Después de más de nueve meses de calvario electoral, seguro que ya el conjunto del país es plenamente consciente del alto coste que supone esta indescriptible indefinición politica para el crecimiento de la economía nacional. Todos los agentes económicos están de acuerdo en que el PIB está siendo inevitablemente dañado por la imposibilidad de formar gobierno con el legado electoral que han dejado las sucesivas elecciones y negociaciones. No parece importarles demasiado a nuestros políticos, que no han entendido el mandato de los ciudadanos de que tienen forzosamente que entenderse entre sí para sacar al país del atolladero, tal y como ha ocurrido en ocasiones en otras democracias que, no es que hayan demostrado ser más evolucionadas que la española (que a veces también), sino que los que han demostrado ser más evolucionados son sus politicos.
Pero más allá del desgobierno, de la resta de décimas que supone para el PIB el no poder asistir a un debate de investidura que no sea fallido, del lamentable espectáculo que estamos dando al mundo sobre cómo unos y otros tan sólo se preocupan por sus propios intereses en vez de por los del conjunto de los españoles, más allá de todo esto, hay también unos importantes costes ocultos para la economía derivados de la indefinición política del país. En este artículo los analizamos para usted.
Los dañinos costes que son públicamente reconocidos
El efecto más inmediato de la falta de gobierno, obviamente, ha sido evaluado como la resta de puntos al indicador predominantemente utilizado para medir la salud de la economía: el PIB. En análisis anteriores ya les hemos advertido sobre lo limitado y hasta dañino que es hoy en día utilizar el PIB como indicador rey de las políticas económicas, según pueden leer en este artículo, pero no por ello debemos omitir en este post una referencia económica que, al menos, es tenida en cuenta por la mayoría de los agentes económicos.
Según pudimos leer en este artículo del diario electrónico El Español, cada mes que pasa sin que podamos asistir por fin a un debate de investidura exitoso supone que todos perdemos una décima de crecimiento del PIB. A algunos puede no parecerles demasiado, pero a estas alturas los casi inevitables doce meses con gobierno en funciones restarán un impactante 1,2% del PIB al conjunto de la economía nacional. Este coste es más sangrante todavía si tienen en cuenta la precaria situación económica de un país que todavía tiene una tasa de paro de en torno al 20%, y que todavía está más que renqueante tras la última “gran recesión”.
Una situación que afecta a millones de ciudadanos, que ven como un crecimiento más bajo del PIB influye inevitablemente en menor actividad, menor volumen de negocio, peores perspectivas económicas, peor sentimiento del consumidor, menor volumen de las tan necesitadas inversiones tanto nacionales como extranjeras, y finalmente menores salarios en un pais en el que, para muchas familias, los precios medios no encajan con los salarios medios en el puzle de la economía familiar.
Y los no menos dañinos costes ocultos
Pero se habla mucho de lo que resta al PIB cada mes que pasa sin formar gobierno, cuando lo cierto es que hay otros costes ocultos igual o más importantes. Uno de estos costes ocultos, sino el más relevante, se basa en un dato que ha sido publicado hace unos pocos días. Digo que se trata tal vez del coste oculto más relevante por la coyuntura actual de la economía española. Tal vez los mercados nos hayan dado unos años de tregua en la crisis, a lo cual ayudó aquel famoso “whatever it takes” de Draghi y las subsiguientes compras masivas de deuda nacional por parte del BCE, pero no duden que España sigue teniendo un grave problema de paro, de crecimiento, de deuda, y también, unido intrínsecamente a todo ello, de déficit: el nudo gordiano de este enorme lío económico en el que andamos metidos todos.
Según pueden leer en esta noticia, España supera ya en agosto el déficit de todo 2015, con un abultado desfase de 31.100 millones. Y con razón se preguntarán algunos de ustedes por la relación entre el crecimiento del déficit y la ausencia de investidura. Como todos sabemos, es en campaña electoral cuando todos nuestros políticos reparten gafas con cristales de colores, y nos pintan la realidad del color que más les interesa a cada uno en particular. Es en campaña electoral cuando mayor rédito en cifra de votos pueden obtener con un mismo exceso. Y en mi humilde opinión esto aplica a todos los partidos, que en el fondo son una máquina electoral que pretende maximizar la ecuación votos obtenidos dividido por la inversión en tiempo, dinero y esfuerzo.
Más que probablemente, el percentil de esta desviación del déficit respecto a los objetivos anuales, inédita desde hace varios años, es la despilfarradora consecuencia de que llevemos demasiados meses en una permanente fiesta de la democracia. Dados los mecanismos político-económicos de nuestro sistema democrático, una permanente campaña electoral, como la que llevamos trayendo desde Diciembre de 2015, no podía acabar teniendo otra consecuencia más que un abultado déficit, que viene de una voluntaria relajación de las políticas basadas en no gastar mucho más de lo que se ingresa.
