La guerra de divisas iniciada el año 2010 se ha generalizado en toda la regla, pese a ser una batalla en la que nadie gana. Esto no hace más que confirmar el desorden monetario y la nulidad del sistema financiero internacional generados por políticas macroeconómicas que son débiles e ineficaces. En la actualidad, más de 25 países se encuentran corriendo una escalada devaluatoria y una reducción constante de sus tasas de interés para mejorar la competitividad mediante el hundimiento de su moneda. En esta lucha, Mario Draghi ha tenido un gran éxito al lograr que la moneda única se haya devaluado un 24 por ciento frente al dólar en 12 meses. Esto se conoce como "impulsar la competitividad". En el actual desorden monetario y ante el débil crecimiento, el tipo de cambio es una de las palancas disponibles para apuntalar la economía de un país. Dentro de la zona euro hay dos grandes ganadores con estas medidas: la industria y los sectores de exportación. Pero esta ganancia es a costa de la reducción de los salarios y la consecuente caída en la paridad del poder adquisitivo. Por tanto, una disminución en la calidad de vida presente y futura.
En esto han derivado los planes de flexibilización cuantitativa. Su confrontación es tan tensa que los bancos centrales se ven impedidos de subir la tasa de interés (como declaró la semana pasada Janet Yellen, de la Reserva Federal), y el desorden monetario continúa propagándose... Esta escalada de flexibilización global adquiere tintes de demolición controlada: Todas las semanas en algún lugar del mundo se reducen más las tasas de interés o se imprime más dinero. Por ejemplo, el Banco Central Europeo con su nuevo "estímulo" de 1,1 billones de euros (€ 1.100.000.000.000), Japón, India, Rusia, Dinamarca, Suiza, han llevado la tasa de interés a un terreno negativo haciendo que para muchos sea más barato alquilar una caja fuerte con guardias bien armados que guardarlo en el banco central.
Miedo a la deflación y a la desaceleración
Los bancos centrales de Suiza, Dinamarca, Noruega y Corea del Sur redujeron la tasa de interés a sus mínimos históricos para combatir el riesgo de deflación y la desaceleración económica. Las monedas de Corea del Sur, Tailandia y Taiwán, están sufriendo los embates de la debilidad del yen y la acción decidida por Tokio para mejorar la competitividad de los productos japoneses.
A su vez, Brasil, Sudáfrica, México, Argentina, Indonesia y Turquía, países productores de importantes materias primas, han visto caer con fuerza sus monedas frente al dólar y en forma acelerada en las últimas semanas. Todos estos países sufren las consecuencias de una recuperación económica más debil de lo esperado y, sobre todo, la desaceleración de la economía china. El super ciclo alcista de los commodities ha terminado y muchos países, especialmente los productores de petróleo, se encuentran con grandes déficit en sus cuentas corrientes y para pedir dinero prestado tienen gran dificultad.
Hasta el momento, el único país que no ha entrado al peligroso juego de la guerra de divisas es China. Si en el pasado, Beijing era acusado de debilitar su moneda para exportar al menor costo, esta vez la realidad del país es diferente y el yuan se aprecia discretamente respecto al euro. China quiere continuar esta tendencia y por eso aumentó sus compras en la zona euro. Pekin sabe que el dólar es una moneda debil y quiere presentar al yuan como una moneda más estable y segura. Este es un requisito clave para hacer del yuan una moneda de reserva internacional que permita instalar al mercado financiero chino en lo alto de la escena mundial. Sin embargo, en algún momento China deberá sumarse a las prácticas devaluatorias. No hay que olvidar que la guerra de divisas es el alma de la guerra comercial.
En El Blog Salmón | Por qué la guerra mundial de divisas es una batalla en que nadie gana Imagen | PhotoStream