No se puede negar que Europa sea líder mundial en determinadas tecnologías que se están demostrando de futuro, y lo es no tanto por su capacidad de innovación tecnológica (que es francamente mejorable) como por la visión de futuro que en Bruselas han demostrado tener en ciertos temas. El resultado es que en diversos campos ahora Europa es pionera y líder mundial, con sectores que generan multitud de puestos de trabajo en el Viejo Continente, y que nos permiten vender ahora nuestra tecnología por todo el mundo.
Entre esos temas brillan con especial intensidad la transformación energética, pero también otro tema menos conocido, aunque todavía mucho más disruptivo, interesante, y transformador a todos los niveles de nuestras vidas. Huelga decir que este otro tema puede aportar incontables beneficios a la mejora de nuestro bienestar, y además hacerlo yendo de la mano de la propia transformación energética y de la eficiencia (que no austeridad retrógrada) en el uso de los recursos disponibles en este planeta.
Efectivamente, hablamos de las Ciudades Inteligentes, en las cuales la movilidad y el transporte inteligentes son una de las principales vertientes que toda Smart City aborda desde el primer momento de su transformación. Y es que Europa ha sido la primera en verlo meridianamente claro, y desde aquí no podemos sino refrendar esa visión: Europa será Smart o no será (al menos tal y como la conocemos).
De la Transformación 4.0 a las Ciudades Inteligentes sólo iba un paso
La Tecnología 4.0 vino a nuestras vidas para cambiarlas radicalmente, y empezó por hincar el diente a las empresas, en las que la competencia natural del libre mercado en la que viven hace que sean las primeras en verse amenazadas por una Amazon o un Google, que vienen ya transformadas digitalmente de forma casi nativa para comérseles su trozo del pastel. Aquí obviamente ha habido empresas ganadoras, perdedoras, y otras que han caído en la más flagrante inacción; cada una pagará su precio o recogerá sus réditos, pero el hecho es que la transformación digital hace tiempo que les venimos diciendo que ni mucho menos se iba a quedar ahí. Dado que la tecnología ya se está imbricando en todas las facetas de nuestras vidas, su potencial transformador iba a llegar coherentemente hasta el último rincón de nuestros quehaceres y actividades diarias.
Efectivamente, éste es el cambio más disruptor de la Historia de la Humanidad, y es masivo, omnipresente, y nos va a afectar a todos y a todo en (casi) todas las facetas de nuestras analógicas vidas, que poco a poco van siendo cada vez más íntegramente digitales. Así, tras las empresas, vinieron las administraciones, a las que les tocó ya el turno de ir empezando a pensar en abrazar una transformación que redunda en mejores servicios a los ciudadanos, en ahorro de costes, en potenciales mejoras del sistema socioeconómico (e incluso democrático), y en general en una mejora del bienestar del ciudadano, punto que el Estado debe siempre tener como primera prioridad a proveer (¡Ejem!).
Pero los ciudadanos como tales tampoco iban a ser una excepción en todo este tornado transformador, que tiene a la tecnología por inclemente impulsor. Así, la Transformación 4.0 siguió por el camino de proveernos de servicios nuevos y disruptivos también en nuestras vidas a nivel personal, y sin los cuales ahora ya no concebimos ni tan apenas vivir, al menos no con la misma calidad de vida 4.0 de la que ahora empezamos a disfrutar muchas veces sin ser siquiera conscientes. Tras smartphones, apps, y servicios digitales disruptivos en general, llegó el reto de transformación digital más masivo, más disruptivo, y más desafiante al cual se enfrenta esta nueva ola tecnológica sin precedentes en la Historia. Son esas Smart Cities o Ciudades Inteligentes, que están transformando ya a día de hoy literalmente cómo vivimos, y por las cuales Europa ha apostado fuerte y con capacidad visionaria desde el primer momento: ahora somos una gran potencia mundial en este campo.
Pero no se preocupen, en esta ocasión y tras la apuesta inicial, ahora Europa redobla su apuesta
Así, Europa afortunadamente mantiene intacta su apuesta y su visión de catalizar el advenimiento de un mundo (muy) Inteligente a nuestras ciudades, y también para todos nosotros. Como mejor demostración de ello, recientemente la Comisión Europea ha publicado su nueva y disruptora estrategia de movilidad inteligente que, como les decía, es ni más ni menos que la piedra angular de toda Ciudad Inteligente. Pero aquí no se trata de transformar sólo las ciudades de forma tan auto-referencial, sino que en la ecuación también deben entrar las no-ciudades, ya que nunca debemos olvidar ese medio rural al que tantas cosas le debemos, y al que tanto seguimos necesitando hoy en día por muy “urbanitas” que podamos considerarnos.
Y es que tal vez la movilidad pueda no parecer de primeras tanto reto en el medio rural por no tener un carácter tan masivo como en las grandes ciudades, pero el reto de la movilidad en el territorio inteligente sigue siendo primordial, porque el reto simplemente cambia algo por la casuística especial propia del entorno rural. El hecho es que, para poblaciones naturalmente dispersas y que dependen vitalmente del transporte para su vida diaria y para aprovisionarse en lo más básico e imprescindible, ese transporte inteligente es para sus habitantes doblemente importante.
