La gran ocasión perdida en la lucha contra el cambio climático es un camino a ninguna parte: usar un aire acondicionado cada vez más inevitable

El efecto invernadero es un hecho científicamente demostrado. El cambio climático ya es una innegable evidencia. La contribución de los gases que favorecen el calentamiento global es tan directa como su composición y sus propiedades químicas.

La industrialización obviamente ha supuesto grandes dosis de progreso y riqueza para el conjunto de la humanidad, pero a la vez ha vertido por doquier todo tipo de abundantes residuos muchos de los cuales son contaminantes, entre ellos millones de toneladas de esos gases que contribuyen definitivamente al calentamiento del planeta, y que han desequilibrado totalmente la balanza entre consumo y emisiones que los ecosistemas del planeta había creado por sí mismos tras millones de años de evolución, pero sin contar con la súbita y masiva intervención humana de ahora.

Pero ahora hay un nuevo factor que entra en la ecuación climática, y es que, no contentos con lo que ya de por sí contamina nuestra actividad industrial y económica más tradicional, el cambio climático está provocando que sólo se realimente a sí mismo… incluso en lo que se refiere al factor humano: nuevos datos evidencian cómo, cuanto más calor hace, más compramos y usamos aires acondicionados, que sólo revierten en más emisiones invernadero y, a la postre, mayor calentamiento. Todo un ciclo infernal sin fin.

La comunidad científica nos había advertido más por activa que por pasiva, y también acerca del funesto “punto de no retorno” al cual nos acercamos temerosamente

Hace tiempo que desde estas líneas venimos anticipándoles la que se nos venía encima con el cambio climática (y que ya tenemos literalmente encima), en mis círculos tuiteros y personales vengo igualmente advirtiendo sobre ello desde hace muchos más años, antes incluso de que ya fuese lamentablemente evidente en los termómetros; un debate, por cierto, en el que nos hemos mantenido en el rigor y en la equidistancia allá donde era posible, y en el que también les hemos analizado el colosal riesgo socioeconómico de pinchar la funesta burbuja del carbono: la verdad es que solución buena buena, lamentablemente no la hay. Pero el tema es que los científicos llevan décadas advirtiéndonos de que el delicado equilibrio climático, aparte de estar deteriorándose gravemente inclinando su balanza hacia el calentamiento, presenta además unas fórmulas y modelos que además apuntan a un claro punto de no retorno. Ese punto de no retorno significa que, una vez la atmósfera acumule una determinada concentración de gases efecto invernadero, la luz del sol hará por sí sola el resto, y el calentamiento proseguirá imparable su curso sin necesidad de mayor intervención humana.

Pero la siempre confrontadora propaganda se agarra ahora a la “indemostrabilidad” del origen que el cambio climático, y disemina que en readlidad no ha sido provocado por estos gases y por la actividad humana, sino que se debe a unos ciclos naturales del planeta que (¡Oh, casualidad!) no encuentran equiparación en los mismos plazos desde esa noche de los tiempos de la que nos dan el geológico relato las diferentes capas de sustratos de subsuelo. Y el siempre riguroso semanario decano de economía británico “The Economist” ya escribió un ilustrativo artículo en el cual quedaba patente la total correlación entre actividad industrial humana y cambio climático. Desde aquí respetamos todo tipo de espíritu crítico, e incluso de disidencia, pero lo que no es constructivo socioeconómicamente es negar las evidencias. Y que conste que los sectores más anti-climáticos ahora ya optan por ni siquiera querer entrar a debatir, porque obviamente saben que los datos y los argumentos no están precisamente de su parte. Incluso desde aquí respetamos también su derecho personal a no querer debatir ni oír hablar del tema, pero ello no quita que tanto sus acciones anti-climáticas como sus actitudes anti-debate sean de lo más dañino no sólo para la sociedad, sino también para la socioeconomía, y por supuesto para el planeta tal y como lo conocemos (que por cierto, no es sólo nuestro). Pero obviamente están en su derecho.

Contando con esa libertad, el que no quiera verlo es libre de hacerlo, pero que reconozca al menos que ha decidido en total libertad seguir viviendo en la ilusión de que llevaba (algo de) razón en el pasado. Aunque, sinceramente, un servidor lo que realmente aprecia personalmente no es la obstinación más empedernida, sino todo lo (humanamente) contrario: corregir es de sabios, sobre todo cuando aún puede que estemos a tiempo de revertir la situación antes de llegar a ese terrorífico punto de no retorno (si es que no lo hemos alcanzado ya, un extremo cada vez más probable). Así lo hizo encomiablemente por ejemplo Jerry Taylor, todo un histórico negacionista convencido en su momento, que a su vez convenció a miles de personas. Sin embargo, este hombre acabó dándose cuenta de su grandísima equivocación, y ahora intenta ayudar a subsanar las consecuencias de su tremendo error tratando de hacer ver a otros negacionistas lo equivocado de sus puntos rotundamente anti-climáticos. Pero no todo el mundo es así de capaz de reconocer tan ejemplarmente que estaba equivocado y, sobre todo, de cambiar de opinión pública y notoriamente: para ello hace falta una inevitablemente buena dosis de la capacidad de autocrítica más constructiva, que tengo la esperanza de ver en la blogosfera (al menos en la mayoría de los exnegacionistas).

