Hace unas semanas iniciaba mi andadura en esta casa con un artículo dedicado a la China post-coronavirus. Decíamos entonces que mientras las economías occidentales se detienen en seco por la crisis sanitaria y suman sus muertos por decenas de miles, en China parece haber pasado lo peor. El desacople geoeconómico del área Asia-Pacífico, ya en marcha antes de la pandemia, parece haberse acelerado con fuerza. Las consecuencias directas e indirectas de esta crisis anuncian un posible nuevo orden internacional y una revisión completa de los fundamentos socioeconómicos que estructuraban el mundo del siglo pasado.Todo va a cambiar, pero no sabemos muy bien cómo ni hacia dónde.
Cuando China despierte...
Salvada la prudente distancia escéptica que debemos mantener con los datos oficiales del gigante asiático, el pasado 7 de abril se anunció el final de la cuarentena en la "zona cero" de Wuhan, tras más de 10 semanas de severo confinamiento. Otras áreas afectadas también van recobrando la normalidad gradualmente. La actividad económica se está recuperando, como muestran los últimos datos de PMI, y aunque numerosos sectores y empresas todavía se hallan todavía muy afectados, tanto por la persistente incertidumbre y debilidad de la demanda interna como por su dependencia de los mercados internacionales, China está despegando como el gran proveedor mundial de productos farmacéuticos y equipamiento médico de todo tipo, mucho más allá de las mascarillas, guantes, equipos de protección individual y respiradores necesarios para luchar contra la pandemia.
Lo mismo podemos decir de su potencia manufacturera y tecnológica. Un restablecimiento más o menos enérgico de sus capacidades industriales y de investigación podría otorgar una enorme ventaja competitiva global. De cómo vaya a utilizar esta ventaja y la posible reacción de sus debilitados competidores dependerá en gran medida la configuración del nuevo equilibrio internacional: o como el gran poder blando y benévolo dispuesto a restañar con su diplomacia econonómica las heridas de un mundo golpeado o como un feroz y silencioso antagonista disfrazado de bienhechor, pero dispuesto a ocupar por todos los medios a su alcance los espacios comunes globales en disputa.
El dilema vital de Occidente
Pero mientras China coge aire y engrasa de nuevo sus mecanismos geoestratégicos, Occidente trata de no perder el resuello ante la extensión de la epidemia, extensión que salvo notables excepciones previsoras, ha ido pillando a los sucesivos gobiernos afectados con el paso cambiado, a pesar de que disponían de una valiosísima máquina del tiempo en Asia e Italia. No ha existido tampoco una respuesta coordinada y efectiva a nivel global o regional: la ONU, el G20 y los necesarios liderazgos globales para immpulsar una acción multilateral han brillado por su ausencia y resultado casi inoperantes. Por su parte, la Unión Europea, con una Comisión recién nombrada, el Eurogrupo y el Consejo divididos ante las posibles resupuestas socieconómicas, y los Estados Miembros haciendo la guerra sanitaria por su cuenta, está finalmente reaccionando, incluso de manera más enérgica de lo que muchos creen, pero con una exasperante lentitud y una falta de comunicación estratégica que puede exacerbar el euroescepticismo, latente o creciente, de algunos gobiernos y no pocos ciudadanos europeos.
El dilema clave ahora, tal y como reflejaba un magnífico análisis de McKinsey, es sincronizar la curva sanitaria con la económica. "El imperativo de nuestro tiempo", como refleja el gráfico anterior. El problema actual de numerosos países es no haber sido capaces de lograr tal sincronización. Tanto las reacciones tardías como la carencia de medios de prevención, detección y trazabilidad han determinado la necesidad absoluta de aplanar la curva de contagios para no colapsar las urgencias hospitalarias frente a cualquier otra consideración. Esta prioridad acuciante se ha traducido en confinamientos masivos y rigurosos que suponen una paralización de la actividad económica sin parangón en las últimas décadas. Todo ello se ha visto agravado por la descoordinación internacional, de tal manera que nos encontramos una economía global en la que sus actores se desconectan y salen de fase de manera sucesiva, realimentando los efectos perniciosos interiores y exteriores de la crisis, en un verdadero shock de oferta y demanda cuyo resultado final no somos capaces todavía de atisbar.
La forma de la curva económica
En estas circunstancias, el debate actual de los analistas se halla en torno a la dimensión y duración de la crisis que el COVID-19 trae consigo. En estas últimas semanas, son muchos los estudios que ofrecen estimaciones sobre caídas de PIB, desplomes del comercio global, cifras de parón turístico, en un abanico predictor sin precedentes que va desde una gran y rapidísima caída seguida de otra recuperación acelerada (la famosa "V") en el supuesto de una contención rápida del virus, pasando por un retorno algo más tardío ("U"), hasta un escenario sombrío donde una parte del planeta se queda estancada durante mucho tiempo (una "L" o peor), al ser incapaz de recobrar un nivel de actividad similar al de precrisis. Como muestra, estos dos escenarios del mismo estudio de McKinsey citado anteriormente:
Lo cierto es que aventurar, en estos momentos de completa incertidumbre, una predicción sensata que se extienda más allás de unas pocas semanas, se me antoja casi un ejercicio de adivinación. Como apunta Ceprede en su últina Nota de coyuntura, el aumento del indicador de incertidumbre en marzo respecto al mes anterior es el mayor en la serie histórica.
