Una de las cosas que siempre más me ha llamado la atención en el mundo de los negocios es la visión que han tenido determinados individuos para transformar una amenaza en oportunidad. Así, la continua sequía que ha padecido y sigue padeciendo la península ibérica ha sido y es la amenaza que un conjunto de compañías han transformado en oportunidad. Estamos hablando de las desaladoras.
En este momento y con más de 900 plantas en explotación, España ocupa el cuarto puesto mundial en capacidad de desalación por detrás de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos. Además, y tal y como suele decir el director de Acuamed, Adrián Baltanás, la desalación, aunque salga más cara que el trasvase, no genera tensión territorial ni conflictos sociales. En efecto, nadie protesta porque en la costa mediterránea, se vayan a instalar más de 27 plantas de desalación de aquí a cuatro años. Antonio García-Zarandieta, director de Inima, hoy filial de OHL, calcula que el negocio de la desalación va a movilizar a más de 2.500 millones de euros con las próximas licitaciones de India, Omán, Israel, el norte de África, Australia, China, Oriente Medio y América. Y según el libro blanco de la Agencia de la Energía de Australia, el incremento de la población en el mundo va a elevar dramáticamente las necesidades de agua potable hasta 5.000 kilómetros cúbicos anuales para el año 2025.
Con ese nivel de demanda, la desalación resulta una opción competitiva en aquellas áreas donde no exista ninguna otra opción (Argelia, por ejemplo); donde la población se acumula en las costas; donde resulte asumible su coste para los usuarios y allí donde, no reuniendo las condiciones anteriores, se consigan recursos financieros. Entre las primeras el Libro Blanco identifica al centro y sur de Asia; el norte, centro y sur de África, el oeste y sur de América y Australia. En la cuarta condición entrarían el suroeste de Norteamérica y muchas partes del norte y sur de Europa.
Vía | El País