La locura sistémica del corto plazo

Algún día habrá que preguntarle a los grandes gurús de la economía por qué dejaron que esto ocurriera: a Alan Greenspan, a Henry Paulson, al Fondo Monetario, al Banco Mundial, ¿cuál era la idea? Y ahora, a decir de cuentas, tampoco saben qué hacer. Mientras Estados Unidos está en plena trampa de liquidez, en una situación en la cual la circulación del dinero se ha congelado: nadie presta, nadie compra, nadie invierte. ¿A razón de qué prestar si la tasa de interés bajará el 0%?; ¿a razón de qué comprar si mañana todo estará más barato que hoy?; ¿a razón de qué invertir si en este mundo que se cae a pedazos nadie pone horizontes de futuro?. Más aún cuando la amenaza de perder el empleo es un remolino que crece cada día que pasa sin que se tomen decisiones concretas.

La mezcla tóxica de estancamiento, recesión, deflación y trampa de liquidez ya cruzó la línea de alarma. Y en este período de auténtico vacío de poder que vive Washington: (Bush ya no gobierna y nadie de su administración se atreve a dar la cara, ni siquiera Condoleeza Rice para hablar sobre los atentados en la India) puede pasar cualquier cosa. Ya las empresas automotrices han lanzado una intensiva campaña para conseguir el apoyo financiero que las mantenga en pie, porque esa emblemática industria nacida a principios de siglo con Henry Ford debe sobrevivir según sus dueños, olvidándose que también la industria de Ford tuvo bastante que ver en la crisis de 1929.

De lo que todavía al parecer no se han dado cuenta, es de las diferencias que separan a una crisis de la otra. Y el elemento medular, que de alguna manera lo contiene todo, es la brutal concentración del capital y la miserable distribución del ingreso que vive ese país emblema de un modelo económico basado en las supuestas libertades individuales. La linea de la pobreza llega al 30% de la población. Como dijo una vez Milton Friedman “no es culpa de los ricos que haya pobres”. Por eso hay economistas que están sugiriendo duplicar el salario mínimo, para elevar la demanda y hacer que las inyecciones de liquidez lleguen realmente a vías de flujo y no se queden empantanadas en el acervo mastodónico de la burocracia.

La leve recesión del año 2001 (seis meses) llevó la inflación al 1%, mientras la Fed bajó los tipos al 1% para estimular la inversión. La fe en la palanca de la política monetaria para controlar la estabilidad económica era tan dueña del sistema que los mercados reaccionaban ante cualquier gesto de Greenspan. Ahora que la política monetaria se demuestra completamente ineficaz, y que la política fiscal encuentra numerosos escollos para abrirse paso entre los escombros, muchos se preguntarán a quien se le ocurrió la fórmula.

Y lo peor, es que mientras en las jefaturas políticas (que son los que finalmente zanjan las decisiones) existan los economistas ortodoxos al neoliberalismo, todo va a seguir igual, o mejor dicho, peor: Viendo desde la ventana propia como se cae el resto del mundo, hasta que sea tarde para atinar y revertir el proceso. Como dice un amigo y colega: “lo peor no está aún detrás de nosotros. Lo peor está por venir”. Gran parte de la culpa la tienen los gobiernos, hay que decirlo, pues en su mentalidad cortoplacista para ganar votos apelaron a las políticas del “pan para hoy, y hambre para mañana”. Sólo que ahora estamos en ese “mañana”.

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