Harry Dexter White, Secretario Adjunto del Tesoro de los Estados Unidos, y John Maynard Keynes, economista británico fundador de la política anticíclica y que había anticipado el fracaso del tratado de Versalles tras la segunda guerra mundial, opusieron sus visiones. Keynes defendía un sistema monetario mundial basado en una unidad monetaria no nacional, el Bancor. White, buscaba un sistema de intercambio basado en el dólar, pero vinculado al oro. Con un dólar fijado al oro, todas las demás monedas podrían fijarse en dólares, dado que el dólar sería intercambiable por oro contante y sonante. La propuesta de Estados Unidos prevaleció sobre la de Keynes y la idea de unidad monetaria no nacional desapareció del mapa. Desde entonces, todo el mundo comenzó a negociar en dólares desplazando definitivamente a la libra esterlina como moneda de referencia mundial después de 130 años de hegemonía. El dólar fue anclado al oro a razón de 35 dólares la onza.
La crisis de la libra esterlina se arrastraba desde 1914 con el resquebrajamiento del patrón oro sobre el que se sustentaba el poder y la hegemonía del imperio británico. En 1813 Inglaterra había establecido el patrón oro que instauraba la convertibilidad de la libra en oro y hacia 1880 este sistema se generalizó al resto del mundo como parte de las ideas del liberalismo económico. La crisis del patrón oro y de la libra esterlina fueron los signos que expresaron la decadencia del imperio inglés y el comienzo de las potencias imperialistas por la redistribución del mundo. Parte de estos hechos son la gran guerra de 1914 y la revolución rusa de 1917. La gran depresión que estalló en 1929 develó las falencias del sistema de comercio internacional y la vulnerabilidad del patrón oro para controlar las finanzas internacionales. La segunda guerra mundial fue el resultado de estos temas no resueltos, y del salvaje castigo que se aplicó a Alemania tras la primera guerra mundial.
Alineados con el dólar
En Bretton Woods, la Reserva Federal se comprometió a poner en marcha un sistema para cambiar en cualquier momento los dólares por oro. El precio de las otras divisas se alineó respecto al dólar a razón de 35 dólares la onza y tipos de cambio fijo. Esto dio a Estados Unidos la oportunidad de paliar sus déficit mediante la impresión de dólares, y convertirse en árbitro y jugador al mismo tiempo. La ventaja que ofrecía este mecanismo a Estados Unidos era muy clara: podía comprar todo lo que quisiera al resto del mundo solo imprimiendo dinero... Mientras el resto del mundo necesitaba producir bienes y servicios, Estados Unidos sólo necesitaba imprimir. La ventaja comparativa de este país era la imprenta de dólares, una máquina que le permitía financiar guerras como la de Vietnam, hasta agotar la totalidad de sus reservas de oro. Todo esto cimentó la hegemonía del billete verde.
Cuando a principios de los años 70, y ante la fuerte crisis que enfrentaba Estados Unidos por sus altos déficit, Paul Samuelson sugirió a Richard Nixon devaluar el dólar, Nixon hizo caso a su amigo Milton Friedman y declaró el 15 de agosto de 1971 la inconvertibilidad del dólar en oro. Estados Unidos no podía cumplir con el acuerdo de Bretton Woods y cuando los banqueros centrales de Francia llegaron a Washington con su carga de dólares para cambiarla con el oro contante y sonante como indicaba el acuerdo, no había nada de oro que entregar. Este fue el fin para el acuerdo de Bretton Woods que habían firmado 44 países en julio de 1944 y alcanzó a durar solo 27 años. Los excesos y abusos que cometió Estados Unidos frente al resto del mundo le otorgaron el gran premio de dejar al dólar libre de las ataduras al oro. Sólo el presidente francés Charles De Gaulle puso énfasis en la imprudencia y los derroches en que había incurrido Estados Unidos. El resto del mundo guardó silencio y se propagó una gran campaña de desprestigio en contra de DeGaulle. DeGaulle, sin embargo, tenía toda la razón: Estados Unidos había financiado la guerra de Vietnam con el dinero del resto del mundo. Es decir que todo el mundo había pagado la masacre vietnamita. Este sería solo uno de los primeros caprichos estadounidenses con cargo al resto del mundo. Más tarde vendrían, entre otros, las guerras de Irak y Afganistán.
Efectos colaterales
El fin del sistema de Bretton Woods en 1971 y la adopción de los tipos de cambio flotantes en 1973 no fue la panacea para la estabilidad económica. Este quiebre tuvo una serie de efectos colaterales que alentaron la especulación masiva y marcaron el deterioro de la economía real. Bajo el sistema de Bretton Woods había estrictos controles de capital diseñados para proteger el tipo de cambio fijo, algo que se hizo innecesario con los tipos de cambio flotantes y la existencia de un dólar sin ningún tipo de anclaje y vigilancia. La extinción de estos controles permitió el masivo aumento de los flujos de capital que comenzaron a desplazarse por el mundo a un ritmo cada vez más vertiginoso, y con el sector financiero ganando cada vez más espacio en cada una de las etapas, mientras relegaba el capital productivo a lugares de menor importancia. No es extraño que mientras en este período los salarios relativos de los trabajadores productivos se mantuvieron estables, los salarios de los profesionales vinculados al sector financiero experimentaron constantes aumentos.
Tampoco debe ser extraño constatar que el período de 1945-1971 sea uno de los más estables de la historia económica, dado que no existieron burbujas de activos ni grandes crisis financieras como las que se registraron en los años 80 y 90 del siglo pasado y en los primeros años de este siglo. El acuerdo de Bretton Woods propició la gran estabilidad económica de los años 50 y 60 del siglo pasado y generó los milagros económicos de Alemania y Japón, algo impensado tras el fin de la segunda guerra mundial, cuando estos países estaban destruidos. Sin Bretton Woods tampoco habría existido el fuerte repunte de Francia, Italia e Inglaterra, países destruidos por la guerra. Un factor crucial para este éxito fueron las políticas orientadas al pleno empleo, siguiendo la instrucción de Keynes de 1936. Lo que escapó a todos los análisis fue la actitud de Estados Unidos, que se enajenó con la imprenta de billetes y perdió el músculo productivo. Este hecho forma parte de la fase que siguió al colapso de Bretton Woods, en 1971: El origen del desorden financiero y del desempleo global.
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