Trump se equivoca. Estas son las razones por las que los economistas defienden el libre comercio

Si no has pasado las últimas semanas en un agujero, seguramente sabrás que el mundo está revuelto por los aranceles que ha presentado Donald Trump. En general, las guerras comerciales, los aranceles y las barreras no arancelarias están desaconsejados por los economistas desde hace mucho tiempo, porque empobrecen a la población.

¿Pero por qué? Intuitivamente, uno puede suponer que es mejor producir todo lo posible en el país. Un sistema autárquico. En este modelo no se depende ni se interactúa con otros países más allá de lo estrictamente imprescindible. Si no se importa mucho, seguramente no tenemos déficit comercial. Es lo que se intentó en España en la postguerra, y spoiler, sale mal.

¿Cuál es el problema de este modelo? Pues que estamos olvidando la ventaja comparativa, un concepto que evoluciona de la división del trabajo que ya propuso Adam Smith, pero aplicado a naciones más que a individuos o empresas.

La ventaja comparativa

La ventaja comparativa, propuesta por David Ricardo a principios del siglo XIX, es uno de los conceptos más fundamentales del comercio internacional.
La ventaja comparativa es fundamental para entender cómo y por qué los países se benefician del comercio internacional, incluso si uno de ellos es más eficiente que otro en la producción de todos los bienes.

¿En qué consiste la ventaja comparativa?

La ventaja comparativa es la capacidad que tiene un país (o una persona o empresa) para producir un bien o servicio a un costo de oportunidad menor que otro. Ricardo explicó que, aunque un país pueda ser más eficiente que otro en la producción de todos los bienes (lo que se conoce como ventaja absoluta), ambos países pueden beneficiarse del comercio si se especializan en la producción de los bienes en los que tienen una ventaja comparativa. Es decir, deben producir los bienes para los cuales tienen el menor costo de oportunidad en términos de recursos.

No se trata de producir más o mejor (eso sería ventaja absoluta), sino de producir lo que te cuesta menos renunciar.

Ejemplo clásico de Inglaterra y Portugal:

Imaginemos que existen dos productos: vino y telas. Supongamos que Inglaterra y Portugal tienen las siguientes capacidades de producción:

  • Inglaterra:
    Puede producir 1 unidad de vino usando 100 horas de trabajo.
    Puede producir 1 unidad de tela usando 90 horas de trabajo.
  • Portugal:
    Puede producir 1 unidad de vino usando 80 horas de trabajo.

Puede producir 1 unidad de tela usando 120 horas de trabajo.

Paso 1: Ventaja absoluta (quién es más eficiente en general)

En este caso, Portugal es más eficiente que Inglaterra en la producción de vino (80 < 100), pero Inglaterra es más eficiente en la producción de telas (90 < 120).
Así que cada uno tiene una ventaja absoluta en un bien.

Paso 2: Costo de oportunidad y ventaja comparativa

El concepto clave de la ventaja comparativa radica en el coste de oportunidad, es decir, lo que un país debe sacrificar para producir más de un bien en lugar de otro. Es importante ver en qué bien cada país tiene una menor desventaja.

  1. Inglaterra:
    Para producir 1 unidad de vino, tiene que sacrificar 1 unidad de tela (100 h / 90 h).
    Para producir 1 unidad de tela, sacrifica 1.11 unidades de vino (90 h / 100 h).
  2. Portugal:
    Para producir 1 unidad de vino, sacrifica 0.67 unidades de tela (80 h / 120 h).
    Para producir 1 unidad de tela, sacrifica 1.5 unidades de vino (120 h / 80 h).

Paso 3: ¿Quién tiene la ventaja comparativa?

  • Inglaterra tiene un costo de oportunidad más bajo en la producción de telas (1.11 < 1.5).
  • Portugal tiene un costo de oportunidad más bajo en la producción de vino (0.67 < 1).

Paso 4: La especialización y el comercio

Con esta información:

  • Inglaterra debe especializarse en la producción de telas.
  • Portugal debe especializarse en la producción de vino.

A través del comercio, ambos países pueden beneficiarse. Inglaterra puede exportar telas a Portugal a cambio de vino, y Portugal puede exportar vino a Inglaterra a cambio de telas. De este modo, ambos países terminan con más bienes de los que habrían podido producir por sí mismos.

Resultado:

  • Inglaterra obtiene más vino del que podría haber producido si no comerciara (gracias a su especialización en telas).
  • Portugal obtiene más telas de las que podría haber producido si no comerciara (gracias a su especialización en vino).

Este ejemplo muestra cómo, a pesar de que un país sea más eficiente en la producción de ambos bienes, ambos ganan al especializarse según su ventaja comparativa y comerciar entre sí.

La clave es que cada país debe especializarse en producir el bien en el que tiene la menor desventaja o costo de oportunidad, y luego intercambiar los productos. Esto resulta en una mayor eficiencia global y un mayor bienestar para ambos países.

Es decir, mediante el comercio internacional, se obtiene una mayor producción total.

Aplicando la ventaja comparativa a la economía moderna

Ahora pensemos en lo que sucede a nivel mundial hoy en día. Tenemos un aprovechamiento de las ventajas competitivas al máximo que permite el modelo. Eso nos permite obtener bienes y servicios muy sofisticados a un coste minúsculo.

Por ejemplo, se ha estimado que un iPhone producido exclusivamente en EE. UU. costaría entre 23.000 y 30.000 dólares, lo que lo dejaría fuera del mercado completamente, salvo para unos pocos ricos. En cambio, buena parte de la población de EE. UU. y de los demás países desarrollados tiene uno en sus manos. De hecho, es bastante probable que estés leyendo estas líneas desde uno.

¿Por qué? Porque se utiliza el mejor conocimiento y habilidad de millones de individuos en muchos países para producir el mejor producto al mejor coste posible.

Y eso aplica a prácticamente todos los productos que se comercian en el mundo. Es decir, tenemos un sistema que está optimizado casi al máximo de lo que el mundo puede ofrecer con la tecnología actual.

Argumentos contra el libre comercio

¿Por qué, entonces, Donald Trump lanza una guerra comercial? Tiene sus motivos.

El primero es que algunos economistas, como su asesor Peter Navarro, defienden una política económica más centrada en la autosuficiencia ante la amenaza china. Su libro Death by China trata de eso, aunque incluye muchas cosas curiosas, como citarse a sí mismo usando un palíndromo para ocultarlo (Ron Vara). Eso ha hecho que el libro haya sido bastante criticado.

Por otro lado, el economista Stephen Miran defendió hace tiempo el uso de aranceles para limitar el acceso al mercado norteamericano, de modo que solo los aliados pudieran vender a EEUU (y ha sido criticado). Eso no ha tenido mucho que ver con lo que ha puesto en práctica la administración Trump.

En tercer lugar, debido a la escasez provocada por la crisis del COVID, algunos opinan que se debería optar por una política que, aunque no sea la mejor económicamente, sí permitiría la producción local en caso de emergencia o incluso guerra.

Por último, buena parte del caladero de votos de Trump proviene de zonas industriales en declive, que potencialmente se beneficiarían de una vuelta a la producción en EE. UU.

Si esto es cierto, lo que se plantea es que esta política nos va a volver más pobres. No solo a los Estados Unidos, que viven en la mayor era de prosperidad de su historia, sino también a los ciudadanos del resto del mundo que nos beneficiamos del acceso relativamente fácil a su mercado que hemos tenido hasta ahora y de su eficiencia en ciertos aspectos.

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