Basta con darse un paseo por cualquiera de las playas para notar un aumento de bañistas que se surten de comidas y bebidas con sus neveras, sus fiambreras y se avituallan para pasar un día en la playa en detrimento de las mesas y barras de chiringuitos que ven cómo sus clientes disminuyen sustancialmente.
En esta tesitura, los ciudadanos no quieren y tampoco deben sacrificar el disfrute playero porque la economía doméstica no permita comer en el chiringuito a diario. Pero a pesar del paro o la crisis actual, la reflexión va más allá ¿se abusaba antes del chiringuito y hemos vuelto a la realidad o es consecuencia directa de la crisis y la psicosis del ahorro?
Recuerdo vacaciones en el 2005 o 2006 en los que coger mesa en cualquier chiringuito de las playas andaluzas o levantinas era toda una odisea. Se requería reserva previa, a primera hora a ser posible y con tiempos realmente estrechos para comer.
La rotación de las mesas en estos chiringuitos podía llegar a ser superior a 3 con facturaciones muy elevadas. Ahora, las contrataciones temporales en hostelería playera han disminuido drásticamente por la falta de clientes obviamente. Cuando antes se necesitaban 9 camareros, ahora tres se bastan ampliamente.
El problema de fondo es que quizá en el 2006 se abusaba del chiringuito, de las vacaciones a crédito y del consumo hostelero desaforado y ahora, simplemente el ocio se toma como lo que es, ocio y no una necesidad imperiosa o magnitud de primer orden dentro de la economía doméstica.
Muchas economías domésticas parecen haber sufrido un regreso del futuro al romperse la ilusión de la falsa riqueza en la que se ha vivido gracias al crédito fácil y a la sobrevaloración de los propios activos. Pero hay una cosa que no llego a comprender; si la mayoría de los ciudadanos tienen su casa para vivir ¿qué más da que en el 2006 se pudiera vender por 300.000 euros y ahora por 200.000 si esa vivienda no se iba a vender ni antes ni ahora?
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