a caña y enseñarles a pescar. La RBU como la plantean algunos es darles pescado cada día (mientras haya y sea sostenible para el sistema, que todo hay que decirlo), mientras que darles una ayuda temporal supone darles medios para que se compren una caña y sepan que tienen necesariamente que aprender a pescar, porque en un plazo razonable dejarán de sufragarles nuevas cañas de pescar, los cebos y el hilo de nylon.

Parece un pequeño matiz, pero realmente las diferencias que se marcan con ello son abismales, y literalmente pueden marcar la separación entre el empujón constructivo y lo auto-destructivo de esas políticas de “regalar dinero para todos”, que lo siempre acaban es repartiendo miseria. Y además tenemos lo de futuro y de progreso que supone que el sistema haga una pequeña inversión adicional y temporal en unos individuos que así podrían volver a ser aportadores netos al conjunto, y hacerlo durante mucho más tiempo y por mucho mayores importes que los de la percepción que recibieron. Y eso dejando de lado el asunto que ya les decía, y que es el “innombrable” tema de la justicia social, con unos desfavorecidos que a veces nacieron condenados a su precaria condición, sin que ello quite que haya otros que no se hayan esforzado realmente por labrarse un buen futuro.

Pero, ¿Cómo diferenciar salomónicamente los que caen en un campo y en el otro? ¿Qué es más justo y sostenible socioeconómicamente, dejar de prestar un cierto apoyo a los que lo necesitan temporalmente o dejar de sostener a los que explotan el sistema? Siempre va a haber de unos y de otros, e igual lo suyo es añadir a la RBU con el tiempo una buena dosis de inteligencia artificial que permita separar los necesitados de los paniaguados (y que no traiga nada como el escándalo holandés que hizo dimitir en pleno al gobierno de aquel país). Mientras que esa posibilidad técnica y socioeconómica se va haciendo una realidad, algo habrá que ir haciendo en los primeros actos de esta obra, y ese concepto híbrido de una RBU “temporal” es mucho mejor opción que una RBU sin más. Y, en todo caso, los resultados en media que ha aportado en Stockton son como mínimo generadores de riqueza para el conjunto del sistema en los plazos más largos, pero… ¿Largo plazo? ¿Quién se preocupa por el largo plazo en los tiempos de la dictadura del quarter y de los resultados trimestrales? Igual el cortoplacismo rabioso vuelve a ser parte también de este problema, y que, igual que no conviene poner el horizonte temporal de la RBU en el “hasta el infinito y más allá”, tampoco convenga poner el límite de la vida productiva de un trabajador en la carambola de no sufrir ningún revés insuperable en el corto y medio plazo, que ya le saque del sistema para el resto de sus días.

Esto no tiene porqué necesariamente ocurrir tampoco tan sólo al caer en situación de desempleo, sino que puede plantearse incluso ante situaciones de precariedad económica sobrevenida de forma sostenida y cuasi-permanente para trabajadores que, con un pequeño empujón, puedan igualmente dar un salto socioeconómico que les permita salir de la precariedad y aportar más al sistema. Y eso podría aportar beneficios incluso tratándose de situaciones no coyunturales y cronificadas, porque el que cae en ellas ya no tiene recursos económicos que le den opción a salir del pozo. ¿Por qué limitar las opciones dadas por el sistema para progresar en la vida y para conseguir un mejor trabajo tan sólo a la época joven y solamente en el plano meramente educativo? ¿Por qué no dar una segunda oportunidad temporal convenientemente diseñada en la madurez a trabajadores que, ya no voy a decir que vean sus ingresos simplemente por debajo de la mediana, sino incluso por debajo de un umbral de un % de ella a definir? Y eso ya es un híbrido que entra en lo que se acerca más a un concepto de RBU sin serlo, y que paradójicamente podría evitar lo más peligroso de la misma. Pero el otro tema crucial aquí es el clásico de toda iniciativa socioeconómica: ¿Cómo, durante cuánto tiempo y, sobre todo, quién paga la fiesta?

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