Sin duda, el acuerdo entre sindicatos y empresarios es fundamental para que cualquier reforma importante llegue a buen puerto. No en vano son ellos los encargados de llevarlas a la práctica sobre el terreno y un desacuerdo de base asegura muchas tensiones que acaban por erosionar la eficacia de dichas reformas.
Sin embargo, yo echo en falta en esa promesa de diálogo y de pacto un actor fundamental: el principal partido de la oposición.
Y es que, en condiciones normales, en una democracia como España la alternancia política es algo que se produce más pronto que tarde, algo que de hecho es sano. Y lo cierto es que las reformas importantes suelen tener un impacto en un periodo superior al de una legislatura. Por lo tanto, si no hay consenso entre los dos grandes partidos en condiciones de formar gobierno, cualquier reforma acabará siendo contrarrestada por un posible gobierno entrante.
El problema es que, según leí en algún sitio, la diferencia entre un estadista y un político es que mientras el primero piensa en las siguientes generaciones, el segundo sólo piensa en las próximas elecciones. Y aquí andamos escasos de estadistas. "Al adversario, ni agua". Y en estas condiciones, en las que el consenso y el acuerdo es visto como una concesión y una debilidad, es muy difícil encontrar espacios de acuerdo que aseguren la estabilidad a medio y largo plazo de las medidas adoptadas.
Gobierno y oposición, sindicatos y empresarios, todos deberían tener unas miras superiores cuando piensen en reformas importantes.