Ya hemos dicho que la guerra de divisas, o devaluaciones competitivas, son una política para empobrecer al vecino. Pues bien, el mundo se encuentra en esta peligrosa guerra comercial que no hará más que empobrecer a todo el mundo y lo arrastrará a un escenario deflacionario de muy incierto resultado. Los anuncios de Shinzo Abe en Japón, de debilitar el yen, han comenzado a rendir sus frutos y la moneda nipona ha iniciado su lento proceso devaluatorio tras apreciarse un 60% en los últimos años.
Ningún país quiere una moneda fuerte y de ahí que muchos quieran seguir el ejemplo de la Reserva Federal de Estados Unidos que ha realizado contundentes planes de flexibilización cuantitativa para disminuir el valor del dólar. Hay que indicar que el plan de Mario Draghi lanzado en septiembre del año pasado (“defender al euro cueste lo que cueste”) está en esa misma dirección, y ha sido gracias a eso la relativa calma de los mercados europeos y el descenso en la prima de riesgo. Curioso que la defensa de la moneda se haga por la vía de hacerle perder su valor. Pero en un mundo donde el caos gobierna y donde la corrupción política se reproduce a sus anchas es posible cualquier cosa.
La devaluación competitiva surge de la necesidad de una país de exportar sus productos y hacerlos más baratos al resto del mundo. Si la moneda sufre una apreciación, las exportaciones se encarecen y esto pude implicar una caída en la producción y el aumento del desempleo. La gráfica de Japón y el yen nos indica que la moneda nipona se apreció fuertemente desde 1970 hasta 1990. En esos años Japón no vio menguar su capacidad productiva. Pero la apreciación de su moneda creó una enorme burbuja inmobiliaria que reventó a principios de los 90. Recordemos que en el fulgor se esa burbuja especulativa los jardines del Palacio Imperial de Tokio tenían más valor que el estado de California.
La actual guerra de divisas desatada por la crisis se mantiene desde el año 2010 y es una medida desesperada que no conduce a ninguna parte. El lector comprenderá que si todos los países devalúan sus monedas en forma simultanea, no hacen más que empobrecerse al unísono. Así y todo, las escaramuzas han ido en aumento y prometen intensificarse con las declaraciones que esta semana hicieron el banquero central ruso Alexei Ulyukayeb y el Ministro de Finanzas de Noruega Sigbjoem Johnsen, también alineados en la idea de evitar a toda costa el fortalecimiento de sus monedas.
Nadie quiere una moneda fuerte y por eso que todos los dardos impulsan la apreciación de las monedas de los emergentes. En lo que va del año, el Baht tailandés se ha apreciado frente al dólar un 2,7 por ciento, el Colón de Costa Rica el 2,3 por ciento, el Peso Mexicano el 1,8 por ciento, mientras que el dólar australiano y el dólar neozelandés lo han hecho en 1,7% y 1,5 por ciento respectivamente. Todo esto no hace más que indicarnos que el desorden monetario y el caos financiero continuarán por largo tiempo mientras la pobreza será la única constante en estas escaramuzas hinchadas de dinero.
En El Blog Salmón | Cómo y por qué estamos en una guerra mundial de divisas