Octavio Medina nació y creció en Madrid, pero es de padre murciano y madre brasileña. Al acabar la escuela se fue a estudiar economía a Connecticut y, tras una breve estancia en el mundo de las embajadas, ahora trabaja en el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington, DC. Le interesan, entre otros temas, la economía de la conducta, la educación y el urbanismo. Bloguea en A Little Improbable y también podéis seguirle en twitter.
La economía es la ciencia que estudia la distribución de unos recursos limitados. O por lo menos esa es una de las definiciones que nos encontraremos en los libros de texto. Hace ya 20 años Baumol, uno de los pioneros del estudio de la innovación, publicaba un artículo en el que apuntaba a una idea similar pero aplicada a los emprendedores. Baumol defendía que la capacidad de emprendimiento de una población varía, pero que a menudo es mucho más importante la distribución de esa capacidad entre distintos usos.
Me explico: aumentar el número de emprendedores es relevante, pero más aún lo es buscar oportunidades para los que ya tenemos. Al fin y al cabo, un emprendedor puede innovar en muchas maneras, algunas productivas y otras no tanto. Tanto una nueva vacuna como un nuevo método para blanquear dinero son innovación. La diferencia es que lo primero tiene efectos positivos sobre el resto de la economía y lo segundo es más bien perjudicial. La clave consiste en que los emprendedores tengan oportunidades para ser productivos y no acaben trabajando en innovación improductiva (rentismo) o innovación destructiva (como el crimen organizado).
El sector financiero como innovación rentista
Los economistas Acemoglu y Robinson argumentan que el sector financiero podría ser un ejemplo de innovación rentista. Quizá haya algo de verdad en todo esto. Un ensayo académico reciente llega a la conclusión de que los aumentos de empleo en el sector financiero pueden tener efectos negativos sobre la innovación productiva.
Para probarlo el autor sigue a múltiples promociones de estudiantes de MIT. Los estudiantes que se gradúan en años de boom empiezan su carrera en mayor proporción en sectores como el financiero, mientras que aquellos que se gradúan en años de vacas flacas optan en mayor número por programas de postgrado en ciencia y tecnología.
Lo curioso es que estos últimos registran un número de patentes significativamente superior al de aquellos que se gradúan en años de crecimiento. En concreto, un aumento de un punto en la tasa de paro del año en que se graduó esa promoción se asocia a un 5% más de patentes anuales. Por otra parte un estudio de la Fundación Kauffman sugiere que hay una conexión entre el creciente porcentaje de universitarios que elegían carreras ligadas a las finanzas en EEUU y la reducción paralela de la tasa de creación de nuevas empresas.
Esto no viene sino a confirmar la idea de Baumol. A corto plazo tenemos una cantidad limitada de talento. La decisión de un joven de trabajar como trader significa que ya no podrá diseñar motores o hacer un doctorado en física. Por supuesto, el sector financiero es apenas un ejemplo. En el caso español el sector de la construcción nos es mucho más familiar. ¿Debería importarnos estos cambios en la distribución de talento? Sí. La conexión entre la innovación, la tecnología y el crecimiento económico está bien documentada empíricamente.
Aumentar nuestra capacidad de innovación es algo clave para nuestras perspectivas de crecimiento. Pero igual de relevante es asegurarnos de que el talento que ya tenemos acaba en sitios donde se le permita ser productivo. La fuga de cerebros hacia el exterior ocupa todos los titulares de los medios de comunicación. Pero la fuga de cerebros interna hacia sectores rentistas puede ser igual de importante.
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