Cuando compramos una casa solemos mirar detenidamente los planos. Vemos que orientación tiene, las vistas, los materiales, el entorno, las comunicaciones,… Los más avispados comprobarán la normativa urbanística municipal para ver si es respetada por su futura propiedad.
Pero una de las principales fuentes de problemas cuando nos vamos a vivir a un nuevo edificio es más difícil de evaluar: los vecinos. ¿Quién no los ha sufrido? ¿Quién no se ha identificado con la serie televisiva “Aquí no hay quien viva”?
Ruido a altas horas de la madrugada, falta de higiene con los perros o sabanas tendidas que tapan nuestras ventanas. Por no hablar de casos más graves con vecinos que acumulan basura por tener el síndrome de Diógenes, traficantes de menudeo de drogas o que llenan el edificio de gatos o palomas.
Muchas veces se relaciona un barrio determinado con las características de los vecinos. Es cierto que determinados barrios sufren mayor delincuencia y un mayor número de quejas vecinales. Pero no es un método infalible.
Para solventar esos problemas, la promotora de una urbanización de lujo en Mallorca solicita una amplia información personal de los interesados en adquirir una vivienda: estudios, profesión, edad, estado civil… Tratan de seleccionar un perfil de comprador para asegurar un determinado tipo de vecinos. Sobre todo en el caso de ricos y famosos que quieran un ambiente tranquilo rodeado de sus pares. Me pregunto qué ocurrirá cuando uno de los vecinos quiera vender su casa.
El caso de la urbanización mallorquina es como un Estado en miniatura que conceda los permisos de residencia sólo a un determinado perfil de personas. ¿Algo parecido a Mónaco?
¿Aceptaría esa limitación de la privacidad personal para poder optar a una de esas viviendas? ¿Merece la pena esa limitación para no sufrir vecinos indeseables?
Vía | El Mundo