Todos conocemos la expresión “sigue la ley del mínimo esfuerzo”, que se usa tradicionalmente para señalar que alguien no se esfuerza tanto como podría lo que le da un caracter ciertamente negativo, alguien que sigue esa ley es, simple y llanamente un vago.
Hasta hace poco en mi perfil de twitter yo me definía como un vago a tiempo parcial, actualmente no tengo tanto tiempo libre para dedicar al “dolce far niente”, pero creo que la ley del mínimo esfuerzo no es tan mala como la pintan, es más, puede conducir a la máxima productividad, la clave está en fijar los objetivos adecuados.
Las máquinas en general se diseñan para que sigan esa ley. Conseguir un resultado predeterminado con el mínimo esfuerzo posible, es la máxima optimización (para ese resultado).
Pondré un ejemplo sencillo. Si tengo que transportar un saco de 20 kgs de patatas a 10 metros de distancia, hacerlo a pulso me supondrá un esfuerzo, subir el saco a una carretilla me supondrá mucho menos esfuerzo, pero si muevo el saco con una pequeña grúa, el esfuerzo será mínimo. ¿Es malo el mínimo esfuerzo? ¿Habría sido mejor esforzarme para llevar el saco?
Del mismo modo, en la vida, seguir la ley del mínimo esfuerzo, no es inherentemente malo, lo que es malo, es conformarte con el resultado que te produce hacer el mínimo esfuerzo.
Si trabajando 8 horas seguidas consiguiésemos producir 80 piezas, y trabajando 10 horas sólo conseguimos producir 95, por el cansancio acumulado, está claro que esas horas extras reducen nuestro rendimiento total al 95%. Si durante las primeras 4 horas de nuestro turno producimos 42 de las 80 piezas, porque estamos más frescos, el punto óptimo, es el del mínimo esfuerzo, aquel a partir del cual un mayor esfuerzo ya no supone mejor resultado.
Sería preferible en este ejemplo ficticio (no hablo de unas situación real, ni generalizable que aplicar a nuestro sistema productivo) que los trabajadores sólo trabajasen 4horas, y después se fuesen a casa y las otras 4 horas las hiciese otro, así esa empresa sería realmente más productiva.
Escuchamos todos los días, el último ha sido Rajoy, que deberíamos trabajar “un poquito más por un poquito menos” para ayudar a nuestra economía.
LLevando esa afirmación al ejemplo anterior, si al que trabaja 8 horas, le pides que trabaje 10 por el precio de 8, lo más probable es que en esas 10 horas en lugar de hacer 95 piezas, no haga ni las 80, porque estará la mayor parte del tiempo cabreado, lamentándose de que le estén explotando, y aunque no sea por eso, irá acumulando cansancio que hará bajar su rendimiento.
En conclusión, seguir la ley del mínimo esfuerzo, a mi manera de ver, es la solución óptima cuando se fijan unos objetivos ambiciosos pero realistas.
Recuerdo un arquitecto holandés que decía: “La vagancia y la ambición son una mezcla muy productiva, ya que estimulan la imaginación para conseguir el mejor resultado con el mínimo esfuerzo”.
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