En primer lugar, nadie quiere que vuelvan a permitirse descalabros como los que generaron la crisis que estamos viviendo. A estas alturas, ninguna persona razonable, sea de izquierda o derecha, o de aquello que llaman el centro-centro, desea que se repita una crisis como la actual, una suerte de "revival" de la gran depresión, con la salvedad de que esta vez la podemos seguir en directo, contando uno a uno los bancos que quiebran (van más de 40, sólo en Estados Unidos, este año), contando asimismo las empresas que quiebran, por cientos, mirando atónitos los índices de desempleo, la morosidad de pagos, el hambre..
De las propuestas de Obama ya dimos cuenta. Y de las propuestas de Banco Central Europeo ha salido bastante información. Ambas coinciden en la supervisión del riesgo sistémico; en el control a las compañías de seguros y a las de los fondos de pensiones; en la supervigilancia a los mercados de valores y los índices bursátiles. Parece haber consenso en que el juego de casino que hizo de la economía global un desastre se acabó. Sin embargo, ¿se acabó realmente?
Paul Krugman celebra el plan de Obama. De alguna manera permite tapar esa gran cantidad de agujeros por los que se permeaba la distorsión de los mercados, ese engaño que creaba burbujas y edificios de cartón piedra. Pero ni Krugman ni el plan de Obama consideran un elemento que es esencial para que la cosa funcione. La única manera de evitar la irresponsabilidad es generar un cultura de responsabilidad por el largo plazo. Y mientras los incentivos sigan siendo al corto plazo (incluyendo a los gobiernos), no puede haber avances.
Todas las propuestas olvidan que la semilla o el germen de su creación, están en los incentivos a corto plazo que generaban a los ejecutivos financieros, por lo general, a un año plazo, tiempo que resulta muy breve para medir las consecuencias de sus decisiones. Es casi igual que en la vida política: se premia a los gobiernos que consiguen una buena cosecha en el corto plazo, sin importar que la siembra hay sido inexistente. Este fenómeno también se vive en las empresas, cuando una administración depreda todo lo bueno que heredó de la anterior y la deja sin nada.
Para permitir actuaciones de largo plazo y más comprometidas por parte de los ejecutivos, los incentivos debieran ser también en el largo plazo. El incentivo debe privilegiar aquello que ha velado por la construcción de futuro. Los incentivos son importantes, más aún si velan por la solidez y estabilidad del largo plazo, incluyendo aquello que llamamos desarrollo sustentable y cuidado a la calidad de vida. Eso también debe formar parte de las reformas financieras que hoy se están inventando.
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