Los grandes obstáculos para reducir las emisiones netas de carbono a cero

El cambio climático se ha convertido en los últimos años en una de las principales preocupaciones mundiales. Muchos países han tomado medidas serias para combatirlo, estableciendo récords mundiales en la cantidad de objetivos de reducción de emisiones de carbono que presentaron a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

La estrategia más viable para reducir las emisiones de carbono ha sido reducir el consumo de combustibles fósiles por parte de los países desarrollados y en desarrollo por igual. Así se ha formado la transición energética.

Los países desarrollados han estado alentando a sus contrapartes en desarrollo a adoptar estas industrias menos contaminantes brindando apoyo financiero con miras a promover el crecimiento económico. Además, estos países ya están promoviendo incentivos tanto para las personas como para las empresas.

Pero han surgido varios obstáculos de planteamiento en esta transición energética. El primero era dar como valor seguro la seguridad energética, seguidamente si el ritmo era el adecuado para impulsarla y, por último, las voluntades dispares de los países desarrollados y los que se encuentran en desarrollo.

La seguridad energética ha sido un riesgo que ha disminuido en gran medida en los últimos años. Los shocks energéticos, las dificultades económicas resultantes, el aumento vertiginoso de los precios de la energía inimaginables hace 18 meses y los conflictos geopolíticos han obligado a muchos gobiernos a reevaluar sus estrategias.

Esta reevaluación reconoce que la transición energética debe basarse en la seguridad energética, es decir, un suministro suficiente y asequible, para asegurar el apoyo y evitar graves trastornos económicos y las peligrosas consecuencias políticas que pueden seguir.

La actual crisis energética mundial no comenzó con la invasión de Ucrania en febrero de 2022. En cambio, comienza a finales del verano de 2021. El repunte económico que siguió al fin del confinamiento mundial por la COVID-19 ha provocado que el consumo mundial de energía se dispare.

Hablemos del tiempo. Todas las transiciones anteriores han sido impulsadas en gran medida por ventajas económicas y tecnológicas disfuptivas más que por la política, que es el principal impulsor esta vez. Cada una de las transformaciones anteriores ha llevado más de un siglo o más, pero ninguna ha sido del tipo previsto actualmente. El objetivo de esta transformación no es solo introducir nuevas fuentes de energía, sino cambiar por completo la base energética de la actual economía global, y hacerlo en solo un cuarto de siglo. Esta es una ambición muy ambiciosa, y nunca antes se había intentado un proyecto de esta escala.

En último lugar, existe una división cada vez mayor entre los países desarrollados y los países en desarrollo sobre las prioridades en la transición. Se encuentran obstáculos para expandir la minería y construir cadenas de suministro para los minerales necesarios para el objetivo de cero emisiones netas.

Lo que puede ser una prioridad para las economías desarrolladas quizá no lo sea para las que se encuentran en vías de desarrollo, su prioridad se encuentra en el crecimiento económico para lidiar con la pobreza.

Miles de millones de personas todavía cocinan con madera y desechos, lo que genera contaminación en el interior y problemas de salud. Muchos de estos países buscan aumentar el uso de hidrocarburos como parte integral de la mejora del nivel de vida. Tenemos el casó de India que si bien realiza importantes compromisos con las energías renovables, también está construyendo un sistema de distribución de gas natural valorado en 60.000 millones de dólares. Los países en desarrollo buscan iniciar y expandir el uso de gas natural para reducir la contaminación interior, impulsar el desarrollo económico y crear empleos, en muchos casos.

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