Octubre siempre ha sido el mes más cruel para las bolsas. Como una curiosa maldición, octubre siempre ha sido un mes de caídas y algunos expertos en psicología señalan que se debe a la presencia del otoño (de ver tantas hojas caer, sin duda), y a la cercanía del invierno que resta ese espíritu más osado característico de los toros (bulls) de Wall Street.
Pero tanta falta de osadía de repente se tiñe de anemia: fue en octubre el fatídico jueves negro de 1929 y también el lunes negro de 1987, entre otras fechas que registran caídas violentas de los indicadores bursátiles. Quizá el retroceso de los índices de la semana pasada, buscó anteponerse a ese extraño ritual, como un prolegómeno para demostrar esta semana que la recuperación está a la vuelta de la esquina. Aunque quizá no, y las bolsas tengan otra semana para el olvido.
Al margen de los vaivenes bursátiles, lo cierto es que las bolsas se mantienen un 35% por debajo de sus valores de 2007, con un Dow Jones que no logra superar los 9.800 puntos después de haber alcanzado los 14.200 en julio de 2007. Es decir, ni siquiera están donde mismo, sino mucho más abajo. La interconexión de los mercados ha simplificado bastante el proceso y las caídas son globales, generalizadas. Tinta roja para todos. Cae el Dow Jones y también la bolsa de Tokio, Roma o Singapur. En este tipo de cosas hay una sincronización perfecta.
Lo que no hay como sincronizar, sin embargo, es la recuperación del empleo. Sin empleo, no hay demanda, y sin demanda, aumenta más el desempleo, se frena el comercio internacional, se cierran las fábricas del mundo, aumenta más el desempleo, y llega la deflación. Por eso es que son tan irrisorias las palabras de aquellos que señalan que “la crisis ha terminado”, cuando estamos recién poniéndonos de pie en medio de un túnel a oscuras.
Los mercados ha sido demasiado optimistas desde que se anunció que la crisis sería un trámite corto. Y pese a que pronto se cumplirán dos años desde su inicio (en un principio totalmente negado), los valores se sitúan un 30% por debajo al de hace dos años y el desempleo llega a los 60 millones de personas, alcanzando un 10% global que puede ser mucho mayor una vez que se sinceren las cifras.
A los altos niveles de desempleo debemos agregar las quiebras bancarias, con miles de nuevos funcionarios a la calle y cuantiosas pérdidas financieras. Sólo en lo que va del año han quebrado 98 entidades financieras en Estados Unidos, y a medida que se acerque el invierno las caídas serán mayores. Estos 20 meses de crisis han demostrado que los mercados, lejos de ser la justicia divina (llamada por algunos la “mano invisible”), son la fuerza iracunda de la naturaleza, con un poder destructivo de largo proceso. ¿Quien pude decir entonces que la crisis ha terminado?
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