Huelga decir que, independientemente del partido que estuviese en el poder, probablemente las consecuencias serían exactamente las mismas, persiguiendo el mismo objetivo de relajar la rectitud, y de paso a los votantes, a los que se pretende seducir: es ése precisamente uno de los principales problemas de España, y el déficit supone sólo la forma en que podemos ponderar este tipo de populismo económico que aqueja a nuestra sociedad, por el que más gasto se traduce automáticamente en más votos, cuando en otros países ocurre exactamente lo contrario en caso de que se pase del umbral de la sostenibilidad de las cuentas públicas, y aquellos ciudadanos castigarían implacablemente las irresponsabilidades económicas, como el alto déficit actual o el galopante de 2008 y aledaños.
La única razón que a un servidor se le ocurre para explicar este repentino giro es que parece que lo que estamos viviendo es ni más ni menos una versión electoral del insostenible, y tantas veces sacado a la palestra, "Café para todos". Café para todos sí (en la medida que la sostenibilidad económica nos lo permita), pero lo que no es sostenible es deteriorar para ello la viabilidad de las cuentas públicas, ni, como otros pretenden, alentar entre los votantes la creencia de que podemos todos pasar todo el día tomando café. Y por supuesto resulta incalificable el que algunos se lleven la cafetera entera y pretendan vivir en un permanente café a costa de los demás.
El fin de la austeridad no tiene por qué implicar necesariamente mayor déficit español
Pero no confundan el fin de la austeridad con un aumento déficit. En el contexto europeo, realmente ambas cosas no tienen por qué venir de la mano. Para empezar diremos que, tal y como algunos venimos predicando desde hace años, la austeridad puede significar únicamente eficiencia en el gasto y abolición de costosos gastos superfluos. Es precisamente éste el motivo por el que recortar en educación y sanidad debería haber sido necesariamente precedido (y tal vez hasta sustituído) por el acto de coger un lápiz rojo y empezar a tachar gasto inútil, no productivo, injusto social y democráticamente, y a menudo producto del servilismo político y del amiguismo. Y esto no es una crítica a un partido en concreto. La gran desgracia de este país es que este enunciado es aplicable prácticamente a la totalidad del conjunto de las administraciones, instituciones y organismos del territorio nacional. Y creo que las hay de todos los colores.
Pero hay además una dimensión europea del asunto. En un mercado común con libre circulación de mercancías, como el que tenemos en el espacio Schengen desde 1995, una de las evidentes ventajas es que las crisis se contagian más fácilmente de un país europeo a otro, pero no olviden que también se transmite con mayor facilidad el crecimiento económico. Puede ser que España requiera una austeridad en sus cuentas públicas (al menos en los términos de justicia social y democrática antes planteados), pero ello no implica que otros países deban forzosamente verse abocados a una austeridad que realmente no necesitan, puesto que no han de reconducir ningún déficit galopante ni nada por el estilo. Son estos países precisamente los que se pueden permitir relajar su austeridad para que sus mercados generen un consumo y una inversión que se acabará transmitiendo a sus socios enconrsetados por un déficit paralizante y una economía que en cambio aún requiere de estímulos para arrancar. Al menos un servidor concibe este hecho como una de las grandes ventajas fundacionales de la Europa unida.
No se crean que un servidor está solo con esta forma de pensar. Sin ir más lejos, esta semana el Deutsche Bank ha publicado un demoledor informe para la señora Merkel en el que expone los efectos beneficiosos del fin de la austeridad (mal entendida tanto por el sur como por el norte, añadiría yo). El titular más concretamente ha sido que “El Deutsche Bank contradice a Merkel: 130.000 millones en estímulos acabarán con el paro” según pueden leer en este enlace. Este informe ha abierto llagas en el ya lacerado gobierno de la señora Merkel, puesto que no olviden que este concepto de austeridad mal concebida ha sido un río que nació en el norte, y que desembocó en el sur, y en torno al cual ha girado la polémica politica económica de la Unión para enfrentarse a la ya casi olvidada (que no superada) crisis de deuda periférica.
Finalizaremos hoy este análisis recordándoles que, al menos en el caso del deteriorado déficit español, no hay que gastar más, sino gastar mejor. En todo caso, los que se alivian al ver las cifras totales de crecimiento anual, recuerden que el problema no se trata únicamente de lo que crecemos aún estando en esta situación de via crucis electoral, sino de lo que habríamos crecido si se hubiese solucionado este puzle democrático desde las primeras elecciones allá por el 20 de Diciembre de 2015, y cuántas familias más habrían salido del desempleo con ese punto y pico extra de crecimiento. Y ya no es sólo eso, sino también el riesgo al que se expone a la economía nacional con la vuelta del crecimiento del déficit, y el potencial peligro de que en cualquier momento la atención de los mercados se gire de nuevo hacia nosotros, y vuelvan a mirarnos debajo de la alfombra; o más bien incluso encima, puesto que en este mundo de libre mercado y publicación de cifras macroeconómicas, a la vista están nuestras verguenzas económicas, al igual que las de otros. Este año de reconvocatorias continuas de la gran fiesta de la democracia corre el riesgo de dejarnos una amarga resaca, porque en toda ronda de copas de vino, una vez bebido el caldo tinto, en la copa se te quedan sólo los posos, y en el cuerpo el doloroso recuerdo del exceso.