Claudia Goldin ha sido galardonada recientemente con el Nobel de Economía por sus estudios sobre salarios femeninos y participación de las mujeres el mercado laboral. Sin embargo, los estudios de los economistas no siempre han sido tan serios y, muchas veces, tampoco merecedores de un Nobel.
Más bien al contrario, porque esta ciencia social tiene su buena cuota de estudios extraños y surrealistas, que han terminado publicados.
Por eso, hoy vamos a repasar algunos de esos estudios y «maravillarnos» con las conclusiones a las que llegaron.
¿Quién sabe? Quizá por fin sepamos la respuesta a dudas trascendentales que ni siquiera sabíamos que teníamos.
Cómo organizar el comercio interestelar, según un Nobel de Economía
Paul Krugman, Nobel de Economía en 2008, parece tener una obsesión por el espacio. Si ya vimos que propuso fingir una invasión alienígena como método para salir de una crisis económica, en 1978 quiso organizar de la mejor manera el comercio interestelar.
Así, redactó The theory of interestellar trade cuando era profesor adjunto en la Universidad de Yale. Y con ayuda de una beca, para que contestara de una vez a la pregunta candente que todos nos hacemos en cuanto despertamos cada mañana.
La principal conclusión es cómo se deben contabilizar los intereses y valores de las mercancías comerciadas, cuando estas se acercan a la velocidad de la luz.
La física establece que, a esas velocidades, el tiempo no transcurre igual para quien va en la nave que para quien espera la mercancía.
Es la paradoja de los gemelos y, para el piloto y tripulantes, el tiempo pasa mucho más lento que para quien espera. Es por eso que concluye que no se deben usar los relojes de la nave, sino un sistema común de contabilización de tiempo. Este se negocia en función de la ubicación y lo que tardan las mercancías, según se contabiliza fuera de la nave.
Que Krugman dijo que lo hizo para animarse en una época en la que era un profesor oprimido y atrapado en la carrera de ratas académica, pero su fijación por el espacio es francamente sospechosa.
Las implicaciones económicas de lavarse los dientes más o menos
Los 70 eran una época salvaje, al parecer. Mientras futuros Nobeles teorizaban sobre el comercio a la velocidad de la luz, otros economistas como Alan Blinder se propusieron averiguar la relación entre el cepillado de dientes y los ingresos.
Así, el Journal of Political Economy publicó en 1974 su The Economics of Brushing Teeth, donde usa la teoría del capital humano para predecir si camareros o chefs se lavarán más o menos los dientes, y cómo se relaciona en general la frecuencia del cepillado con lo que ganas.
Las conclusiones fueron que uno se lava los dientes para maximizar su beneficio económico (el único motivador legítimo para un economista) y que, a más lavados, menos sueldo.
Eso era lo que predecía, de hecho, la teoría del capital humano, ya que los chefs ganan más y no están de cara al público, de modo que el coste de oportunidad de cepillarse es mayor.
Mientras, los camareros con mal aliento y dientes amarillos reciben menos propina, de modo que hay un incentivo a lavarse más. Hay hasta regresiones basadas en estudios de hábito del Instituto Federal de Cepillado (sí, eso existe) con casi 18.000 personas... Y encajaba con las previsiones y teorías.
Así que ya sabemos, a más sueldo, probablemente más caries por ese coste de oportunidad de cepillarse. En fin, no sé si contabilizaron coste de dentistas.
La relación entre el tamaño del pene y el crecimiento económico
He aquí la respuesta a una de las preguntas más habituales: ¿El tamaño importa? La respuesta es sí, pero, ¿y para el crecimiento económico?
De dilucidar esto se encargó Tatu Westling de la Universidad de Helsinki en 2011 con la publicación de su estudio: Male Organ and Economic Growth: Does Size Matter?
Estudiando las tasas de crecimiento del PIB de distintos países del mundo entre 1960 y 1985, la conclusión fue que el tamaño del pene tenía una relación inversa con el crecimiento del PIB. Así que, cuando la economía va mal, al menos hay algo con lo que consolarse.
Él mismo concluye que esta hipótesis debe tomarse con reservas y debería estudiarse más (seguro que sí), pero sus cifras dejaban clara la respuesta a lo que todos nos hemos preguntado alguna vez.
La curva de Phillips de Japón es... Japón
La curva de Phillips, que muestra la relación entre inflación y desempleo, es uno de los conceptos más controvertidos que hay, así que no voy a tocar ese debate ni con un palo. Tampoco lo merece mucho.
La cuestión es que el economista Gregor Smith, de la Universidad de Queens, analizó la curva de Phillips para Japón desde 1980 hasta 2005. Y al trazarla se dio cuenta de que, si invertía el eje de las X, salía esto.
Ante tal descubrimiento, no dudó en publicar el paper número 1083 de su departamento con un título que hace spoiler de la conclusión principal: Japan's Phillips curve looks like Japan (La curva de Phillips de Japón se parece a Japón).
Y sí, básicamente ese es el estudio y quizá se comprende por qué los economistas tienen (esta vez no digo tenemos) la fama que tienen.
¿Puede distinguir la gente el paté de la comida para perros?
En abril de 2009, la Asociación Americana de Economistas del vino publicó un estudio que daba respuesta a esta duda.
Que parece una tontería, pero la cosa es más maquiavélica de lo que parece, ya que el estudio comienza afirmando que, dada la similitud de ingredientes y textura entre los dos alimentos, y lo caro que es el paté, a lo mejor la pregunta no es tan tonta.
De esa manera, cogieron comida para perros, le dieron textura de paté y presentaron cinco opciones a probar, para ver si las personas lo distinguían.
Además, contextualizan con el hecho de que la comida es cultural y hay quien come insectos y reptiles. Es decir, que dependiendo de los resultados, quizá más de una marca avispada estaba dispuesta a darnos perro por pato y ahorrarse costes importantes.
Al parecer, las conclusiones quedaron un poco en el limbo, porque el estudio afirma que las personas no distinguían cuál era el paté mejor que cuando se elegía al azar.
Sin embargo, el 72% calificaba a la comida de perro como la muestra de peor sabor.
Lo cual también implica que a 1 de cada 3 personas no era lo que más le desagradaba.
Como vemos, la Economía no está exenta de su buena ración de estudios que no harán ganar un Nobel. A menos que sea unos de esos IG Nobel que premian lo más descabellado. En eso, la Economía puede competir con otras disciplinas como la que más.