"Necesitas inmigración". En 100 años el 80% de la población de España habrá desaparecido con la tasa de fertilidad actual

En un momento en el que el debate sobre la inmigración ha ido creciendo en intensidad, los datos demográficos muestran una realidad diferente: se está produciendo una despoblación rápida y difícil de revertir.

Así, pese a la opinión contraria a la inmigración (a menudo influida por la prensa, los medios y los datos sesgados, como ocurrió con el último CIS), todo indica que la llegada de nuevos trabajadores es lo único que está compensando la baja natalidad en España.

Sin nacimientos

Según compartía el analista Marko Jukic en X, la baja tasa de natalidad es un fenómeno global que no muestra signos de estabilización. Si bien hay excepciones en países pequeños, como Israel y Georgia, la mayoría de las naciones occidentales han experimentado un descenso alarmante en el número de nacimientos.

Según datos de Birth Gauge, en países como Estados Unidos, Japón o China, se prevén caídas (muy) significativas en su tasa de natalidad durante las próximas décadas, con porcentajes de descenso difíciles de resolver: un 47 % en Norteamérica y más de un 80 % en las potencias asiáticas (81 % y 88 %, respectivamente).

España no es la excepción (el gobierno, lo sabe.) En nuestro país, igual que ocurre con Japón o Polonia, la tasa de natalidad es inferior a 1,2. Esto se traduce en un 80 % menos de población natural para 2100, si se mantiene la tendencia en las próximas décadas.

Y no hay indicadores de cambio. La inmigración ha sido la herramienta escogida para mitigar el efecto del envejecimiento y la baja natalidad. Dinamarca, por ejemplo,  ha mantenido una población estable, desde los años 80, gracias a los trabajadores y familias migrantes; mientras tanto, su población envejecía y se estancaba.

Un modelo que se ha replicado en gran parte de Europa, pero que no es una solución sostenible a largo plazo: la inmigración, por sí sola, no puede compensar la pérdida del 50 % de la siguiente generación.

En España, pese a la polarización del debate, no hay más opción que asumir que la inmigración (también) es necesaria para mantener un equilibrio demográfico y económico.

Sin inmigrantes, la estructura laboral y los sistemas de pensiones del país se volverían insostenibles en las próximas décadas.

El resto del mundo no es solución

En su día, se esperaba que las potencias emergentes o en vías de desarrollo compensaran la baja natalidad en Occidente. Spoiler: no ha ocurrido.

La realidad es que Brasil, por ejemplo, ha reducido su tasa de natalidad a 1,6 hijos por mujer, mientras que la India, aunque aún mantiene una tasa de 2,0, ha frenado significativamente su crecimiento.

Estas son las mejores cifras.

Todo lo demás, indica un colapso poblacional de magnitud global.

Por ejemplo, es alarmante el caso de Chile, con una tasa de 0,88; o de Tailandia que no supera el 0,95: muy, pero que muy por debajo del nivel necesario para el reemplazo poblacional.

Todo ello agrava el problema: en pocas décadas, países que habían crecido de manera estable han comenzado a caer en términos demográficos, lo que nos enfrenta a una crisis de natalidad.

España: año cero

A corto plazo, esto implica la necesidad de basar nuestro modelo de país en potenciar una inmigración útil, pero, en cambio, deja en el aire muchas incógnitas en el medio y largo plazo marcadas por una población envejecida.

Para Jukic, carecer de una base demográfica sólida implica que para finales del siglo, los efectos serán devastadores para la estructura económica y social (lo que queda del estado del bienestar, en otras palabras).

El analista considera que las soluciones tecnológicas pueden ayudar (rehúye de tener una fe ciega en la tecnología para un problema social y biológico), pero no reemplazarán la necesidad de mantener una base poblacional sólida.

No se trata solo de mejorar la eficiencia aquí, dice, sino de garantizar que haya suficientes personas para mantener las estructuras del país. Y España, como gran parte del mundo, enfrenta un reto sistémico, que ya afecta a los países occidentales y a las naciones emergentes por igual.

Por lo tanto, es necesario que se tomen medidas políticas que incentiven el aumento de la natalidad, al mismo tiempo que se diseñan políticas migratorias más abiertas y eficaces. Sin embargo, la inmigración debe verse como un complemento, pero será ineficaz como una solución aislada.

Es más, es probable que haya funcionado, principalmente, como cortina de humo en Europa, como en el caso danés: los retos del siglo XXI en cuanto a despoblación requieren una visión estratégica que combine el fomento de la natalidad con la integración efectiva de la inmigración.

En resumen, es materialmente imposible —sobre todo, en grandes naciones— que la inmigración compense un 50 % de la población que se perderá en pocas décadas, y ni este, ni una apuesta ciega por la tecnología nos van a sacar las castañas del fuego aquí.

Quizá esta noticia ofrezca una visión complementaria sobre la inmigración, pero también sobre la necesidad de repensar la forma en la que estamos en el mundo.

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