Continuando con la saga de Moqueteros, IC ha definido otros dos perfiles bíblicos que pululan por nuestro mundo empresarial. Adán y Eva, con sus pecados y errores en ambos casos. Leyendo la situación el evismo empresarial, me ha recordado al perfil laboral que padece el síndrome de Paris Hilton.
No vamos a comparar la vida privada de la Srta Hilton con nadie, ni vamos a entrar en detalles escabroso-sexuales en los que esta mujer pueda incurrir; ese no es nuestro tema en absoluto, nuestro tema es el ambiente laboral que generan los hijos de los dueños o máximos accionistas cuando llegan a una empresa, sobre todo en las pequeñas y medianas, donde las relaciones personales son más fuertes.
Quién padece el síndrome de Paris Hilton tiene tres puntos siempre en su curriculum, dinero, poder y falta de conocimientos adquiridos, tanto académicos como laborales. Es una persona que llega al trabajo por el apellido, por el lazo familiar y porque se puede gestar el futuro más previsible dentro de la empresa.
La ostentación de dinero es un arma intimidatoria propia hacia el resto de compañeros de trabajo. Este tipo de personas suelen juzgar y comparar la vida de sus compañeros con lástima e incredulidad. No pueden concebir que una persona no vista ropa de marca o no se pase todos los puentes viajando en el chalet de la playa, esquiando o en París o Roma.
El cargo intermedio al que se destinan les suele venir grande, muy grande. Tanto que sus responsabilidades laborales quedan dispersas entre los superiores y repartidas entre los inferiores. Por supuesto, si cometen algún error, la culpa siempre será de otro, pero aquí tenemos encima la salvedad de la represión por parte del poder que ostentan dentro del nexo familiar.
Dentro de la jerarquía de prioridades de estas personas se encuentra la peluqueria, el gimnasio o ir a las rebajas de alguna marca conocida incluso dentro del horario laboral. La falta de respeto hacia el resto de compañeros es continua en este sentido. Se genera un abuso de confianza por parte del nexo familiar en detrimento de las propias relaciones familiares.
A la hora de fijar vacaciones, acuerdos de puente, necesidad de horas extras… es indistinto cómo se haga. Es cierto, son los futuros jefes y con ellos no va esa película. Por contra, suelen adquirir un rol de responsabilidad falsa frente al padre-jefe que hace parecer todo lo contrario.
Por suerte, no todos los cambios generacionales son así, pero siempre que entran los hijos en la estructura laboral de una empresa con empleados, se producen agravios comparativos que minan al resto de plantilla, hasta tal punto que muchos empleados cogen la puerta y se marchan. Sería importante transmitirles a todos los padres que meten a sus hijos en las empresas el caso de Amancio Ortega y su hija, que puede resultar o no, pero al menos se intenta.
En El Blog Salmón | Moqueteros, Educando a una millonaria
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