Las políticas públicas muchas veces se diseñan desde arriba y no se evalúa su eficacia. Y en el caso de la natalidad también pasa: los Estados aprueban medidas con mucho pompo y luego se olvidan de mirar si han funcionado bien y qué se podría hacer para mejorar su efectividad.
La forma más común de implementar ayudas a la natalidad son cheques bebé, rentas en forma de un pago mensual y desgravaciones fiscales. Aparte de todo el gasto público para aligerar los costes para las familias, como sanidad o educación. Sin embargo hay que evaluar si esto simplemente evita gasto de las familias o si logramos el objetivo principal: elevar la natalidad.
Este artículo es parte de una serie sobre la natalidad, puedes leer el resto aquí: — Las políticas de Estado funcionan para modificar la natalidad y si no que se lo digan a Ceaușescu |
¿Qué es lo que queremos?
La efectividad de las ayudas es simple de definir: si nos gastamos un dinero x, ¿cuánto logramos aumentar la natalidad? Sin embargo no es muy común. Una vez algo está implementado, como los 100 euros al mes para niños menores de 3 años en España o la gratuidad de los colegios públicos, es complicado quitarlo.
El principal dato a tener en cuenta es que la gente que tiene hijos ya llega a la tasa de sustitución, el famoso 2,1 hijos por mujer que los países occidentales buscan. Esto tiene sentido, primero porque las parejas con hijos al menos tienen uno, lo cual eleva la tasa. Pero también porque el principal cambio para una familia es pasar de no tener hijos a tenerlos. Una vez se tiene uno hay ciertas dinámicas que ya están establecidas, como horarios, colegios, restricciones de libertad individual, excedencias o reducción de jornada, logística, etc.
Por tanto es más fácil para una familia que tiene un hijo tener otro (o incluso el tercero) que lograr que una pareja sin hijos tenga uno. Por tanto, y aunque parezca contraintuitivo, si lo que queremos es fomentar la tasa de natalidad lo lógico es estimular a los que no tienen hijos a que los tengan y dedicar todas las ayudas ahí.
Otro asunto interesante es que las familias más pobres y más ricas suelen tener más hijos. Por tanto las ayudas deberían ir dirigidas a la clase media, que son los que ven más problemas para tener hijos.
Posibles efectos adversos
Una posible implementación de ayudas que mejorara la natalidad sería dar ayudas únicamente al primer hijo y con un límite de renta. Esto podría ser en forma de desgravaciones fiscales o en forma de cheque o paga mensual directa, lo cual es más atractivo.
Pero esto podría tener efectos adversos. Por ejemplo es bastante lógico pensar que una familia que tenga tres o cuatro hijos debería tener más ayuda social que una familia con un hijo. Pero si simplemente queremos elevar la tasa la natalidad lo lógico sería darlas solo por el primer hijo. Esto crea problemas de justicia social.
También se suele ver que las ayudas se van incrementando según el número de hijos (de hecho las degravaciones de Hacienda por hijo funcionan así). Quizá se podría elevar la del primer hijo, para estimular, y dejar el resto más bajas o incluso nulas. Pero estamos en lo mismo de antes, no ayudando a quién más lo necesita sino implementando una ayuda pensando únicamente en la tasa de natalidad.
Un posible efecto adverso de esta implementación es que sí que logre que las familias sin hijos incrementen su tasa de natalidad, pero familias con uno o dos hijos no se decidan a dar el salto a tener uno más. Puede que las ayudas a tener más hijos también tengan que ver en la predisposición a tenerlos.
Hay un ejemplo natural con dos países que implementaron ayudas, como Hungría y Polonia. Hungría implementó ayudas para familias con tres o más hijos y no logró que aumentara la natalidad de las familias que ya tenían dos. En cambio Polonia diseñó ayudas para familias de dos hijos y sí logró que este tipo de familias aumentara. Por ahí puede haber una pista, quizá hay que centrar todos los esfuerzos en el primer hijo sin dejar abandonado al segundo, pero a partir de ahí dejar de incrementar ayudas.
Un debate muy complicado
Estamos ante un problema claro de trade-offs, de compromisos. Por un lado los Estados quieren incrementar la tasa de natalidad y la evidencia dice que centrarse en el primer hijo sería un acierto. Pero por otro también tienen como compromiso con la sociedad ayudar a quien más lo necesita, y las familias con más hijos requieren más ayudas.
Al final hay que ver qué es lo más importante. Y sobre todo si se puede incentivar más a las familias sin hijos a que los tengan sin necesariamente elevar el gasto, como comentamos recientemente con otro tipo de medidas que favorezcan en la sociedad la visión de que tener hijos es algo bueno.