En nuestro mercado laboral conviven claramente dos grupos de asalariados: los que gozan de contratos indefinidos y muy protegidos (aunque menos tras última reforma laboral) y aquellos con contratos temporales y prácticamente sin protección (principalmente mujeres, jóvenes e inmigrantes). Esta dualidad brilla por su ausencia en el resto de países desarrollados y es el origen de la gran mayoría de nuestros males actuales. Pensar que un contrato único acabaría con los problemas del empleo de nuestro país es ingenuo. Sin embargo, sí que supondría un paso gigantesco para acabar con esta estructura dual y desigual de la que venimos hablando. Los colectivos más desprotegidos, los que tienen contratos temporales y, en general, toda la población se verían beneficiados de una menor fluctuación en el empleo y de una economía más productiva.
Insisto, no existen soluciones salomónicas para crear empleo a corto plazo hasta que no recorramos la travesía del desierto llamada recesión. Sin embargo, un contrato único que ofrezca la misma protección media que el sistema anterior pero que borre de un plumazo la temporalidad sentaría las bases para que a medio y largo plazo nuestro mercado laboral se normalice.
Por razones que jamás llegaré a comprender, los partidos políticos y los sindicatos españoles se niegan a aceptar esta modalidad contractual, la demonizan y nos intentan hacer creer que Spain is different y que la fórmula española para combatir el desempleo (la cual, por cierto, brilla por su ausencia) será la panacea a los problemas de nuestro mercado laboral. Entre tanto, la población española ya se ha acostumbrado a tasas de paro que oscilan entre el 10 y el 25 %, cuando esto es una auténtica aberración al sentido común.
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