En los últimos años muchos han sido los ciudadanos de a pié que se han animado a "jugar" en bolsa. La efervescencia de finales de los 90 hacía que quien no invirtiese en algún título pareciese poco menos que tonto por no ganar un dinero fácil. Luego estalló la burbuja, todo volvió a su ser natural... pero muchos quedaron enganchados de tan atractivo "juego".
Sin embargo, muchos invierten con unos conocimientos muy básicos, y ajenos al uso de herramientas que pueden ayudarles en su estrategia inversora. Una de esas herramientas son las órdenes stop-loss. Se trata de órdenes de venta condicionadas a determinado suceso, generalmente una caída de la cotización de las acciones. Así, por ejemplo, compramos determinado título pero a la vez damos orden de que si su cotización cae por encima de un 5% se vendan automáticamente. La utilidad de estas órdenes es clara a priori. Sirven para, en caso de que nos hayamos equivocado en nuestras previsiones y una acción en vez de subir, baje, ayudarnos a limitar las pérdidas derivadas de la misma. De esta forma, estaremos asegurando un máximo de pérdidas, evitando males mayores en caso de que las acciones sigan bajando. Se trata de un método recomendado por la mayoría de analistas... pero no por todos.
Y es que las órdenes stop-loss pueden evitar una ganancia mayor. En ocasiones, los mercados hacen un pequeño respiro antes de proseguir la senda alcista. Y en ese respiro, puede que entren a jugar las órdenes stop-loss y que perdamos esa senda. Como cuentan en Gurusblog, un estudio realizado a lo largo de 2003 comparando el efecto del uso de stop-loss frente a qué hubiera pasado sin usarlas, demuestra que en el segundo caso las ganancias fueron mucho mayores.
Por supuesto, esto es un estudio a toro pasado. Si hay que tomar la decisión ahora, todo depende al final de nuestro perfil de riesgo. Las stop-loss ayudan a los que tienen un perfil más seguro a evitar grandes pérdidas. Asumir mayores riesgos incrementa la variabilidad de los resultados: grandes pérdidas, o grandes ganancias.