A veinte días del primer aniversario de la quiebra de Lehman Brothers, que el año pasado marcó un antes y un después en el mundo financiero, hay que enfatizar claramente en qué radica la diferencia de este "después", y es que la legitimación de la contabilidad fraudulenta, ha pasado a ser uno de los más alambicados procesos de legitimación de la corrupción. Este hecho ha provocado fenómenos tan curiosos como que las pérdidas de Colonial Bank (el banco de Texas que quebró y fue absorbido por BBVA) pasaron del 18% al 37% en menos de una semana. De acuerdo a un artículo de Bloomberg, "todos los banqueros de Estados Unidos se encuentran sobre el valor de sus activos, especialmente en la cuantía de sus pérdidas futuras". Entonces, mientras más subestiman las pérdidas futuras, mayor abandono realizan a la idea de aumentar las reservas para mitigar esas pérdidas futuras. Es decir: "mientras mayores sean los falsos beneficios, mayor será la repartición como "primas de rendimiento", que podrán otorgarse sus ejecutivos. El ejemplo de Goldman Sachs está clarísimo.
En este sentido se hace evidente que era absurdo e irresponsable crear nuevas normas que facilitaran el hecho de mentir sobre los activos. Es como dejar a un gato cuidando la carnicería. El objetivo inicial de los rescates del año pasado fue ayudar a los más complicados de Wall Street, como Citigroup o AIG, a superar la difícil coyuntura. En ningún momento pretendió ser una luz verde para que otros saquearan las tesorerías y terminaran con los bolsillos repletos de dólares que no les pertenecían. Este plan fue diseñado por Hank Paulson y Ben Bernanke, quien ayer fue reelegido por un nuevo período al mando de la Reserva Federal. Por lo visto, algo huele muy mal en las finanzas mundiales.
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