Como habrán podido leer en el enlace anterior, esa apuesta europea ya es una realidad muy tangible. De hecho, la estrategia ya está oficialmente publicada en la web de la Comisión, y hay que decir que, más que una mera apuesta, pasa por ser toda una visión a futuro de un concepto de movilidad y transporte caracterizado a partes iguales por ser inteligente y sostenible. Esta estrategia, para que no se quedase en mero “paperware” efectista y aparente como ocurre otras veces con lo que viene de Bruselas, en esta ocasión ha venido acompañada por toda una batería de acciones tangibles. En concreto, hay todo un Plan de Acción europeo con nada más y nada menos que 82 iniciativas diferentes. Ésta es efectivamente la forma de hacer las cosas, y deberían venir siempre así (lamentablemente no siempre es el caso), porque más allá de objetivos generales y castillos en el aire, si lo que de verdad se pretende en Europa es que las cosas se lleven a cabo hasta el final, pues deben empujar aportando las herramientas tangibles y concretas. Esta forma de hacer las cosas es esencial para conseguir guiar adecuadamente a administraciones, ciudadanos y empresas en el siempre arduo camino de adaptarse a un futuro permanentemente cambiante.
Por otro lado, los objetivos en sí mismos también parecen tenerlos bien claros en Europa, y con estas iniciativas no pretenden sino reducir las emisiones en nada más y nada menos que un 90% de aquí a 2050. ¿Recuerdan cuando les analizamos la nueva política china contra el cambio climático anunciada por sus “medios” estatales a bombo y platillo? En aquel momento les expusimos que los nuevos planes climáticos chinos eran una excelente (y esperada) noticia para el mundo en general, pero que, a pesar de toda la “carga” mediática con la que fueron efectistamente acompañados, realmente suponían una apuesta muy muy poco ambiciosa. Hasta el momento de la publicación de las nuevas políticas chinas, realmente lo de China y las emisiones era ya una inconcebible falta de visión (e “interés”), pues incluso contaban con alcanzar su pico nacional de emisiones todavía en un muy tardío 2030.
Al menos ahora, con los nuevos planes que se preocupan algo más por la sostenibilidad del planeta (y por la salud de los propios ciudadanos chinos), China ya contempla con empezar a reducir sus emisiones en la presente década, y se fijan como objetivo la meta de ser “carbon-neutral” en 2060. Tratándose de la segunda potencia económica mundial, y de la primera potencia contaminante del planeta según bastantes indicadores, realmente esta fecha todavía se hace más bien insuficiente. Como ven, Europa apuesta con incomparablemente mayor determinación y visión de futuro por ese objetivo que ya es común, pues ahora (casi) todos los dirigentes del planeta ya lo tienen claro, y lo ven como absolutamente ineludible, pero con sus muy diferentes planes dejan al descubierto las vergüenzas de cada uno a la hora de “poner la carne en el asador”. Muy demostrativamente, y como odiosa pero necesaria comparación, con esta estrategia en Europa no se ha caído en ponerse también una meta etérea para dentro de más de 35 años, que a saber quién y cómo responderá ante la ciudadanía de no haberse alcanzado.
Así, desde Europa y entrando ya también en un plano más nacional, aparte de la excelente idea de haber ligado una buena parte de los 140.000 millones de ayudas a España por la pandemia a tecnologías catalizadoras de las ciudades inteligentes, Bruselas ha fijado también para sus propias iniciativas smart diversos horizontes temporales progresivos, marcando esenciales hitos intermedios que definen escenarios para 2030, 2035 y 2050. En concreto, para 2030 la nueva estrategia europea de movilidad contempla como meta conseguir que haya al menos 30 millones de automóviles de cero emisiones (sí, también valen obviamente los eléctricos de “pila de hidrógeno” que cada vez son una mejor apuesta), que ya haya 100 ciudades “carbon-neutral” en el Viejo Continente, que el tráfico ferroviario de alta velocidad se haya duplicado en Europa, y que los viajes colectivos de menos de 500 kilómetros sean igualmente neutros en emisiones de carbono. También para 2030 se pretende tener desplegada la movilidad inteligente y automatizada de forma masiva, y que haya también cargueros y navíos sin emisiones disponibles en el mercado.
En 2035 la estrategia europea pretende contar ya en los catálogos de los grandes fabricantes aeronáuticos con aeronaves comerciales de gran capacidad, pero que ya sean también de “cero emisiones”. Ya para 2050 la meta es que mayormente todos los vehículos de transporte por carretera, incluidos los de gran tonelaje, sean igualmente de cero emisiones, que se haya duplicado el tráfico ferroviario de mercancías, y que haya ya una red transeuropea de transporte multimodal plenamente operativa. Esta ambiciosa red se pretende que provea a la socioeconomía y a los ciudadanos de conectividad de alta velocidad punto a punto entre hubs de alta velocidad, catalizando que el transporte de masas y colectivo sea a la vez sostenible e inteligente. Y llevan razón los que puedan argumentar que esto al fin y al cabo siguen siendo objetivos sin definir en toda su extensión pero, para salvar ese “gap”, en Bruselas los han acompañado además de diez ámbitos de acción clave (pueden leerlos todos en detalle en los enlaces anteriores). Dentro de ser políticas de alto nivel, realmente su nivel de definición es bastante bueno, e infinitamente mejor al menos que el que hemos visto en otras superpotencias hasta el momento, con otros planes mayormente de “globos y elefantes rosas”.
