La Burocracia, alas y lastre

Más de una vez me he quejado en los posts de El Blog Salmón de la burocracia. Pero creo que al igual que ha ocurrido con muchas palabras (algún día hablaremos de la palabra discriminación), hemos sido injustos con ella. Se le ha cargado de una connotación negativa cuando, en muchas ocasiones no deja de ser un termino sumamente neutro, incluso positivo diría yo. Fíjemenos en lo que dice la Real Academia con respecto a la burocracia:

1. f. Organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que le son propios. 2. f. Conjunto de los servidores públicos. 3. f. Influencia excesiva de los funcionarios en los asuntos públicos. 4. f. Administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas

Sólo las dos últimas acepciones tienen esa connotación peyorativa. Y sin embargo la primera describe una realidad muy estimable. Dudo que pueda haber ninguna empresa, ninguna organización sin que exista un aparato administrativo que le de soporte. Lo que ocurre es que ese que ese aparato tiene una fuerte tendencia a acapararlo todo, a autojustificarse, a apropiarse de la empresa. Se le olvida que sus normas, sus procesos, que el mismo sólo se justifican en tanto cuanto sirvan al fin de la empresa, que no es otro que obtener beneficios (para la Administración Pública serían otros criterios).

En cierto modo la burocracia ha de ser sometida a un permanente estado de autocontrol, de autocensura, de preguntarse sistemáticamente si esta cumpliendo su papel, o si como sucede en numerosas empresas y organizaciones sólo persigue sus propios fines, ajenos totalmente aquello para la que fue creada.

En este sentido, os recomiendo la visión de Brazil, de Terry Gilliam, a la cual pertenecen ambas escenas.

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