Las encuestas de opinión, especialmente del comercio minorista y del consumidor, registran descensos en la confianza que no se veían desde 2008. Lo mismo ocurre con la incertidumbre financiera, también en máximos históricos (2007-2020). Dicha incertidumbre general se mantendrá muy alta durante los próximos meses, y puede que su pico no se haya alcanzado todavía. Este contexto acentúa si cabe todavía más los efectos negativos de la pandemia.
En definitiva, en todas las previsiones que he podido analizar pesa mucho menos lo que sabemos que lo que desconocemos. Sabemos que las consecuencias económicas negativas serán de enorme envergadura, porque lo estamos observando a tiempo real y de forma acelerada. Sabemos también que la dimensión de ese daño dependerá de lo que tardemos en contener el virus. Pero no sabemos cuánto vamos a tardar en hacerlo, porque, entre otras cosas, aún nos queda mucho por aprender. El virus, por ahora, manda sobre la economía, y parece que nos va a dejar un mundo muy distinto al que hasta ahora conocíamos.
Algunas tendencias
Aunque no podamos hacer números consistentes sobre el futuro sin resultar imprudentes, sí que es posible esbozar las tendencias que van apuntándose y pueden determinar la configuración del mundo poscoronavirus.
- En todas las curvas evolutivas que hemos visto, Asia en general y China en particular salen reforzadas, tanto en el tablero geoeconómico global como también en el sociopolítico. En el aspecto económico, como hemos mencionado anteriormente, el aparente control sobre la pandemia otorga a China una ventaja competitiva de primer orden, pese a que los problemas a resolver siguen siendo muy importantes: reactivar la demanada interna y el tejido empresarial dañados, reconstruir sus vitales cadenas internacionales de suministro en un entorno de depresión y desconfianza crecientes, y atender a las necesidades de una población cada vez más exigente, entre otros retos. De cualquier modo, China parte de una posición ventajosa. En tal contexto, su competencia con Estados Unidos en todos los frentes (económico, tecnológico y político) marcará la dinámica geopolítica global durante los próximos años. Otros actores del tablero mundial, como la Unión Europea, estarán a remolque de esta pugna, enfrascados en superar sus propias crisis existenciales.
- En el aspecto ideológico, son cada vez más los ciudadanos occidentales fascinados por el autoritarismo, la omnipresencia estatal y la comodidad personal que otorga un control tecnológico absoluto de sus vidas. Si no hay nada de ocultar, ¿para qué ocultárselo al estado, que puede hacerse cargo de nuestras preocupaciones y hasta predecir nuestros problemas y resolverlos antes de que aparezcan? La tentación autoritaria en las sociedades occidentales poscoronavirus no debe despreciarse, porque tendrá un efecto muy importante en la orientación de las soluciones futuras de política económica y social.
- El punto anterior nos lleva al problema institucional: cuando termine la pandemia, la percepeción general en numerosas sociedades será la de que las instituciones nacionales e internacionales no han estado a la altura y han fallado, en algunos casos estrepitosamente. Dará igual que dicha percepción sea o no objetivamente cierta; el descontento social puede conducir a una inestabilidad institucional que complique gravemente la recuperación económica. La presión sobre los sistemas sanitarios y de protección social será brutal, en un entorno de ingresos públicos muy mermados por la crisis. Será necesaria también una gobernanza mucho más ágil, inclusiva y eficiente para superar los obstáculos sin precedentes que nos aguardan. Sin confianza pública no veremos crecimientos sustanciales. Calidad institucional y progreso económico van unidos de la mano.
- Esa misma desconfianza se extenderá a las relaciones entre estados, una tendencia que ya se venía observando en las últimas dos décadas. Del mundo bipolar y predecible que estrenamos a partir de la Segunda Guerra Mundial, hemos pasado a uno multipolar, hiperconectado e incierto donde cada vez resulta más complicado mantener posiciones multilaterales y donde las organizaciones internacionales no proporcionan ya la necesaria protección ante el quebrantamiento intencionado de las reglas del juego. El COVID-19 acentuará la cada vez más creciente primacía de los intereses geopolíticos y la competencia hostil frente a la cooperación, augurando tensiones, conflictos y menores crecimientos económicos. Tales tensiones reforzarán los movimientos nacionalistas y los populistas. Como expresa Kissinger en un reciente y magnífico artículo en el Wall Street Journal:
La pandemia ha provocado un anacronismo, un renacimiento de la ciudad amurallada en una época en que la prosperidad depende del comercio mundial y el movimiento de personas.
- Finalmente, el virus nos está planteando y nos planteará maneras completamente nuevas de vivir, de relacionarnos, de hacer negocios, de incluir la tecnología en nuestras vidas. Viajaremos, aprenderemos, nos cuidaremos de otra forma. No sabemos muy bien qué empresas, qué trabajos, qué hábitos desaparecerán o se transformarán, qué nuevos paradigmas llegarán para quedarse. Nos preguntamos quiénes serán los grandes perdedores y los ganadores de esta revolución trágica e inesperada, introducida de manera salvaje por un microorganismo inmmisericorde cuya única vocación es la de multiplicarse y depredar.
Pero este último punto, queridos lectores, lo dejaremos para un próximo artículo. Hasta entonces, les deseo lo mejor. Fuerza y entereza. Cuídense mucho & Never surrender.