Los discapacitados, a trabajar

Con la idea de Tony Blair de poner a trabajar a los discapacitados del país, me viene a la cabeza el tío de mi amiga danesa. Cuando los graves problemas coronarios de ese señor le impidieron ejercer su trabajo de siempre, el gobierno le buscó un empleo como ayudante del párroco. Esta salida le permite, como a otros muchos, mantenerse activo y ayudar a su comunidad, al tiempo que conserva su salario de antes.

La idea suena muy bien. Desde luego mucho mejor que quedarse en casa lamiéndose las heridas, preguntándose por el sentido de la vida y vivir de una escasa pensión de invalidez. Este es el círculo que parece quiere romper Tony Blair. Un millón de discapacitados son muchos pensionistas tirando de las exangües arcas de la seguridad social británica. El programa incluye asesoramiento y formación. Y aquellos que estén en condiciones de seguirlo pero no lo hagan podrían ver recortada la ayuda estatal.

La medida, llena de claroscuros, ha levantado reticencias entre las organizaciones sociales, que corroboran de nuevo que ellos no son la prioridad del sistema. Sin embargo, se me ocurre que muchos de esos discapacitados tienen bastante que ofrecer. Entre ellos seguro que hay geniecillos en cualquier materia que podrían, por ejemplo, dar clases extraescolares en los colegios de la zona y ampliar también así su círculo de relaciones. Se trataría de maximizar el trueque de servicios a cambio del apoyo financiero oficial. Claro, que eso implicaría un nuevo programa de servicios comunitarios que no creo tenga mucha cabida en la mente del señor Blair.

Sin embargo en las avanzadas sociedades del norte de Europa son moneda de cambio este tipo de soluciones que aquí nos parecen una utopía en el mejor de los casos, o una marcianada en el peor. Y es que hay vida más allá del capitalismo puro y duro.

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