Después de dos años consecutivos de debilitamiento de la demanda, el efecto acumulativo no deja de pasar factura a los negocios amplificando aún más el fenómeno recesivo. Hoy, al igual que tras el estallido de la crisis financiera con la quiebra de Lehman Brothers, el comercio mundial vive una seria contracción, tal como el 2008. La gráfica muestra ese momento de caída en el comercio en siete economías importantes: China, Alemania, Japón, Italia, Francia, India, el Reino Unido y Estados Unidos. Como vemos, ninguno de estos países escapó al estallido de la burbuja financiera y sólo los planes de estímulo marcaron un esperado pero también débil repunte.
Ahora que la economía se dirige a una nueva colisión y sin posibilidad de dar pie atrás, comenzamos a ver los efectos de los planes de austeridad y los recortes presupuestarios. La caída de la demanda está arrastrando a la quiebra a numerosas empresas, con el consecuente desempleo de miles de trabajadores. Sólo durante el fin de semana cerraron 2.200 locales de la farmacéutica Schlecker en Alemania y 270 tiendas Game en el Reino Unido, dejando sin empleo a 13 mil trabajadores. La caída de la demanda, unida a los problemas financieros que tienen las empresas es siempre un cóctel fatal para la economía. Y es doblemente fatal para economías que se hicieron altamente adictas a las exportaciones, como es el caso de Alemania.
La gráfica nos presenta el nivel de las exportaciones de bienes y servicios en estos siete países. Si bien durante un par de décadas (desde 1970 hasta 1990) las tendencias se mantuvieron bastante estables, es a partir de fines de los años 80 y, sobretodo, desde mediados de los años 90, con la mayor apertura de la globalización sin guerra fría y con el final de la historia a la vista, cuando se disparan las exportaciones de las llamadas “fábricas del mundo”. Fábricas que surgieron apelando a la competitividad que ofrecía la mano de obra barata y que fue lo que llevó a China a ascender desde el 5% de exportaciones con respecto al PIB, a casi el 40% poco antes del estallido de la crisis.
La adicción de Alemania por las exportaciones
El caso de Alemania es aún más emblemático. Si durante los años 70 sus exportaciones oscilaban en torno al 20% del PIB, es a fines de los 90 cuando comienza su imparable ascenso que impulsa sus exportaciones a casi el 50% del PIB. Tras la caída de 2008-2009, Alemania siguió repuntando en el comercio y durante el 2011 superó el billón euros en exportaciones, más de un tercio de su PIB. Esto demuestra la dependencia de Alemania al comercio y a la integración mundial. En solo 20 años, desde 1988 a 2008, Alemania pasó de un nivel de exportaciones del 24% del PIB al 48% del PIB, siendo el país de mayor velocidad de crecimiento en el comercio mundial en todo ese período.
Si consideramos ahora que gran parte del crecimiento de esas exportaciones alemanas iban dirigidas a sus propios vecinos europeos, y que los medios de financiación eran orquestados por los bancos alemanes y las garantías y facilidades que aportaba la moneda única, tenemos otro eslabón para comprender la crisis del euro, el torbellino de los desequilibrios monetarios y los déficit de cuenta corriente. A igual que la relación de China con Estados Unidos, Alemania (China) se dedicó a fabricar y el resto de Europa (Estados Unidos) se dedicó a consumir. Esto permitió crear grandes superávit en la balanza de pagos de China y Alemania, así como enormes déficit en Estados Unidos y la periferia europea.
Sin embargo, mientras China no deja de comprar deuda de Estados Unidos (para prolongar su adicción al comercio), Alemania se ha negado sistemáticamente a la creación de los eurobonos, o a la compra de deuda de los países europeos. Esta es la razón de que mientras Estados Unidos vive la euforia de una recuperación, Europa se dirige a una nueva recesión que a estas alturas es inevitable. Ninguno de los impasibles líderes europeos consideró el efecto búmerang de los planes de austeridad, y que podían revertirse como una estocada fatal para las propias economías europeas, derribando incluso a la fuerte Alemania.
Esto es porque la caída de la demanda no sólo afecta la actividad comercial sino también la actividad de la banca y de todo el sistema financiero. Mientras los bancos enfrentan un camino cuesta arriba e intentan abrirse paso en la adecuación del capital, el apriete derivado de la caída del comercio inflige otro golpe que acrecienta la sequía financiera. El resultado es un deterioro de las perspectivas para los flujos de efectivo en todo el mundo, lo que redundará en el aumento de las quiebras empresariales, de la que los casos de Schlecker y Game son claros ejemplos. En España también tenemos ejemplos del día como el de las cajas, o las fotovoltaicas que suman más de 5.000 nuevos despidos.
Quienes pensaban que Mario Draghi o Ben Bernanke estaban salvando al mundo con sus billonarias inyecciones de liquidez a la banca, recibirán un duro golpe cuando constaten que la caída del comercio mundial va más allá de lo que pueden manipular Draghi y Bernanke con sus bancos centrales. Una caída real y simultánea en el comercio mundial es más que una simple frenada, y en los países más adictos al comercio intrafronterizo implica una recesión inevitable.
Frente a esta recaída, Alemania es la que tiene más que perder al no poder vender a los países de la periferia y experimentar el paulatino cierre de empresas. La orden dada a Grecia, Irlanda, Portugal, Italia y España de ejecutar draconianos planes de austeridad, es una cruel paradoja que se revierte como un búmerang en un duro castigo a la propia Alemania. Además, los desequilibrios comerciales de estos países son de tal magnitud, que no pueden financiarse a menos que Alemania los financie, algo que Alemania no hará. Por eso el impacto negativo d esta caída será muy fuerte para Alemania, y el largo camino a los reequilibrios monetarios será muy doloroso para toda la eurozona.
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