Pero lo que la mayoría de científicos ya ni se imaginaron es que las suicidas tendencias de la raza humana llegarían al extremo más extremista, tanto en cortoplacismo como en incapacidad de visión

Pero hablando de lo clave que es ese punto de no retorno, no podemos obviar que hay tecnologías y actividades humanas que, ya no es que contribuyan al efecto invernadero de por sí, sino que traen literalmente un fatídico efecto multiplicador, por el cual cuando más suba la temperatura, más contribuyen a elevarla todavía más. Sí, el cortoplacismo humano a veces tiene estas cosas, y no sólo por la cortedad de miras (que no es ni mucho menos poco), sino incluso por la cortedad en un plano tan amplio como aquella profunda frase del difunto Stephen Hawking cuando era preguntado acerca del porqué de que la humanidad todavía no hubiese contactado con ninguna civilización extraterrestre: “El motivo por el que todavía no hemos contactado con vida extraterrestre es porque toda vida inteligente tiende a su auto-extinción”. Y en el planeta Tierra con el asunto del cambio climático estamos haciendo de esta frase todo un axioma póstumo que figurará en algún epitafio de los pocos que supieron verlo venir e hicieron algo por tratar de evitar nuestro incierto destino como humanidad.

Entre esas tecnologías y actividades humanas que sólo retroalimentan el cambio climático porque sólo lo refuerzan todavía más cuanto más grave es, está la que el siempre interesante MIT Technology Review calificó como la gran oportunidad perdida en la lucha contra el inexorable cambio climático: no hace falta recalentarse las neuronas para adivinar que hablamos de los aires acondicionados. Efectivamente, ya no es la lógica más aplastante y la evidencia del cortoplacismo más humano, la realidad de los datos que nos va deshilvanando la nueva realidad del desarrollo del desastre climático apunta en el mismo (sin)sentido: cuanto más suben las temperaturas, los cortoplacistas humanos más compran aparatos de aire acondicionado, y más lo usan a todas horas. Obviamente, con el mix energético medio mundial, ese consumo de energía eléctrica a espuertas en media no hace si no contribuir con miles de toneladas de CO2 a la ya de por sí maltratada atmósfera, que acaba pareciendo un simple invernadero corralito de unos pocos que, cubierto por plásticos más cutres que el vapor recondensado que gotea por sus paredes, aboca a los que quedan dentro a verse forzados a (ir)respirar su viciado aires a altas e insoportables temperaturas.

Efectivamente, lo que retroalimenta el calentamiento global ya no son los incendios que devastan miles de hectáreas en California o Australia, o en España sin ir más lejos, a pesar de que ya nos hayamos acostumbrado aquí a los pirómanos titulares, ni tan siquiera lo son las políticas más rotundamente pro-petróleo como las del saliente presidente Trump, las instalaciones de aire acondicionado son una auténtica pescadilla que mordisquea su cola (y la de las demás). No crean que estamos exagerando ni lo más mínimo. Como bien exponía el MIT Technology Review, esto son hechos objetivos y tangibles, y es que en las pasadas olas de calor que azotaron la misma California, ya asistimos a ver cómo los californianos literalmente abrasados por las altas temperaturas recurrieron a lo único a su alcance para rebajarlas a corto plazo (a largo tenían su voto, pero ese es otro tema que a día de hoy ya se ha ejercido). El hecho es que los californianos optaron (si es que tenían opción a decidir) por encender como posesos sus instalaciones climáticas caseras e industriales, y como demostración provocaron serios problemas de suministro a los suministradores de energía eléctrica.

La situación llegó hasta tal punto que rebasó lo dramático, y llegó directamente al escenario de que no había suficiente energía en la red para satisfacer toda la demanda: el Armagedón más temido para toda compañía eléctrica que se precie. Como resultado, en aquel estado muchos consumidores se vieron sumidos en la más profunda oscuridad por la ausencia de suministro eléctrico, quedando iluminados en la noche más cerrada tan sólo por los resplandores de los incendios masivos que vienen asolando el estado en las últimas épocas. Y eso por no hablar ya de las emisiones que ese uso de las instalaciones climáticas supusieron para el calentamiento global, y lo que es más, lo que supondrían si se generalizasen al conjunto de la población mundial. Y cuanto más calor hace, más enchufaremos el aparato del aire acondicionado, emitiendo más gases nocivos y provocando todavía más calor. Las estimaciones son que, de no mejorar la tecnología o el mix energético de forma considerable, en 2050 la demanda eléctrica debida a los aires acondicionados se triplicará, y llegará a suponer un “noqueante” 25% del consumo mundial.

