Merkel dejará la presidencia de Alemania tras las elecciones generales que se celebrarán el 26 de septiembre de este año. Esto supone cerrar una etapa que se ha sostenido durante 15 años. Nos tenemos que remontar a octubre de 2005, cuando tras las elecciones generales Angela Merkel se convertiría la primera mujer canciller de Alemania gracias al entendimiento de una gran coalición de los partidos CDU y SPD.
Su mandato ha contado con un notable apoyo popular. El porcentaje de aprobación siempre ha sido superior al 50%, con un promedio del 70%, siendo julio de 2010 su peor mes con una tasa de aprobación del 52%.
Sin embargo, llegado el ocaso de su mandato toca evaluar sus resultados en sus principales desafíos: la economía alemana, la gestión de las crisis y el Brexit.
La Gran coalición con el SPD ha sido su principal baza para gestionar el país
En un intento de apartar los extremismo políticos en Alemania, Merkel ha apostado por la gran coalición con los socialistas alemanes representados por el SPD. Si hay una palabra que puede definir a Alemania desde que Merkel alcanzó la presidencia en 2005 es estabilidad.
La estabilidad representa un gran valor, sobretodo cuando hemos visto una Europa caótica con la volatilidad política italiana que le ha impedido hacer reformas y se ha adentrado en una economía estancada, una España paralizada por las demandas independentistas que han tensionado la política y que se unió a Bélgica en su incapacidad para formar Gobierno, o bien Reino Unido que ha dinamitado el proceso de unificación en el paraguas de la Unión Europea.
De los cuatro gobiernos presididos por Merkel, tres han ido de la mano del SPD. Esta preferencia por las "grandes coaliciones" se ha utilizado para evitar que la fragmentación y los extremos políticos influyeran en Alemania. Especialmente se ha buscado arrinconar a Alternativa para Alemania, que representa la extrema derecha y es la oposición del actual gobierno.
El mayor éxito de esta coalición ha sido la estabilidad presupuestaria del país. Tras la gran crisis de 2007-2008, las cuentas públicas se sometieron a un elevado déficit que disparó la deuda pública hasta el 83% del PIB en 2010. Desde entonces y hasta la crisis del coronavirus, la ratio fue descendiendo gracias a una combinación de crecimiento y estabilidad presupuestaria con superávits fiscales.
Sin embargo, la locomotora alemana parece que ya no es lo que era, debido a que el crecimiento trimestral desde mediados de 2018 ha promediado un débil 0,1%. Lo cierto es que no hemos visto reformas de calado en su economía en su mandato (la última gran reforma fue en el mercado laboral y del bienestar de Gerhard Schröder).
Uno de los problemas de Alemania (y extensible a Europa) es que se está anclando en la Vieja Economía. En plena revolución tecnológica, solo cuenta con una empresa bien posicionada, SAP, por lo que esa ventaja tecnológica que llevó el dominio de Alemania en los mercados mundiales de automóviles, productos químicos y otros sectores manufactureros del siglo XX se está perdiendo y los Gobiernos de Merkel no han propiciado un entorno favorable.
Con ese modelo, la economía alemana se ha desacelerado bruscamente, su dependencia de la industria es alta y su sector automotriz es lento para adoptar nuevas tecnologías. La dependencia de Alemania de las exportaciones la hace vulnerable a una desaceleración del crecimiento mundial.
La visión de la austeridad de Merkel ha mutado
Por parte de la canciller, ha habido una evolución ideológica en cómo afrontar las crisis que azotan a Europa. Si contextualizamos la crisis de deuda soberana los países rescatados, se afrontaban a la temida palabra austeridad ya que, bajo la sombra de la troika, debían de ajustar sus cuentas públicas para garantizar el dinero de sus rescatadores, entre ellos los dineros de los alemanes.
Bajo el mandato de Merkel se había defendido, a fuego, la estabilidad presupuestaria ya que formaba parte de la esencia de Alemania e, icluso, estaba escrito en su constitución que no debería aumentar la carga de su deuda.
Con esta visión, Alemania a menudo se oponía a los grandes planes de integración europea. Sin embargo, su enfoque político ahora ha cambiado con la crisis de Covid-19, mutando hacia una visión mucho más flexible que se empezó a fraguar con el acuerdo con Macron que abría las puertas a la idea de que era posible (y deseable) un programa de endeudamiento a gran escala a nivel de la UE.
Esta posición alemana llevaba a una quiebra de la política del norte, los llamados cuatro frugales -Austria, Dinamarca, Holanda y Suecia- se quedaban solos en sus recelos de que su solvencia en el rating se utilizara para financiar a los más afectados por la crisis.
Merkel y el Brexit
Desde que en 2016 el Reino Unido decidió abandonar la UE, se embarcaron unas negociaciones en las que Merkel ha jugado un destacado papel como primera economía de la Unión. Su visión ha sido siempre buscar una salida ordenada con un acuerdo que no perjudicara a Europa.
Especialmente el papel de Merkel cobró importancia en 2020 ya que Alemania ostentaba la presencia rotatoria de la UE. Este año era clave porque el Reino Unido oficialmente abandonó la UE el 31 de enero, pero siguió siendo parte de la estructura del bloque de 27 países durante durante una transición de 11 meses, mientras las dos partes intentaban negociar un nuevo acuerdo de libre comercio.
Ese acuerdo se consiguió en el tramo final de diciembre de 2020 y no supone una ruptura total con el Reino Unido ya que, por ejemplo, Irlanda del Norte seguirá cumpliendo muchas de las normas de la UE para evitar el endurecimiento de su frontera con Irlanda. Este era uno de los puntos clave para Merkel. Sin embargo, esto significará que se introducirán nuevos controles en las mercancías que ingresen a Irlanda del Norte desde el resto del Reino Unido.
Además, se ha conseguido que no haya nuevos impuestos que pagar en la frontera, pero sí habrá nuevos trámites y ello significa que se podrían producir una serie de retrasos en el tráfico de mercaderías entre los bloques económicos.