Tampoco todo va a ser un camino de rosas para las estrategias europeas, pero la senda del futuro se traza caminando
Obviamente, y como realmente no podía ser de otra forma, hay que reconocer que el catálogo de tecnologías para conseguir todo esto queda en esencia totalmente abierto. Un servidor no lo achaca a una supuesta falta de definición por parte de las autoridades europeas, sino más bien a la imposibilidad práctica de definir ese futuro de largo plazo a día de hoy. Un futuro que luego es inevitablemente siempre cambiante, y máxime en lo referente a tecnologías muchas de las cuales aún están hoy por hoy por desarrollar en todo su alcance. En este sentido, me permito simplemente enlazarles el análisis que escribimos hace unos meses, y que llevaba por título “Sobrará energía limpia en nuestros mercados, lo que va a faltar es el cobre necesario para producirla en la nueva ola verde”.
Igualmente insistimos desde aquí de nuevo en la gran importancia de que, para conseguir que no tenga lugar esa carestía extrema de cobre en el mundo por su necesidad masiva en las baterías usadas en los vehículos eléctricos, también tenemos otra prometedora energía, como es la cada vez más viable masivamente “pila de hidrógeno”. Al contrario de lo que muchos creen, realmente vehículo de hidrógeno y vehículo eléctrico no son tecnologías que compitan, sino que pueden ser totalmente complementarias. El futuro es ciertamente apasionante, pero más apasionante es tratar de entrever por dónde nos acabará viniendo, y aquí estaremos medios como nosotros para dilucidarlo junto con ustedes y sus aportaciones.
Como ven, en Europa han hecho de nuevo las cosas muy bien en un campo tecnológico de futuro y dándole continuidad, sin que ello sirva de excusa para que no tengan que mejorar en muchas otras cosas. Bruselas en esta ocasión ha diseñado toda una hoja de ruta, dejando patente que el objetivo es algo a alcanzar y alcanzable. Y ello lo hacen además para ejemplo de otras superpotencias con más fuegos de artificio que metas reales, que parecen evidenciar que sólo buscan salir ahora (algo) mejor en la foto climática. Es lo que tiene ser el líder mundial en algo, que sobre uno recae la responsabilidad de marcar el camino por el siempre inexplorado terreno del futuro a dibujar, forzando a otros dirigentes a que ya no tengan excusa a la hora de trazar su propio camino, y se vean inevitablemente arrastrados a seguir la estela del que va primero abriendo camino entre las aguas. Cuando tus ciudadanos vez la satisfacción de los ciudadanos de otras superpotencias con estrategias y políticas que son de ineludible futuro, pues obviamente a esas superpotencias les resulta mucho más difícil de auto-justificar su más flagrante inacción o poca acción, y ni la propaganda más masiva consigue muchas veces cambiar el parecer de tus ciudadanos cuando el camino ya viene marcado por otros.
Cerraremos el análisis de hoy con una última reflexión (creo que) de calado. Así, resulta necesario que desde Europa no sólo deban apostar por la movilidad, preferiblemente smart, sino que además deben apostar al mismo tiempo también por todo lo contrario. Sí, no es que aquí nos hayamos ya vuelto locos definitivamente, es que simplemente, si de lo que se trata es de implementar (donde sea posible) la economía circular, y conseguir desarrollar nuestra actividad personal y profesional con la mínima huella imprescindible (dentro de la normalidad), lo suyo ya no es sólo que nos movamos de forma inteligente y sostenible, sino además hacerlo cuando éste mayormente justificado. Aprovechando la coyuntura pandémica, por la cual muchas empresas se han visto forzadas a adoptar un teletrabajo que, en la mayoría de los casos, ha demostrado ser tan productivo como el de oficina, sí, estamos ahora hablando de promocionar el teletrabajo cuando y donde sea posible. Obviamente, en ello hay muchas iniciativas que se pueden y se deben llevar a cabo, como sería minimizar el transporte masivo y diario a un trabajo que, en muchos casos, puede ser remoto, aunque no sea todos los días. Porque hay un camino intermedio entre contaminar por contaminar, y la incomodidad retrógrada de cruzarse el Atlántico en catamarán: otra cosa es que haya sectores a los que no les interese lo uno, y por ello les venga fenomenal poder ponernos como ejemplo de involucionismo lo otro (que realmente lo es y mucho). Una vez más, el punto de equilibrio está en el término medio, y en este tema: haberlo, haylo. Europa lo tiene muy claro. ¿Lo tendrá igual de claro España S.A.? Pues esperemos que en este caso no seamos una Sociedad (muy) “Limitada” (o España S.L.).
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