La solución a estas alturas es más de paliativos que de “evitabilidad” y, sobre todo, de la poca altura de miras que tenemos los humanos como conjunto global

Lo cierto es que, además, mientras que en otras tecnologías hemos visto grandes avances en eficiencia y en rendimiento en las últimas décadas, en el aire acondicionado esas mejoras quedan literalmente casi como prácticamente inexistentes, al menos comparativamente. Y aquí remarcamos que la otra gran variable para atajar esta auto-destructiva ecuación es conseguir mixes energéticos más limpios, que al menos hagan que encender el aparato no revierta en emisiones, sino en consumo de energías limpias. Como ven, el tema de hoy puede parecer accesorio en el conjunto del cambio climático, pero lo cierto es que las nuevas cifras y su proyección más objetiva demuestran que es uno de los principales problemas del futuro a atacar desde ya en el presente. Recuero la frase que decía el siempre grande Groucho Marx: “Que paren el mundo, que yo me bajo”. Pues ahora habría que decir “Que paren el aire acondicionado, que yo me cuajo”.

Y no cometan el error de aferrarse de nuevo a ese cortoplacismo tan humano de no poner las propias a remojar cuando ven las barbas del vecino pelar: de no conseguir virar el rumbo (si es que aún estamos a tiempo), este escenario y otros mucho peores son lo que nos aguarda al común de los mortales, que haremos honor a nuestra finita condición más que nunca antes en la Historia de la Humanidad. Y que conste que hay que tener en cuenta que tampoco se puede culpar abiertamente a los ciudadanos que optan por hacer un uso intensivo de su aire acondicionado, puesto que tras darle al botón de ON del aparato de aire acondicionado puede que en muchos casos haya una simple intención de mera comodidad y confort a costa del cómputo global, pero hay en muchos otros casos que ya han rebasado ampliamente el umbral de lo soportable en los que enchufar el aparato es una mera acción de supervivencia ante “la que está cayendo afuera”. Porque si el calor aprieta inclemente en países como España, imaginen lo que puede llegar a ser en países como los del Golfo Pérsico, donde hay más arena tórrida que mercurio desbordando la escala, y donde hace tanto calor que los pájaros ya no se caen porque ya no los hay en medio del deserto más aplastante.

Una vez más, y de nuevo en el ese asunto del cambio climático que ha sido reiteradamente ninguneado desde ciertos sectores (y desde ciertos intereses), nos encontramos en una encrucijada en la que no tenemos otra opción más que tomar una decisión como especie y como socioeconomía global. O bien optamos por empezar a innovar y a mirar al futuro a los ojos para conocerle bien y evitar sus riesgos más acuciantes (si, ya nos conformamos sólo con los más acuciantes), o bien la mayoría cerrará infantilmente los ojos con fuerza pensando que al abrirlos el monstruo climático habrá desaparecido, pero se encontrará con que nos devorará a todos a la postre: a los que no se pueden permitir un aire acondicionado, a los que lo tienen pero moderan el consumo, a los que lo usan sin reparar ni en gastos ni en CO2, y a los que están por encima de todo eso (y del bien y del mal) y les da todo absolutamente igual desde su posición de poder y de intereses de poder. Pero las catástrofes son solidarias, y afectan al final a todos por igual, especialmente cuando se trata de algo tan masivo y común como es el clima. Y eso por no hablar de la merecida auto-extinción, que si bien es improbable en total como conjunto, sí que es innegable que es un gran riesgo al menos en términos relativos, y especialmente para todos los que se irán para no volver jamás, bien sea sofocados por el calor, o bien sea por las muy probables migraciones masivas y conflictos armados que algo así podría llegar a suponer por todo el planeta.

Así que ya pueden ver por sí mismos como aquel punto de no retorno climático ante el que ya nos avisaban nuestros heroicos científicos hace décadas puede realmente no ser tan letal como pudiese parecer. Ahora también tenemos un punto de no retorno humano, por el cual muchos no están dispuestos a renunciar a un mínimos de su comodidad climática en su día a día, aunque incluso eso sea acosta de que no haya muchos más días de los que disfrutar de ello. Sin duda, hay veces que la Humanidad emprende un camino hacia un nuevo mundo que ha descubierto a base de encomiables avances, pero hay otras veces en que los humanos más humanos tomamos un camino absolutamente a ninguna parte, por el que sin apenas innovar en ello nos limitamos a comprar y enchufar nuestros aires acondicionados, sólo para seguirlos necesitando in crescendo hasta el infinito y más allá: “Ozú, ¡Qué caló!. Quillo, pon el aire”, y punto (final).

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